Cary Grant, clase aparte

Cary Grant, clase aparte

El disfrute del cine es aún mayor cuando se ha leído sobre él. Desde esta idea, quiero, con este blog, hablaros de mis lecturas sobre el mundo cinematográfico: las que me gustan, las que odio, las nuevas y las antiguas, e intentaré también hacerme eco de novedades editoriales destacables, todo en la medida de mis posibilidades. Y para empezar, una de mis biografías favoritas.

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«¿Cómo te afeitas ahí dentro?»
Título: Cary Grant. A Class Apart
Autor: Graham McCann
419 páginas
Editorial: Fourth Estate Ltd. Londres, 1996

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«Supongo que, hasta cierto punto, me convertí en los personajes que interpretaba. Interpreté a la persona que yo quería ser hasta que me convertí en esa persona. O esa persona se convirtió en mí». Esta frase del propio Cary Grant, que sirve de introducción a un capítulo de A Class Apart, define a la perfección no sólo al actor, sino el punto de partida y leitmotiv del libro: Archie Leach fabricó a Cary Grant. Su inteligencia y capacidad le llevaron a encarrilar su ambición con destreza y aprovechar todas las oportunidades que se cruzaron en su camino o que él mismo buscó, creando para ello un personaje, un alter ego, que se ajustaba a sus aspiraciones y que encajaba a la vez en todas partes y en ninguna, difícil de clasificar, pero que llegó a ser más conocido que el presidente de EE UU, y sobre todo mucho más querido.

McCann describe a un Archibald Leach que entró en Hollywood cuando estaban en auge los actores ingleses, pero, a diferencia de la mayor parte de éstos, supo integrarse en la sociedad estadounidense desde el principio; un actor procedente del teatro de variedades que aprendió de todos los actores con los que trabajó, que extrajo de cada uno de ellos lo mejor y lo incorporó a su personaje Cary Grant. Se propuso ser «tan agil como Douglas Fairbanks y tan sofisticadamente persuasivo como Ronald Colman», y superó a los dos; de Mae West, que presumía de haberlo descubierto cuando en verdad Grant ya llevaba una decena de películas como secundario y ya había adquirido cierta notoriedad, admiró e hizo suyos la utilización del instinto actoral, el manejo del tiempo y la acción, la comprensión de las situaciones cómicas y esa arrolladora personalidad «que convertía en satélite a todos los que estaban a su lado»; y así siguió aprendiendo de muchos otros que fue conociendo hasta convertirse en una estrella.

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Una estrella que el mismo Archibald forjó a base de trabajo e inteligencia; impecable es el capítulo «Inventing Cary Grant» dedicado a la construcción de ese acento peculiar que mezcla el cockney con la clase alta, ese aspecto físico que le permitía meterse en papeles de canalla, de miembro de la alta sociedad, de ladrón, de playboy, de oscuro individuo y de paleontólogo despistado con igual credibilidad. Grant era un actor conocido por todos, pero del cual él se encargaba que no se supiera nada a ciencia cierta; dejaba circular los rumores sobre él, y a veces incluso los alentaba: si decían que tenía una relación homosexual con Randolph Scott, con quien compartió casa, él no salía a desmentirlo, sino que dejaba que les fotografiaran a la hora del desayuno, los dos en batín y con cara de recién levantados; si se decía que era judío, y hasta Walter Matthau decía que «un tipo tan listo sólo puede ser judío», él se presentaba en un acto público a favor del estado de Israel con la coronilla cubierta por una kipá; si se corría la voz de que había superado su alcoholismo gracias al LSD, él declaraba públicamente que esta droga había logrado lo que ni el yoga ni la meditación habían podido conseguir. Y además supo mantener la discreción y el misterio sobre su vida hasta después de su muerte en 1986 a los 82 años.

Pero no sólo construyó y dirigió el personaje de Cary Grant con inteligencia; también fue el primer actor que se independizó de los estudios un año antes de llegar a la cúspide de su carrera, para poder negociar los contratos independientemente y tener control pleno sobre las películas en las que participaba. Y, en fin, fue el único actor que Hitchcock confesó haber amado de entre todos con los que trabajó, que ya es.

Todo esto lo relata McCann con un rigor, una agilidad, un humor, una pericia y un cariño hacia el protagonista que hacen que la lectura de esta biografía sea una auténtica delicia. No decepcionará a los que leen biografías y memorias en busca de cotilleos y anécdotas, porque los hay, pero la disfrutarán más los cinéfilos que busquen profundizar en la vida y la personalidad de un actor tan cercano a la perfección en tantos aspectos que, como asegura Peter Bogdanovich, «ni ha habido uno igual en la historia ni podrá haberlo en el futuro».