Un puñado de razones para querer (ver) a Spiderman

Superhéroes hay muchos. De todos los tipos y con toda clase de poderes. Pero ese que cae bien a (casi) todo el mundo es Spiderman. ¿Por qué? Pues porque es un pobre chaval normal y corriente, un chico que pasa desapercibido para la mayoría en el instituto, al que un buen día una araña mutada genéticamente le pica y le convierte en alguien especial. La gracia de Spiderman está en que podría ser cualquiera. No hace falta ser un científico (Hulk), un alienígena (Superman), un playboy multimillonario (Batman/Iron Man) o un dios nórdico (Thor). Peter Parker sólo es un adolescente con un montón de problemas que se busca uno más al meterse a superhéroe y que tarda, bastante, en encontrar su camino.

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Ahora, el Hombre Araña regresa a los cines de nuevo con Andrew Garfield en el papel. A estas alturas y siendo su segunda aventura en el personaje creado por el prolífico y a veces repetitivo Stan Lee no viene al caso explicar porqué el Spiderman de Garfield y Mark Webb (el director) es mejor que el de Tobey Maguire y Sam Raimi. Lo es y ya lo demostró en la primera entrega cuando todo el mundo pensaba: ¿Otra vez nos van a contar la historia de la picadura de la araña?

Pues sí, la contaron, pero dándole una vuelta y con un cambio sustancial, el de la chica. Borraron del mapa a Mary Jane Watson e hicieron entrar en liza a Gwen Stacy (Emma Stone), que en esta ocasión gana aún más peso en la historia. Sin duda la nueva saga salió ganando con el cambio. Porque, como en El Hombre de Acero, The Amazing Spiderman ha dotado de más dignidad y profundidad a la chica del héroe. Para empezar, no se deja aparcar ni engañar. Sabe quién se esconde bajo la máscara desde el principio y se enamora de Peter Parker, no de Spiderman.

Lo que sigue presente es el problema tan marveliano de los villanos. En algunos casos, parece que sólo pasaban por allí. Aunque en El poder de Electro hay dos con cierto interés. Rhino (Paul Giamatti) no tiene demasiada importancia, pero sí el Electro del título. Interpretado por Jamie Foxx, es el un calco de Spiderman. Un tipo invisible al que un accidente convierte en alguien con superpoderes. Electro los usa para el mal. Spiderman, para el bien. El otro es Harry Osborn/Duende Verde (Dane DeHaan) y aparece para cumplir la misión que le encomendaron en los cómics.

The Amazing Spiderman 2 aglutina una curiosa mezcla de géneros orquestada por Marc Webb en la dirección y Alex Kurtzman y Roberto Orci como guionistas. Es una película de superhéroes sobre todo, pero también una de acción bajo la que subyace una comedia romántica en toda regla que tras verla deja cierto poso a Star Trek: En la oscuridad. En el sentido de que nunca dejan de pasar cosas y de que no hay hueco para el aburrimiento. Eso sí, como villano, Khan estaba muy por encima de Rhino, Electro y Duende Verde.

Este Spiderman regresa a sus orígenes, cuando era un dibujo de tinta y papel, recuperando ese humor tan infantil a veces que ha caracterizado al personaje siempre. De ahí que The Amazing Spiderman 2 tenga mucho más humor que la primera entrega. Eso sí, no es Iron Man. Es otro tipo de gracejo natural. Ese que adoran los fans de Spidey. Pero, como vienen ocurriendo en el género desde que inrrumpió en él Christopher Nolan, El poder de Electro también tiene un poco de ese poso existencial y tortura interna del superhéroe.

La de Peter Parker tiene que ver con el abandono de sus padres y la promesa que le hizo al padre de Gwen de dejarla para no ponerla en peligro. Una lucha interna que le acompaña en toda la película, pero que no impide que cuando se pone la máscara se lo pase en grande saltando entre los rascacielos de Nueva York y poniendo en su sitio a los malos. Peter Parker tiene razones más que sobradas para ser un amargado, pero se toma la vida con una filosofía distinta a otros colegas de profesión.