CRÍTICA: 'Toy Story 3', cerrando la trilogía perfecta

CRÍTICA: ‘Toy Story 3’, cerrando la trilogía perfecta

Toy Story 3

Hay muy pocas trilogías que hayan dejado huella en la historia del cine: El padrino de Coppola, Star Wars primigenia de George Lucas y ahora Toy Story, la marca de agua de Pixar. A lo largo de sus entregas, han inventado cómo rodar una película por ordenador, darle alma, insuflarle magia, hablar de la amistad, el valor, la fidelidad, la ternura, el cariño… Es la magia del cine aprehendida en un producto digital. La tercera no sólo no es una excepción, sino que añade a los méritos de las anteriores lo mejor de Pixar en los últimos años: la profunda emoción.

Toy Story 3 arranca dando cancha –por única vez en todo su metraje- al 3D: una aventura en el Oeste en el que todos los juguetes, capitaneados por Woody, viven un enloquecido asalto a un tren. Es, claro, una fantasía de Andy, su dueño. Como ocurre en las buenas narraciones, sabremos luego que eso que parece un día cualquiera no es tal: es la última vez en que Andy jugará con ellos con semejante entrega. Pronto empieza a crecer y los muñecos van quedando relegados a un segundo plano, un tercero, un baúl, una caja de mudanzas. Andy se marcha a la universidad y los juguetes… Deberían estar el desván pero, por error, terminan en la basura.

El planteamiento tiene, desde luego, una fuerza conmovedora de gran calado: todo el mundo se reconoce en Andy, recuerda su muñeco favorito y ahora mira hacia atrás y quizá ni siquiera esté muy seguro de dónde ha ido a parar. Pero aunque esta historia sea extrapolable a cualquier generación y latitud, Toy Story 3 no se dirige a un público cualquiera, sino a los niños que descubrieron la magia del cine con la primera entrega (1995), que se quedaron pegados a la pantalla con la segunda (1999) y que ahora, 11 años después, acaban de llegar a la universidad dejando aquella época como un dulce reflejo en su todavía corto pasado. Para ellos, para los chicos que tienen 19 o 20 años en estos momentos, ver a Woody, Buzz y el resto de amigos arrojados a una caja de cartón con destino incierto debe de ser angustioso.

El desarrollo de las aventuras del grupo para salvarse del basurero, de un grupo de niños embrutecidos y de otros juguetes con malas intenciones compone una parte de central divertidísima. La aventura funciona a las mil maravillas, la relación entre los personajes fluye con una naturalidad admirable y las nuevas incorporaciones son fantásticas. Especialmente el malo de la película, Lotso, un enorme osito de fresa que resulta ser de todo menos dulce, que tiene como secuaz a un enorme nenuco con un ojo a la virulé. También funcionan muy bien Barbie y Ken, cuyos personajes empiezan siendo lo que sabemos de ellos por la publicidad y terminan en otro punto muy diferente. Hay muchas y buenas ideas para las nuevas incorporaciones, tantas que se echa de menos al final que se desarrolle alguna de ellas, como Mr. Pricklepants, el muñeco inglés que habla como un actor de Shakespeare; o Buttercup, el unicornio de larga melena de color amarillo limón. Ambos son juguetes de Bonnie, una niña encantadora que tiene una fuerza arrolladora en la pantalla cada vez que aparece.

Terminada la aventura, de la que no diremos más para no descubrir nada a los lectores, llega el drama ruso. Andy, efectivamente, se va a la universidad y tiene una caja de cartón en la que están metidos los mejores ratos de su infancia: sus risas, sus sueños, sus mejores amigos, sus planes, sus ilusiones. Y Lee Unkrich, el director, como buen chico Pixar, nos tiene preparadas una de las mejores secuencias del cine de los últimos tiempos. Igual que pasaba con la introducción de Up, el cierre de Toy Story es un ejemplo de cómo contar una circunstancia dramática con serenidad, estilo y profunda emoción sin recurrir a trucos facilones. Unkrich deja que los acontecimientos sucedan y se los sirve al público crudos. Hay que tener mucho talento y mucho coraje cinematográfico para abordarlo y hacerlo así de parcamente, pero en esos cinco minutos finales de película está contado como nunca antes el paso de la infancia a la madurez.

Algún día Pixar debería probar a hacer eso no sólo al principio o al final, sino extenderlo a todo el metraje de un largo. No sabemos si resultaría sostenible, pero si funcionara estaríamos ante una de las mejores películas de la historia. Mientras tanto, nos conformaremos con sus obras maestras.

Toy Story 3 se estrena hoy en cines de toda España