La crónica generacional y un tenso ‘thriller’ argentino inauguran la sección competitiva de Málaga

La competición del Festival de Málaga se ha inaugurado esta mañana con Selfie, el último trabajo dirigido por Victor García León, un retrato atípico de la atípica situación por la que pasa la generación más joven de nuestro país. A continuación se ha presentado Nieve negra, protagonizada por Ricardo Darín y Leonardo Sbaraglia, que esta noche, además, recibe el Premio Málaga del Festival.

La vida de Bosco esta plena de felicidad hasta que su padre, un ministro corrupto del gobierno, es encarcelado. A partir de ahí, todo lo que hasta ahora ha formado parte de su vida se desvanece: su madre huye a casa de una amiga, su amiga se muda a vivir con su novio, su casa queda embargada por el juzgado y él, en su condición de pobre diablo, tendrá que intentar aprender a valerse por sí mismo echando mano de Macarena, una chica ciega que intenta ayudarle en la medida de sus posibilidades. Es entonces cuando sus ideas, sus creencias y su fe en la sociedad comenzarán a hacer aguas.

García León vuelve al ruedo con este retrato cretino de la España actual que pretende radiografiar certeramente una generación de ciudadanos jóvenes que adolecen de más dispersión ideológica que convicción en pos de la supervivencia. Unas intenciones más que loables si no fuera por el desvaído conflicto propicia por la mera confrontación de dos clichés que, por sí solos, poco tienen que batallar. Es por esto que Selfie vive más de la intención del espectador de hacer funcionar esta confrontación, que de sus propios resultados, que resultan desganados y desaprovechados en una leve línea narrativa que juega con la sátira a ambos bandos ideológicos, pero también a otros ámbitos que acaban volviéndose en su contra.

La segunda película a competición ha sido Nieve negra, de Martín Hodara, un thriller que cuenta la historia de Marcos y Laura, una pareja que debe convencer al hermano de éste, Salvador, para que venda sus tierras, en las que lleva aislado de la sociedad treinta años, a una gran corporación canadiense. En el proceso, afloran recuerdos y secretos familiares que han permanecido aletargados por el tiempo y el frío.

La película, que respira una atmósfera opresiva, fría y enrarecida envuelve a unos personaje que, si bien no están dibujados con precisión académica, están suficientemente retratados para poder avanzar en una historia que va ganando en ritmo e intensidad a la vez que aumenta su aleatoriedad en la resolución. Una evolución inversamente proporcional que descoloca, pero no llega a rematar la cinta hacia ninguno lado concreto. Una participante de carril en esta sección oficial.

Fuera de concurso se presentaba también Maniac Tales, una producción malagueña con la que el Festival cubre varias cuotas: la local, la de género y la de primera película (para algunos de sus directores). El resultado, de una pobreza técnica realmente sorprendente y bastante alejada de lo que se espera de una sección oficial, es una suerte de Historias para no dormir con ínfulas en las que sus responsables no consiguen disimular sus múltiples y sonrojantes carencias.