"NIÑOS PEQUEÑOS EN SUBURBIA"(Crítica de la película "Juegos Secretos ", Todd Field, 2006)

De alguien como Todd Field se esperan grandes cosas después de una película tan desasosegante y elegantemente filmada como «En la Habitación» que concurrió a varios oscars y tuvo una notable recepción por parte de la crítica. En esta «Little Children» (horrible y telefílmico título el de «Juegos Secretos» que le han encasquetado los lumbreras de la distribución española…; así que me niego a llamarla así) vuelve a sumergirnos en un vecindario típicamente americano en el que un exhibicionista deja la prisión para vivir en casa de su madre ante la estupefacción de sus vecinos, y en el que una aburrida ama de casa y un fracasado aspirante a la abogacía cometen adulterio para sobrellevar sus fracasadas y aburridas vidas. De este modo, y al igual que la novela de Tom Perrotta en la que se basa, Field vuelve a darnos su poético punto de vista acerca de las hipocresías, el puritanismo, el miedo y la idea del fracaso de los suburbios norteamericanos y sus parques infantiles, centro de reunión de humanos aburridos, miserables y llenos de sueños. Desde luego, nada nuevo bajo el sol, nada que no cubriesen ya películas como «American Beauty» (el summum de este «subgénero»), «La Tormenta de Hielo» (Ang Lee, 1997), «Eduardo Manostijeras» (Tim Burton, 1990) u otras más pioneras como «La Sombra de una duda» de Hitchcock o el «Terciopelo Azul» de David Lynch.
Sin embargo Field consigue sumergirnos a base de poesía visual y de grandes interpretaciones a la altura de una elegante puesta en escena que se detiene en primeros planos y largos diálogos entre personajes, en planos secuencia de gran pericia técnica, en cámaras lentas que subrayan las ansias sexuales y los afanes de eterna niñez de los inconscientes adultos que pueblan la historia y en un tono que oscila entre lo poético y lo sobrio. Hay momentos verdaderamente memorables como la escena de la piscina (terrible a la hora de hablar de los prejuicios y de cómo es imposible integrarse en una sociedad puritana, vil y malpensada) y otros de una maestría inigualable como los travellings que acompañan unas originales transiciones entre escenas para narrar el acercamiento entre los dos adúlteros protagonistas del film mientras llevan a sus pequeños retoños a la piscina. También significativa es la secuencia en la que un grupo de convencionales amas de casa hablan de «Madame Bovary» en una especie de círculo de lectura en el que los paralelismos con ellas mismas y con el personaje de Sarah en particular está claro y subrayado mezclando frases hirientes de una de ellas con los planos de Sarah y su amante haciendo el amor a hurtadillas. Todo ese derroche de sabiduría cinematográfica va unido a un malicioso sentido del humor que de nuevo parece concentrarse en la protagonista (impagable el momento en el que la Winslet descubre los restos de las masturbaciones de su marido o cuando se ilusiona cual niña pequeña con un bañador rojo que la hará más atractiva ante su objeto de deseo). De hecho, la mejor interpretación de un reparto bastante coral es la de Kate Winslet, cuya quinta nominación al Oscar y la carrera inigualable que lleva a sus espaldas la convierten en la mejor (he dicho bien, la mejor) actriz de su generación. Su Sarah es una mujer amargada, rebosante de sexualidad, divertida y cínica y profundamente cansada dependiendo del gesto o la mirada que la gran Kate nos quiera ofrecer. Del resto del reparto destaca el también nominado al Oscar Jackie Earle Haley, cuyo pederasta sobreprotegido por su madre en un intolerante vecindario es una muestra inolvidable de compasión, terror y pura lástima por el personaje. También tiene tacto el director a la hora de utilizar la música de Thomas Newman en pequeñas dosis y con toda la grandeza de este magnífico compositor que hace maravillas con sintetizadores y pianos consiguiendo un nivel de música impresionista y atmosférica inigualable ( y lo lleva haciendo casi 20 años, mejorando a veces películas absolutamente mediocres). Suyos son momentos bellísimos como el travelling subjetivo de Sarah cuando usa su bañador rojo por primera vez o el tenso y poderoso climax final.

Precisamente en ese climax es donde reside uno de los muchos fallos de una película que acaba resultando fallida quizá por un intento de abarcar demasiado. Moralista, demasiado blando para la trama que hemos ido mascando durante dos horas, el final hace que la actitud de algunos personajes sea forzada y poco creíble y que las espectativas de algo mucho más contundente se vean defraudadas. Además de una literaria e intrusiva narración en off que subraya lo que actores y cámara dicen sin problema, la película es demasiado larga y en su intento por abarcar numerosos aspectos cotidianos y personajes acaba dejando de lado a personajes fundamentales como los cónyuges respectivos de los protagonistas (Jennifer Connelly apenas tiene un momento de gloria interpretativa cuando sospecha, en primerísimo plano, que su marido y la Winslet están liados). A pesar de esos defectos notables que dejan un mal sabor de boca, no hay duda de que el director tiene buen ojo para observar a sus personajes, para convertirlos en gente palpable y tridimensional huyendo de los estereotipos y envolverlos en atmósferas opresivas y moralistas que parecen englobar la totalidad de la sociedad norteamericana, con sus miedos, fobias y amoralidades varias. Todo ello convierte a Todd Field en un más que interesante director que sin embargo ha de ser consciente de una cruda realidad: las películas sobre la América suburbana y sus habitantes empiezan a ser un material poco original.

VALORACIÓN: *** 1/2