Paco León urde en ‘Carmina y amén’ una tragicomedia sobre la España de nuestros días

La segunda jornada del Festival de Málaga prometía ser la más potente de esta edición y es posible que lo haya conseguido. El realizador vasco Mikel Rueda ha presentado la pequeña, sensible y personal A escondidas, una de esas agradables sorpresas que un certamen como este casi está obligado a deparar. Y, sí, Paco Léon ha presentado la esperadísima Carmina y amén, que supone un salto de gigante sobre su ya notable debut.

Paco León abordaba una empresa tremendamente complicada al realizar una secuela de su espléndida, irreverente e inesperada Carmina o revienta. Dos años después, la Carmina sigue siendo esa mujer indomable capaz de ponerse el mundo por montera para sacar su vida y la de los suyos adelante. El mismo desparpajo, la misma picaresca, el mismo desinterés por lo políticamente correcto. Está intacta Carmina en esta Carmina y amén que, en cambio, se ensancha y se hace más profunda. Más alta en ambiciones, más resonante en su caricatura, más afilada en los temas por los que serpentea.

Sabía muy bien Paco León que la segunda parte de su película no podía quedarse en la repetición de lo ya visto. La primera era rompedora y sorprendente, pero una vez consumida la ruptura y el asombro, la secuela estaba obligada a introducir nuevos elementos. Con enorme inteligencia, Paco León ha urdido un guión que cambia lo inesperado por lo inevitable, la vida por la muerte. Y frente a la muerte, Carmina no hace otra cosa que lo que mejor sabe hacer: vivir a dentelladas.

La cinta no se anda con rodeos: en su primera secuencia –rodada, por cierto, con una sobriedad exquisita– el marido de Carmina, ese que pensaba que “la vida es tan bonita que parece de verdad”, abandona apaciblemente este mundo. Y la Carmina, que siempre sabe lo que hay que hacer, decide esperar un par de días para dar noticia de su fallecimiento para cobrar la paga extraordinaria que está a punto de llegar.

A Paco León le preocupa tan poco la originalidad de su película que ni siquiera le ha preocupado ser original en el punto de partida. Hemos visto multitud de películas donde al muerto se le oculta por cualquier motivo, dando lugar a un enredo tras otro formando un vodevil tan escabroso como divertido. Carmina y amén se asoma a ese juego, pero muy pronto lo aparta para llegar mucho más lejos.

Esos dos días de duelo secreto sirven a Paco León para retratar la esencia misma de España y del momento en el que vivimos. La galería de personajes es fascinante. Empezando, claro, por el loro Bárcenas, al que Carmina enjaula para que no le ponga sus garras al muerto. O la regente de una negocio de masajes, que practica una espiritualidad de pacotilla que León confronta sutilmente a la religiosidad de Carmina. O, de nuevo, la amiga que en la primera película aseguraba ser íntima de la Reina, que permite a León mofarse aquí de la penosa situación por la que atraviesa la familia real.

También tiene aquí Carmina una antagonista. Si en la anterior era el cobrador del frac aquí es, simplemente, una vecina. Una mujer amable que con una sonrisa se ofrece a llevarle un dinero al banco. La misma sonrisa que al día siguiente sirve para negar dinero alguno. La misma sonrisa que a buen seguro habrá utilizado más de un director de sucursal para vender preferentes a un jubilado. O un constructor para colocar sus casas con goteras en medio de la nada. O un tesorero al pedir una mordida sobre una obra pública. La sonrisa del malvado. El malvado frente al pícaro. Y la férrea línea que les separa. Carmina sí, es una pícara. Es la encarnación de quien es capaz de trampear para corregir las injusticias del sistema. Pero el pícaro tiene moral. El ladrón sólo merece nuestro desprecio pues no se detiene ni ante la muerte.

La muerte otra vez. La parca llama a la puerta de Carmina con un tirabuzón argumental sobresaliente que lleva a la película al campo abierto de la tragicomedia. Sí, hay muchas risas, incluso en los peores momentos, pero también una emoción sincera y casi siempre natural. Sólo se puede acusar a León de haber querido atar la película con un final excesivamente peliculero después de una narración tan sobria y poco enfatizada.

20140322aescondidas Con la misma naturalidad y sin subrayados ha rodado Mikel Rueda A escondidas, la historia de amor entre dos chicos de 14 años, un chaval cualquiera, el otro también, pero inmigrante irregular que vive en un centro de acogida, lo que complica aún más las cosas.

A escondidas alberga el pequeño milagro de leer Romeo y Julieta y que no parezca manida, gracias a la sensibilidad y la mirada limpia que el director ha sabido imprimir a la película. También es grato su cruce con Oliver Twist, que cambia a Fagin por un traficante de poca monta.

Rueda pone el acento en la confusión en la que viven sus personajes -no sólo los protagonistas, sino también los de su círculo- y hábilmente traduce en un montaje no lineal, que va poniéndose poco a poco en orden al tiempo que los chavales comprenden lo que les ocurre y se sienten a gusto con ello.

Porque esta pequeña película no habla de sexo, ni siquiera de atracción. Pese a tener momentos que lo hubieran permitido de forma natural, Rueda no encuentra tensión sexual entre ellos y se fija únicamente en la espiral emocional por la que se precipitan sus inexpertos personajes. A escondidas mira al mundo y se deja sorprender por lo difícil de la vida.