Campanella juega una tosca partida de futbolín en la inauguración de San Sebastián

Arriesgada la decisión de este Festival de San Sebastián de inaugurar su edición con una película de dibujos animados como Futbolín. Lo primero que viene a la mente es la anterior ocasión en que un certamen de clase A proyectó una cinta animada: fue Up, la maravilla de Pixar, en Cannes 2009.

No se trata de hacer ningún paralelismo entre ambas, sino de celebrar que el cine de animación se codee en los festivales con el de imagen real, tal y como se codea en calidad e interés.

Y lo cierto es que interés no falta al acercarse a Futbolín, la primera película dirigida por el argentino Juan José Campanella desde la oscarizada El secreto de sus ojos, que precisamente compitió en San Sebastián en aquel mismo 2009. Aunque posiblemente es un triste recuerdo para este certamen: la película se fue de vacío de Donosti y en los Oscar derrotó a la Palma de Oro (La cinta blanca), al Gran Premio del Jurado de Cannes (Un profeta) y al Oso de Oro de Berlín (La teta asustada). Así que la proyección de Futbolín en la gala inaugural tiene cierto sabor a disculpas.

Salvando todo lo anterior, Futbolín adolece de dos defectos como película inaugural. El primero no tiene nada que ver con lo cinematográfico. Como cinta animada que es no tiene caras famosas con las que adornar la primera alfombra roja del festival. Este cronista se pregunta si esa es la razón de que se hayan cargado tanto las tintas con los invitados este primer fin de semana, dejando relativamente despoblado el tramo final. A saber: Annette Bening, Michelle Yeoh, Oliver Stone, Terry Gilliam y Hirokazu Kore-eda en el menú del sábado y esta noche bajo los focos del Kursaal.

El segundo defecto es que Futbolín no está, ni mucho menos, a la altura de Up. También es cierto que las películas inaugurales de San Sebastián en los últimos años no han pasado de correctas, siempre destilando esa sensación de que estaban allí por sus estrellas o por razones comerciales en las que mejor no indagar.

Arranca Futbolín con una divertida parodia de 2001, en la que los simios prehistóricos descubren por casualidad el fútbol. Pero en todas sus facetas, no sólo el simple juego con un objeto ovalado, sino también las pasiones que despierta en sus jugadores y, lo que es más extraordinario, en los otros simios que lo presencian desde una prudente distancia.

20130920futbolin2Tras el prólogo, arranca la auténtica narración, la que hace un padre a su hijo sobre un niño y su futbolín tuneado, un chaval con mal perder y la relación de rivalidad que se establece entre ambos, cuyas consecuencias serán fatales en el futuro. Y cuando ese día llega, los muñecos de plomo cobran vida para ayudar a su propietario a resolver la situación.

Nada nuevo bajo el sol, pues. ¿Pero es que una película necesita ser original para ser buena? Desde luego que no, y el propio Campanella parece tenerlo claro usando multitud de referencias a películas precedentes –desde Eduardo Manostijeras a La bella y la bestia, por sólo mencionar un par de ejemplos-. Bien se puede contar una vieja historia siempre que se encuentre un tono propio, un ritmo divertido, un enfoque nuevo o se logre amasar, sin más, una cinta meramente divertida.

Efectivamente, ese lado fresco y empático reside en los personajes, particularmente en las figuras del futbolín, ácidas parodias de los jugadores que pueblan los informativos de televisión. Y, por supuesto, ayudan las espléndidas escenas de los partidos, que sólo un amante del fútbol puede rodar. Nada que ver con el largo –y trucado- plano secuencia del estadio en El secreto de sus ojos, sino todo lo contrario: un montaje picado de planos muchas veces imposibles en una cinta de imagen real.

El problema es que Futbolín avanza a trompicones, con un ritmo tan pronto ligero y animoso como tan pronto estancado y repetitivo. Lo mismo ocurre con el sentido cómico que pretende recorrer toda la cinta, a veces fino y estimulante, otras de brocha gorda y tontorrón.

Y aún hay otro pecado más que extraña en un director como Campanella. Obsesionado con demostrar que el fútbol puede ser una metáfora de la propia vida y que está lleno de lecciones que aplicar fuera del terreno de juego, la película está cuajada de mensajes edificantes, moralejas de todo tipo y enseñanzas vitales: no hagas trampas en el juego, aprende a perder, juega en equipo, confía en tus mayores, no te dejes enredar por el dinero fácil, sé humilde… No sólo son excesivos en número sino que vienen acompañados de molestos subrayados en colores fosforitos.

Para dar una lección no hace falta escribirla en la pizarra. Basta con enseñar las orejas del lobo. Los espectadores, los niños, también deben aprender a interpretarlas solos.