‘La isla mínima’ se erige como una de las películas españolas del año

Alberto Rodríguez es el gran protagonista de la segunda jornada del Festival de San Sebastián con la proyección de La isla mínima, el exquisito thriller que presenta a competición. Protagonizada por Javier Gutiérrez y Raúl Arévalo narra la investigación del brutal asesinato de dos chicas en las marismas del Guadalquivir.

Rodríguez ya demostró su buen pulso para el policiaco en su anterior cinta, Grupo 7, que se desarrollaba en la Sevilla de la Expo 92. La isla mínima transcurre un poco más al sur y, sobre todo, diez años antes, en los primeros años de la Transición, cuando el país se esforzaba en superar los restos del régimen, debatiéndose entre la Democracia y el status quo caciquil. Y esa tensión se traslada cuidadosamente a la cinta, con la tensa relación entre los dos policías protagonistas, uno heredero del régimen, el otro encarnación de un país más joven y moderno.

Estos dos personajes antitéticos recorren un páramo tan extraño como fascinante, reconstruyendo el crimen, escarbando en las pistas, descubriendo personajes siniestros y perturbadores. Alberto Rodríguez teje la narración con una habilidad extraordinaria, enredando al espectador en un universo de pequeñas tramas, historias cruzadas, reflejos del pasado e infinidad, en fin, de fuegos de artificio que le dejan durante dos horas pegado a la pantalla.

Pero al encarrilar su resolución, La isla mínima se atropella un poco y opta por apuntar a un culpable fácil. Aún así, la cinta deja el sabor del cine mayúsculo, la películas hechas con oficio, talento, trabajo e inspiración, apoyado en unos actores de extraordinario talento y capaz de trascender de su literalidad. Una joya.

Transgénero despreocupado

La segunda película del día supone el regreso de François Ozon, un año más, a San Sebastián. Mientras el año pasado era la sección Perlas la que acogía el estreno del francés, este año supone el regreso del realizador a la sección oficial tras ganar la Concha de Oro con En la casa hace dos años. En esta ocasión, Una nueva amiga aborda el tema transgénero en una liviana comedia que tiene en su aparente superficialidad y divertimento su mayor baza.

La vida no siempre se presenta de la mejor forma posible. Tampoco de la peor. Y mientras la segunda suele ser tristemente una constante en las cintas que abordan la problemática LGBT, se agradece que el panorama ofrezca propuestas algo más despreocupadas, pero no exentas de valor. El perverso (en su mejor acepción) trabajo de François Ozon con la historia, resulta un retrato de la nueva generación de la clase media francesa, esa cuyas luces y sombras son menos duras que sus antecesores, esa que está dispuesta a cambiar las cosas (solo si lo ven necesario) y que abraza con incrédula y aparente normalidad lo que en otras épocas nunca hubieran pensado comprender.

La construcción de la pareja de personajes protagonistas y el juego de roles a los que el director los somete es un divertimento interpretativo al que incluso el propio realizador no puede evitar unirse a través de un cameo en la película de lo más revelador. Una nueva amiga es, por lo tanto, una subrepticia alabanza al colectivo LGTB que lucha por su visibilidad y aceptación, pero también a las nuevas generaciones que, sin poder renunciar a las rémoras del pasado, hacen todo lo posible por normalizar la situación, aunque sea a costa de amoldarlas a su propia realidad. Todo esto revestido de un tono de comedia con algún tinte dramático que se hace tremendamente ágil y unos actores (en especial la pareja de protagonistas) en estado de gracia.

La vida y la muerte

El trío de sección oficial de hoy lo completa Silent Heart, la nueva cinta del danés Bille August, que aborda la despedida de un ser querido en unas circunstancias excepcionales. August encierra a una familia en una casa de campo en la que, al terminar el fin de semana, la matriarca va a poner fin a su vida antes de que una enfermedad degenerativa y terminal la desposea de su libre albedrío. Sus dos hijas con sus consortes, su nieto, su marido y su mejor amiga celebran la despedida de quien ya pronto no estará.

August retrata la situación sin sentimentalismo alguno, con la mejor sobriedad del cine nórdico, permitiendo a sus actores que exploren y vivan cada momento. Silent Heart es una película delicadamente clásica en su factura, pero radical en sus intenciones, profundamente conmovedora y exquisitamente real. Debería ser una presencia indiscutible en el palmarés de esta edición.

Fernando de Luis-Orueta / Pablo López