Álex de la Iglesia pierde la cordura en ‘Mi gran noche’

La grabación de un programa especial de Nochevieja es el entorno que ha elegido Álex de la Iglesia para ambientar su enloquecida última película, que se presenta en Donosti dentro de la Sección Oficial pero fuera de competición. Parece el entorno perfecto para plantear una comedia que mezcla screwball con vodevil y brocha groda y lograr una desternillante película en la que cabe prácticamente todo menos la cordura.

El único personaje aparentemente cuerdo es el de ese figurante en paro (Pepón Nieto), el hombre normal, al que llaman de una ETT para sustituir a otro figurante que ha sufrido un accidente en la grabación del programa, que ya lleva en marcha una semana de invitados encerrados, realizadores enloquecidos, parejas de presentadores que empiezan a putearse y estrellas que no admiten que nadie les haga sombra. La rivalidad entre estrellas es uno de los puntos fuertes de la película. Alphonso, con ph (Raphael), un cantante consolidado, ve ese estrellato en peligro cuando un joven cantante que triunfa con un tema de electro-latino consigue la primera actuación después de las campanadas, y utiliza muy malas artes para evitarlo, sin saber que hay un fan (estupendo Jaime Ordóñez) que quiere matarle.

Pero estos son sólo dos de las líneas de acción de la obra de De la Iglesia, una película con un argumento que se queda en un conjunto de situaciones rocambolescas in crescendo y que se disfruta gracias al buen hacer de todos los actores (desde Carmen Machi y Carmen Ruiz a Mario Casas y Enrique Villén) y a un guión que no deja respiro, porque siempre está sucediendo algo en pantalla. No contentará a los fans de Álex de la Iglesia, los que aprecian El día de la bestia o La comunidad, pero sí agradará al público en general, que se verá recompensado con un buen rato de comedia inteligente y bien interpretada.

 Una comedia echada a perder

La película de los hermanos Larrieu 21 nuits avec Pattie narra el viaje de una mujer para enterrar a su madre, casi una perfecta desconocida que en sus últimos años vivía en un pueblo igualmente ignoto. A su llegada le espera Pattie, de su misma quinta, pero con una mirada sobre el mundo y, en particular, sobre el sexo que transforma en poco tiempo a nuestra protagonista. El choque de trenes es realmente divertido y, aunque lo hemos visto muchas veces, funciona y despierta buenas risas.

En cambio, la trama paralela y con vocación de central fracasa estrepitosamente: la desaparición del cuerpo de la difunta jamás llega a provocar en el espectador ningún tipo de curiosidad y menos interesa aún la vocación de trascendencia que encierra este misterio. Al final, esta zona gris de la película termina por cegar a la comedia y la media hora final de 21 nuits avec Pattie es un aburrido viaje hacia ninguna parte.

La propuesta de Rúnar Rúnarsson en Sparrows, por su parte, es la historia de un adolescente de dieciséis años que debe regresar al pueblo donde nació a vivir con su padre ya que su madre, divorciada, va a abandonar el país por trabajo. En su reencuentro con las raíces, Ari, que así se llama el protagonista, descubrirá que su padre ha sido víctima de la crisis y que el entorno al que deberá amoldarse no es el más adecuado. El punto de partida, aunque interesante y sencillo, es lastrado por la propuesta del director, que maneja los ritmos de la narración con una cadencia intermitente y plasma en imágenes el sencillo y tranquilo paisaje rural islandés y su tendencia al tedio. En cualquier caso, aún sin ser una película para todos los paladares, el resultado es el viaje iniciático crudo, duro y áspero de un adolescente despojado de los lujos de la vida moderna en la ciudad con un reparto solvente que colaboran, con su trabajo, a la sordidez del universo que Rúnarsson arma alrededor de su protagonista.

 

María Pérez / Fernando de Luis-Orueta / Pablo López