‘High Rise’ y ‘El niño y la bestia’ agitan la competición de San Sebastián

El Festival de San Sebastián alcanza su ecuador con la proyección de tres películas tan dispares como, en algún sentido, opuestas entre sí. En High Rise Ben Wheatley retrata un mundo caótico y dominado por el individualismo en su faceta más sangrante; en El niño y la bestia Mamoru Hosoda dibuja un hermoso cuento con el que habla del aprendizaje, la familia y la fuerza para superarse a uno mismo, entre otras muchas cosas; y con El apóstata Federico Veiroj se fija en la pequeña odisea de un joven que quiere tomar las riendas de su vida.

Ante el reto magnífico y largamente acariciado de llevar al cine la novela de J.G. Ballard High Rise, el británico Ben Wheatley no se ha achantado y ha optado por urdir junto a la guionista Amy Jump (ambos han escrito y montado la película) un relato excesivo y muchas veces enloquecido sobre un edificio piloto que reproduce con ilusión de virtuosismo la escala social: de los pisos inferiores a los superiores, a más dinero más altura, con servicios comunes como el supermercado o el gimnasio que no están en la base del edificio sino en las plantas intermedias, como lugar de encuentro de los hombres para satisfacer sus necesidades.

Pero lo que debería de funcionar como un lugar próspero y ejemplar enseguida se corrompe por el individualismo y la rivalidad más absurda. El sexo y la envidia hacen de acelerantes y poco a poco el lugar se convierte en un campo de batalla y desolación. Wheatley retrata este proceso con todo tipo de excesos y, en cierto modo, divertimentos con los que siempre corre el peligro de alejarse de sus intenciones primeras pero que finalmente es capaz de llevar hasta el final con buen pulso.

Con un reparto impecable, desde el infalible Tom Hiddleston al siempre imponente Jeremy Irons, pasando por los eficaces Sienna Miller, Luke Evans o Elisabeth Moss (que se ha trabajado un espléndido acento británico para la ocasión), el espectador vive cada recoveco de la perversión de este destino. Mención aparte merece la impecable ambientación retrofuturista (nada que no hayamos visto antes, pero no por ello menos brillante) y la partitura de Clint Mansell, que evoca a la música de cámara barroca hasta cuando versiona el ‘S.O.S.’ de Abba. Una cinta estimulante que ha puesto las pilas a esta descafeinada edición del Festival.

Belleza, maestría y brillantez

Mamoru Hosoda ha tenido el privilegio de ser el primer autor de animación a concurso en la historia del Festival con El niño y la bestia, una fantástica fábula de descubrimiento personal en la que un niño en el umbral de la adolescencia repleto de ira y desesperanza tras la muerte de su madre y un oso guerrero incapaz de seguir las reglas del mundo feudal de bestias en el que vive bajo la Tokio actual están obligados a entenderse y a ayudarse recíprocamente para conseguir sus metas.

A pesar de lo incongruente que pueda parecer sobre el papel, El niño y la bestia es una cinta amable, delicado y con poso que, como es costumbre en la animación japonesa, se nutre de la imaginería popular y tradicional nipona para acercar al espectador de todas las edades una enseñanza final dentro de un marco de aventura, buddy-movie y toques de humor.

No hay nada especialmente original en la historia de estos dos personajes, pero la belleza, maestría y brillantez en el pulso narrativo de Hosoda hacen de El niño y la bestia una imaginativa propuesta que discurre firme y segura por un terreno harto conocido por los responsables, algo que no siempre está al alcance de todas las propuestas que han pasado por la sección oficial del festival y que supone una apuesta segura. Menos riesgo a cambio de mayor eficacia.

Metáfora sobre la ruptura

El apóstata es la tercera película que el uruguayo Federico Veiroj trae al festival, tras Acné y La vida útil, y la primera en sección oficial. Utilizando como excusa argumental los enrevesados trámites por los que tiene que pasar una persona para apostatar, Veiroj, con un guión escrito en parte también por el protagonista Álvaro Ogalla, construye una metáfora sobre la ruptura con un determinado tipo de vida, que incluye familia, tradiciones, recuerdos, para construir una nueva. Si bien se ve con agrado gracias a los abundantes momentos de humor irónico y a ratos surrealista y a las buenas interpretaciones, la película no pasa de una anécdota mona que tendría mejor cabida en otras secciones.

Fernando de Luis-Orueta / Pablo López / María Pérez