Bayona deslumbra al cerrar su trilogía sobre la maternidad y la muerte

Fuera de concurso como aconsejan su presupuesto y sus ambiciones, Un monstruo viene a verme ha llegado al Festival de San Sebastián causando ríos de lágrimas y sincera admiración por el oficio de J.A. Bayona tras la cámara. El tercer largometraje del director español es su película más redonda y homogénea, la más inteligente y sensible. El reto era difícil: Un monstruo viene a verme quiere ser heredera de las películas más características de Spielberg hasta el punto de citar a E.T. expresamente (“Estaré aquí mismo”, se llega a decir en un momento clave). Lo tremendo del caso es que lo consigue.

Protagonizada por el joven Lewis MacDougall, al que acompañan Felicity Jones como su madre y Sigourney Weaver como su abuela, narra la historia de un chico de 13 años cuya madre madre está muy enferma y que sufre acoso (buylling, por ponerse al día) en el colegio. Una noche recibe una visita muy peculiar: el viejo tejo del cementerio saca sus raíces del suelo, camina hasta su ventana y le anuncia, cual personaje de Dickens, que le visitará tres veces para narrarle tres historias y que a cambio él deberá contarle una cuarta, que habrá de ser la confesión de su secreto más doloroso. Como ya habrá adivinado el lector, los relatos del árbol (con la sugerente voz de Liam Neeson) servirán de parábolas con las que el muchacho aprenderá a enfrentar sus miedos.

Nada nuevo, pues en el planteamiento. Tampoco en la realización. Pero el mérito está en el resultado. Bayona rueda el guión de Patrick Ness (basado en su propia novela) con elegancia clásica, haciendo uso generoso de la música de Fernando Velázquez (puede que menos generoso que en Lo imposible, pero aun así lleno de subrayados), dejando que sus actores se expresen, que el arte luzca y que los efectos visuales fluyan y se integren. Es obvio que Bayona busca la emoción del público, a ser posible sus lágrimas. Pero lo hace con tan buen gusto que hasta se agradece.

El tema, desde luego, se presta al desconsuelo: por tercera vez Bayona aborda ese punto donde se cruzan dos temas tan sensibles como la maternidad y la muerte. Pero después de la prometedora El orfanato y de la valiente Lo imposible, Un monstruo viene a verme va un paso más allá y afronta cara a cara el desenlace inevitable de esa encrucijada. Causa dolor, claro, pero también esperanza.

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La enésima película en este festival sobre adolescentes inadaptados y violencia, Jesús, es la segunda en la filmografía del director chileno Fernando Guzzoni. Jesús es un adolescente chileno aficionado al baile de grupo y de vida errática consistente en no trabajar, no estudiar, drogarse, tener sexo y engañar a su padre. Nada que no suceda en cualquier capital del mundo. Una noche el grupo de pequeños gamberros que forma con sus amigos, capitaneado por un chico algo más mayor y de tendencias violentas, pega una paliza a un joven al que encuentran borracho en un parque, y tras un par de días de cargo de conciencia, Jesús tiene que recurrir a su padre, con el que tan mal se lleva, para que le ayude.

Jesús es una crónica naturalista, oscura y confusa cuyos mayores aciertos son la fotografía, compuesta de primeros planos (muchos cogoteros), el cambio de foco del hijo en la primera parte al padre en la segunda, y dos interpretaciones principales muy creíbles, sobre todo en el caso del adolescente Nicolás Durán en su primer protagonista. Pero su mayor lastre es la poca originalidad y poca aportación al tema desde el punto de vista narrativo. Nada que no hayamos visto antes.

Fernando de Luis-Orueta / María Pérez