El ‘Snowden’ de Oliver Stone entretiene pero no interesa

Poder, guerra y espionaje están muy frecuentemente presentes en la filmografía de Oliver Stone, así que el caso de Edward Snowden, el soplón que reveló al mundo entero la existencia de programas desarrollados por la CIA y apoyados por el gobierno de EEUU. para tener a los ciudadanos bajo control parecía venirle como anillo al dedo. El muy curtido director estadounidense presenta en Snowden a un idealista defensor del papel preponderante de EEUU como salvador del mundo que se va desencantando y perdiendo ese idealismo a medida que va conociendo los entresijos del poder.

Al principio se ve atraído por el halo romántico de la servidumbre a la patria, y sin duda por el buen dinero que ofrece facilitar el funcionamiento de los mecanismos de poder además de la posibilidad de dedicarse a la programación. En su formación como agente de inteligencia conoce a sus dos padrinos, dos figuras antitéticas que ejercen en el la misma fascinación: un renegado del espionaje que ha sido relegado a la enseñanza (Nicolas Cage) y un jefazo de modales impecables que representa la ideología de la CIA en su lado más perverso, la que justifica con razones aparentemente irrebatibles las mayores atrocidades.

Como en un thriller político de manual, Snowden va descubriendo los abusos que se cometen con la democracia y la libertad como banderas de pega, hasta que trama esa solución final que todos conocemos y que es la que salió en los periódicos en diferentes entregas. Un importante papel de ese desencanto lo juega la novia de Snowden, de ideas más izquierdistas, que es también su único contacto con el mundo exterior.

Pero Snowden es una ficcionalización de los hechos que se apoya básicamente en los artículos que se publicaron (los de The Guardian, que fue el periódico elegido por el joven informático) y en las declaraciones posteriores. Es una película de intriga muy eficaz y de ritmo trepidante que en realidad a los que estuvieron informados del caso en cada momento no les contará nada de interés que no supieran, y que tampoco ofrece mucha reflexión ni solución sobre todo aquello que plantea, y que resume en el discurso final del verdadero Snowden desde su escondite en Rusia (minipunto para Stone).

Ninguno de los personajes, salvo Snowden, tienen una presencia o un desarrollo interesante, y Joseph Gordon-Leavitt lucha contra él mismo para imitar su voz, algo que lastra bastante su credibilidad como el freak ligeramente asocial que protagoniza la historia. En definitiva, la película entretiene pero no deja poso. Bueno, sí, pero el mismo de siempre.

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La argentina El invierno, de Emiliano Torres, sin embargo, es una película que se apoya más en las imágenes que en la palabra y en la acción. Un rancho patagónico que se dedica a las ovejas tiene como capataz a un inglés que roza la edad de jubilación; en un momento de la primavera llegan las cuadrillas de esquiladores que van a sacar la lana para vender, un grupo de hombres embrutecidos, rudos, bebedores y pendencieros, salvo uno que destaca por su calma y su soledumbre. Cuando su trabajo termina, el viejo capataz es reemplazado por este joven taciturno. El viejo queda desposeído de la única vida que ha conocido, y el joven gana una vivienda y un trabajo.

Pero la Patagonia que muestra El invierno no es la que muestra las guías turísticas. Es una tierra dura, inhóspita, fría, y el rancho de las ovejas es un lugar de destierro y de soledad, que termina alejando al que trabaja en ella de su familia y de todo. En un momento dado, y con un leve tono de thriller que se agradece, empiezan a suceder en la hacienda inexplicables hechos violentos (la desaparición de los perros, la muerte de un caballo, el allanamiento de la vivienda), los cuales llevan al joven capataz a rastrear al culpable.

La bella fotografía compuesta a base de planos panorámicos que inciden en la crudeza y la soledad de las tierras, del inhóspito páramo de la Patagonia, retrata a unos personajes que acaban siendo tan agrestes como el paisaje, pero que, a pesar del aislamiento, acaban siendo víctimas de la ley del mercado, que desposee hasta las almas más aisladas del planeta de su único medio de vida. Está poblada de impactantes metáforas visuales, como la del viejo capataz mirando fijamente a un barco herrumbroso varado en la costa, impresionantes imágenes que invitan a la reflexión y hacen que el frío entre bien en el cuerpo.