San Sebastián pone el foco en el fracaso de lo público

En la segunda jornada de la competición del Festival de San Sebastián coinciden dos películas aparentemente separadas por medio mundo -literalmente- pero que, en realidad, parten de lo mismo: el poder público mal entendido y peor ejercido. La española El hombre de las mil caras, de Alberto Rodríguez, recrea con acertada concisión el complejísimo escándalo de Paesa y Luis Roldán, aquella rocambolesca fuga que terminó aparentemente en Laos, y que sacó los colores a un país que se creía maduro pero que en realidad seguía retozando en el Tormes. Mientras, la china I am Not Madame Bovary, de Xiaogang Feng, satiriza sobre la administración (china, pero reconocible desde cualquier lugar) cuya incompetencia convierte un litigio anecdótico en una tragedia lamentable.

La imagen de Francisco Paesa que nos mostraban los telediarios y periódicos de la época chocaba de bruces con la imagen cinematográfica y novelesca del espía como un hombre con glamour, sofisticado e inteligente. Pero ahí teníamos una realidad: los espías, por cutre que nos pareciera la realidad, existían. Con ese pelo mal cortado, esos trajes de Simago y fumando como carreteros. Aun así, quedaba la mosca detrás de la oreja. Y eso es lo que viene a reflejar El hombre de las mil caras, ese espía que trabajó para el gobierno que en realidad no era más que un timador, que tomó el pelo fabricando una realidad con la que llegó a truncar la carrera política de un hombre tan ambicioso como Belloch, y sumergió más aún en el lodo a un gobierno que ya tenía las manos demasiado manchadas tras varios años de escándalos de contraterrorismo y corrupción. Es un asunto tan atractivo desde el punto de vista cinematográfico como poco habitual en el cine español eso de revisar la historia reciente e intentar ofrecer algo más de lo que podemos encontrar las hemerotecas, y tenía que ser Alberto Rodríguez, que parece no achantarse ante nada después de La isla mínima, el que lo hiciera.

El hombre de las mil caras toma como punto de partida a un Paesa acabado tras el asunto de los GAL y convertido en un timador de poca monta y lo eleva a las alturas de pergeñar una de las mayores estafas que se recuerdan en la España democrática. La omnipresente voz en off (de José Coronado), que intenta justificarse en aras de una mayor comprensión de la intrincada historia, no deja de parecer un recurso fácil, aunque sí es verdad que a lo mejor el metraje de la película se hubiera disparado para tener que incluir lo que en realidad sucedió en esos 310 días de desaparición de Luis Roldán y su dinero. Salvo eso, todo lo que ocurre parece oportuno: el ritmo bien medido, la división por capítulos, los importantes silencios, la contextualización histórica, la ambientación, las imágenes de archivo, la fotografía y la música (que recuerdan a las de los mejores thrillers políticos de los años setenta). Solamente se puede poner alguna pega en los diálogos, de expresiones a veces un poco impostadas, el maquillaje, que perjudica a algún personaje, y la elección de algún que otro actor (Marta Etura no logra coger el tono a su personaje y Luis Callejo queda desdibujado como Belloch tras ese maquillaje atroz).

Sin embargo, Eduard Fernández no sólo construye un Paesa creíble a partir de los pocos documentos gráficos que se tienen sobre él y que le han dado ese aura de enigma. Se recrea en él, se divierte y nos divierte, desde la forma de hablar a la de andar, hasta la de fumar o sonreír. Gracias a él y a la impresionante labor de Alberto Rodríguez estamos ante la que sea quizá la película española más importante del año y sobre todo una cinta necesaria que esperamos que, tras el precedente de La isla mínima, tenga una continuidad en el futuro, sea en la filmografía del director sevillano o en la de cualquier otro que lo haga con esa firmeza, sabiduría y osadía.

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El título de I am Not Madame Bovary resulta algo engañoso. El parentesco de esta película de Xiaogang Feng con el libro de Flaubert es limitado: su protagonista es acusada por su ex marido de adúltera con el calificativo de “Pan Jinlian”, el nombre de un personaje de la novela china El ciruelo en el vaso de oro que ha quedado en la cultura de su país como referente de la mujer amancebada. De ahí que los traductores hayan buscado el paralelismo con Madame Bovary. Pero eso es todo.

La cinta de Xiaogang Feng es una sátira estilísticamente sofisticada sobre el funcionamiento (aunque esa palabra pueda ser mucho decir) de la burocracia y, peor, de los burócratas. Una mujer pide ayuda a un juez con el que le une un lejano parentesco para que le conceda el divorcio. Lo más raro es que ya está divorciada, pero explica que aquel fue un acto ficticio para conseguir un segundo piso. Pero hete aquí que el marido cambia de planes y se casa con otra mujer. La sentencia da por válido el divorcio, lo que lleva a la protagonista a querer demandar al juez. Acude a la instancia superior, y no satisfecha con su respuesta, a otra superior para demandar a las dos anteriores. Y así hasta plantarse pancarta en mano ante el Comité Nacional del Partido.

Lo curioso es que Feng narra estos avatares con sorna, permitiendo al público reírse de la parte más absurda de la realidad como si fuera Capra o, más cerca, Berlanga. Pero encierra su sátira en un formato circular -tunelvisión dicen algunos- que recuerda a las pinturas tradicionales chinas y también al luopan, la brújula del feng shui, símbolo más que adecuado para el retrato de esta mujer sin rumbo. Este formato sólo se convierte en un cuadrado en las secuencias que transcurren en Pekín y crece hasta llenar la pantalla en el epílogo. Pero es inevitable pensar que estas bellísimas imágenes buscadamente pictóricas tienen más sentido plástico que dramático y que, al final, el bello -y por cierto, larguísimo- metraje son más un capricho del director que otra cosa.

En su parte final, I am Not Madame Bovary se quiebra bruscamente y donde antes había sátira de pronto hay tragedia íntima y áspera. Un corte abrupto e inesperado que amenaza con romper el discurso del resto de la película pero que lo salva un inesperado giro final que arroja nueva luz sobre los acontecimientos y que, al fin, eleva la crítica a los más altos estamentos del sistema: injusto y cruel, diseñado para que los mediocres medren y lo expriman. Aquí y en la China Popular.

María Pérez / Fernando de Luis-Orueta