Festival de Málaga 2009

‘Trash’, como ‘Crash’, una brillante trampa

Superado el ecuador del Festival de Málaga, hoy se ha proyectado a concurso la primera cinta que huele seriamente a premio: Trash, del debutante Carlos Torras, sigue fidelísimamente la estela del Crash de Paul Haggis: es un hábil retrato de la vida de la vida y las soledades de una gran ciudad pero es igualmente tramposa. También se ha pasado Siete minutos, de Daniela Féjerman, que se ve con la misma facilidad con que se olvida.

Volviendo al tema de Trash/Crash, Como Haggis, Carlos Torras retrata la vida de un grupo de personas relacionadas entre sí: una mujer enferma de cáncer (Assumpta Serna) con dos hijas; la primera de ellas (Marta Solaz), embarazadísima y casada con un empresario (David Selvas) al que enredan en juergas con prostitutas; la segunda (Judit Uriach) se ve obligada a romper con su novio (Óscar Jaenada) cuando le descubre acostándose con otra. Nótese que ninguno de los persojanes tiene voluntad, todos son auténticos peleles a los que les pasan cosas, sin que nunca ejercer el libre albedrío y jamás tomen una decisión. Esta parte es la más interesante del retrato que hace Torras.

La otra cuestión que aborda es el amor o, más bien, la falta de él. También es bastante acertada, aunque resulta un relato ya conocido. Así, a este cronista le resulta mucho más profundo y terrible el que Cesc Gay hizo en En la ciudad, que comparte escenario urbano con ésta. Hay aún dos temas más que recorren la cinta: las drogas que destruyen a los jóvenes y que, en cambio, ayudan a la enferma de cáncer a afrontar su enfermedad; y el sexo, que es la obsesión hedonista de sus flácidos personajes.

Hasta ahí, pues, la película de Torras es brillante, rodada con buen estilo buscadamente contemporáneo, con un fantástico tratamiento visual de Arnau Valls y una brillante música de Santos Martínez. Todos los actores funcionan perfectamente en sus papeles, en particular la debutante Judit Uriach. Todos los engranajes, pues, perfectamente engrasados para colarle al espectador la trampa final. Como ocurría en Crash, o en la igualmente oscarizada Slumdog Millionaire, Torras se deja caer por la pendiente del efectismo. La mujer embarazadísima se pone de parto y el anuncio de la llegada de esa nueva vida –manido símbolo de la esperanza- empuja a sus personajes a la redención, sin importar si está postrados en una camilla, en un arrebato de lujuria o a punto de arrojarse desde un puente. El triple salto mortal con tirabuzón que se marcan en la parte final del largometraje resulta particularmente irritante pues no había necesidad de ella. En lugar de redondear la narración con un final honesto y adecuadamente fatal, el director y coguionista prefiere forzar una historia de redención. Una trampa que arruina en el último momento lo que podría haber sido un terrible retrato de esta sociedad en crisis (y no hablamos necesariamente de economía).

La segunda cinta del día, Siete minutos, tambíen aborda la soledad y la falta de amor en nuestros días pero con la forma de una comedia intrascendente. Escrita por la propia diectora, Daniela Féjerman, y la nueva ministra de Cultura, Ángeles González Sinde, retrata a un grupo de solteros que acuden a un encuentro de citas rápidas: siete minutos para ligarse al interlocutor. Tal vez el texto retrate mejor las soledades de sus personajes. A la pantalla no llegan más que accesoriamente mientras se esfuerzan denodadamente por hacer chistes que no siempre llegan. Merece la pena, eso sí, destcada el trabajo de algunos actores, en especial el de Toni Acosta, habitual de los escenario y la televisión a quien ojalá empecemos a ver más amenudo en la gran pantalla.