‘Earwig’: un fascinante y enigmático relato de terror

'Earwig'
Subyugante
Un relato de terror sin muchas explicaciones pero visualmente hipnótico
4
Enigmática y fascinante

La directora francesa Lucile Hadžhalilović ha llegado al Festival Internacional de Cine de San Sebastián y nos ha dejado los ojos como platos. Su Earwig es un cuento desolador lleno de enigmas que, aunque a lo mejor se pase de críptico, mete al espectador tan dentro de esta historia de enfermedades infantiles y duelos que sus imágenes y sus sonidos se quedan en la cabeza durante varios días. Basada en una novela corta del escritor y escultor franco-belga Brian Catling, Earwig, se sitúa en la Lieja, después de la Primera Guerra Mundial, en un piso antiguo sin apenas muebles ni adornos, salvo una alacena con una cristalería y un cuadro de una mansión.

En ese apartamento viven Albert, un hombre solitario y parco en palabras y con permanente mueca de desagrado (o tristeza), que está al cuidado de una niña con una enfermedad de las encías que obliga a Albert a reponerle varias veces al día una dentadura de hielo. A la casa de vez en cuando llama un hombre que le da instrucciones de que la niña ya está preparada para volver a la casa, por lo que Albert tendrá que instruirla mínimamente para salir a la calle y vestir zapatos y abrigo. A partir de ahí, la película se convierte en una sucesión de enigmas visuales sobre los que la directora construye una narración en la que se mezclan flashbacks del pasado, conversaciones extrañas con desconocidos y escenas violentas que derivan en uno de los momentos más retorcidamente sensuales que uno pueda recordar.

Y todo ello en medio de una atmósfera claustrofóbica construida gracias a la fabulosa fotografía de Jonathan Ricquebourg en penumbra y claroscuros, que se recrea con precisión de cirujano en el plano corto, y al diseño del sonido de Ken Yasumoto que se regodea en un silencio en el que restalla el castañetear de dientes de la niña o los sonidos de la precisa manipulación de la dentadura de hielo cuando Albert se la cambia, salpicado de melodías intrigantes compuestas por Warren Ellis.

No se comprende demasiado de lo que sucede y a la directora tampoco parece que le preocupe esa comprensión. No hay asideros visuales ni narrativos para una posible explicación, pero la experiencia es tan surrealista y fascinante que no solo valen todas las conclusiones sino que la película puede hacer una aparición sorpresa en el palmarés del certamen oficial.