'Night Flowers'

Carta a un posible espectador

'Night Flowers'A ti, posible espectador,

Esta noche necesito escribirte así que me he lanzado al teclado, sin saber quién eres. Llevo pensando demasiado tiempo en ti, ahora que el tráiler y el corto ven la luz, como para seguir pretendiendo que no existes. Está claro que cualquier historia necesita de un oyente o un espectador. Alguien al otro lado. En este caso podrías ser tú. Así que aquí estoy, escribiéndote. Sé que a ti no te interesa lo que voy a explicarte, son jamacucos de creador, los bastidores detrás del decorado, y a ti lo que te gusta es la magia de la mentira (lo que se llama cine). Haces bien. Pero bueno, yo ahora voy a montarme la película de que me escuchas con atención y de que te mueres por comprenderme. Si no, no hay manera de que me fluya esta carta.

Night Flowers (o Flores nocturnas, lo que tú prefieras), nace de una imagen que me poseyó en el asiento del copiloto de un coche en el que iba a localizar una casa residencial para un corto que nos traíamos entre manos: una travesti corriendo de noche con una maleta calle abajo, desesperada. Ese fue el germen de esta historia, directo y conciso. Como un disparo.

Se apareció, sin más.

Hace 11 años, cuando rodé este corto, yo no era travesti, aunque conocía a algunas. No me gustaba maquearme los labios para salir por la noche. No me ponía pelucas. Tampoco tetas. Ni siquiera me había probado unos tacones. Me había comido ya varias pollas, eso sí. Pero tampoco es que sea vital jamar rabo para rodar un corto de travestis. Yo era un simple estudiante de cine en Los Ángeles abonado a lo que hacen todos los estudiantes de cine: la creación guerrilla. Es decir, intentando hacerlo todo sin tener ningún medio a mi disposición salvo muchas ganas y subidones de pasión. Hay días en los que echo de menos esa arrogancia inconsciente, ahora que todos somos tan serios, la valentía descarada de atreverse con todo. El no tener como mecanismo de llegar donde las posesiones nunca permiten.

Poco a poco, a raíz de esa imagen, intenté contestar a sus preguntas. Algo que suena manido pero que es verdad. Principalmente la referida a dónde iba esa travesti desesperada con la maleta. El resultado, las posibles respuestas, es este corto que he tardado 11 años en terminar. ¿Por qué tanto tiempo? Ni siquiera yo tengo una respuesta para dar. Sólo sé que durante más de cuatro meses (lo que duró la escritura, preparación y rodaje) viví obsesionado con Lula (la prota, una especie de Jack Lemmon y/o Dorothy de El Mago de Oz travestida) y su mundo (una mezcla colorida de filias, fobias, oscuridad luminosa, sexo, drogas, neones, verdes y rojos, emociones, lumpen y alegría). El mundo que estás a punto de descubrir. Después, la vida siguió su camino: yo dejé atrás California con un diploma en cine, volví a España y el corto descansó durante 11 años en sus latas, con el negativo cortado y la post-producción sin terminar. Como un invitado del que a veces te olvidas, callado en su esquina. Supongo que hubo parte de miedo, recelo al fracaso, frustración ante la imperfección del material, auto-exigencias desmesuradas, incertidumbre, inseguridad… muchas cosas. Ahora he aprendido que librar algunas batallas toma eso, once años.

Recuperarlo y vestirlo definitivamente ha sido algo que tenía pendiente desde hacia mucho. Conmigo mismo, principalmente. El mundo digital y sus avances me han permitido hacerlo. Ha sido un viaje al pasado teñido de futuro. Me he re-encontrado con quien yo era y con todos los personajes que creé en un momento dado de mi vida. Me he visto en ellos y he experimentado (desde la perspectiva que dan los años) aquello que siempre quise contar: un cuento de hadas un poco punk y surrealista que hablase de los sueños, de la valentía, de la amistad y de la capacidad de ilusionarse para poder sobrevivir. Cuatro cosas que, curiosamente, siguen siendo igual de importantes para mí ahora. Un cuento que narrase, en clave cómica y cercana, incluso amable, aquello que nos mueve a todos en la vida: los anhelos. Y que lo hiciese con un envoltorio lo más alejado posible a nuestra realidad (a no ser que seas puta y travesti, en cuyo caso, ésta será tu realidad diaria). Lo más importante para mí era conseguir que penetrases en un mundo desconocido, un poco cerdo y friki. Para, poco a poco, a través de la historia y sus personajes, ir desnudándolo todo y mostrando su parte más humana. Como dijo un buen amigo que lo vio hace poco: “Este corto aunque vaya de tetas, no va de tetas”. Sus temas son otros. Porque en el fondo, Lula somos todos. O así lo veo yo. Y la búsqueda de esas tetas no deja de ser una metáfora (como cualquier otra) de aquello que llamamos felicidad. Eso fue lo que siempre quise hacer. Y detesto los mensajes en las películas. Pero como cuento de hadas que es, supongo que habrá una moraleja, sea la que sea. Yo sólo sé que lo que me atrapó desde el minuto cero de esta historia marciana fue convertir en cercano aquello que nunca tenemos tiempo para observar.  

Night Flowers no es un corto perfecto, no esperes un Ciudadano Kane, ni muchísimo menos. De hecho, creo que en su imperfección reside parte del encanto que yo le encuentro. Es una explosión de alegría y sentimientos, con un sonido realmente underground (falta de medios, ya sabes). Aunque tiene sus virtudes. Normalmente los cortos de fin de carrera ocurren en una habitación de día con dos personajes (que es sospechosamente parecida a la cocina de tu madre), no con diecinueve repartidos en no-sé-cuántas-localizaciones nocturnas. Los cortos de escuela tardan normalmente 3 días en rodarse, cuando no 2. Night Flowers nos llevó 10 noches y un amanecer. Está rodado en 35mm (cosa que creo que se nota, espero, al menos) y es el mejor corto que supe hacer en aquel momento. Y no me lo puse nada fácil. Ahora al verlo, a menudo me pregunto: ¿cómo tuve semejante valor? Tampoco lo sé. Me dejé la piel en él. Noches y días. Presa de la ansiedad, engordé casi 9 kilos en su gestación. Disfruté sufriendo hasta el último minuto.

No sé si me siento orgulloso de él. Supongo que sí. Que he aprendido a hacerlo. Hay cosas que cambiaría. Hay secuencias que me espantan. Hay otras que me emocionan. Pero creo que si volviera atrás, haría el mismo corto. Y que defender mi trabajo (con sus errores incluidos) es en gran medida el aprendizaje que me ha tomado 11 años integrar en mi vida.

Así que aquí esta: Night Flowers. La historia de una travesti desesperada en busca de un par de tetas por la noche de Nueva York. Un cuento de hadas surrealista para el nuevo milenio, como me gusta decir a mí.

Espero que lo disfrutes, que te guste y que al verlo sientas que tú también eres una puta travesti buscando dos tetas de plástico. Si algo de eso hay al terminarlo, mis 11 años de espera habrán merecido la pena.

Te adoro, posible espectador, seas quien seas.

> Ve aquí el cortometraje Night Flowers, de Javier Giner