
Citando a Jorge Dioni, que en su última crítica de ópera -de la representación de ‘Othello’ de Verdi, en el Teatro Real, publicada en Vanity Fair– cita a su vez a Cecil B. DeMille, «una película debe comenzar con un terremoto». Seguramente DeMille lo decía en sentido figurado, pero eso es lo que literalmente hacen Yutaro Seki y Hentaro Kirase en Sai (Desastre), la representante japonesa en la Sección Oficial del 73º Festival Internacional de Cine de San Sebastián, una miniserie que aquí se ha presentado como película.
Y quizá sea por su origen como miniserie lo que provoca esa particular estructura que tiene Sai, colmada de repeticiones y variaciones, que da pie a que el espectador piense que están jugando con él (y con su paciencia), cuando lo que en realidad sucede es que le están proponiendo un juego. Macabro, eso sí.
Justo después de un terremoto que sacude la costa de Japón, aparece en el mar el cuerpo de una joven que trabaja en un restaurante de sashimi que da de comer a los trabajadores del puerto. Los créditos iniciales se aprovechan para presentar los diferentes personajes -desperdigados por todo el país y en años distintos- cuyas vidas vamos a seguir, esquemáticamente. Todos ellos están en un momento delicado de sus vidas: la limpiadora de un centro comercial, solitaria, que busca el amor en apps de citas; una estudiante cuyos padres no permiten que estudie arquitectura; el dueño de un restaurante que no va bien; un conductor de camiones retirado de la carretera por haber atropellado a alguien mientras estaba en estado de embriaguez… Una misteriosa figura que aparece en todos ellos. Y una joven investigadora que se empeña en que sus asesinatos son perpetrados por un asesino en serie, pero cuyo compañero y jefe no lo creen.
El juego es más bien visual: vemos las vidas de los distintos personajes en paralelo, y a la figura fantasmal que aparece en todas ellas disfrazada, camuflada, más visible o solamente sugerida. Hasta el punto que dudamos si es la misma figura todo el tiempo. El montaje de las diferentes historias ayuda a esa confusión, incluso se llega a pensar que todos los asesinatos se producen a la vez y en la misma ciudad. Y no precisamente porque el ritmo de la película sea acelerado. Más bien todo lo contrario.
Diálogos escasos, al igual que la música, los recursos visuales son los que reparten el juego. La única música es la que señala con apenas un par de notas misteriosas, los momentos en los que se acerca un asesinato. ¿Pero son asesinatos? ¿O simplemente terremotos, desastres naturales que sacuden nuestras vidas? ¿Se ha imaginado la joven investigadora la conexión entre todos ellos?

