Déjame entrar de Tomas Alfredson

Cinco pinceladas sobre ‘Déjame entrar’

Déjame entrar de Tomas Alfredson

La iluminación nocturna

Como la película narra la amistad entre un niño y una niña vampiro, las escenas que recrean su relación están siempre situadas durante la noche. Para evitar una excesiva oscuridad, Tomas Alfredson opta por iluminar la noche a través de dos elementos. El primero es la nieve, que aporta claridad y gelidez a un relato ya de por sí gótico y onírico. La segunda es una iluminación artificial inquietante, basada en una mortecina luz blanca, que crea una atmósfera poco natural pero enormemente sugerente. Las escenas de los dos niños jugando en el parque delante de la casa de Oskar son un prodigio de equilibrio visual.

Déjame entrar de Tomas Alfredson

Arquitecturas geométricas

No hay que olvidar que la película, a pesar de tener un núcleo fundamentalmente fantástico, está ambientada en una época, los años ochenta en Suecia, recreados con exquisita exactitud. De este modo, los edificios públicos que aparecen -el colegio, la piscina, el polideportivo, el hospital- son ejemplos de un geometrismo neutro ante cuya frialdad y aparente cotidianeidad se desarrolla esta historia de monstruos y amores fatales. Es una historia gótica pero, en lugar de desarrollarse en laberintos, casas abandonadas o decadentes ruinas, lo hace en un entorno perfectamente habitable, planificado y neutro, por lo que el resultado es un contraste de enorme belleza.

Infancia siniestra

Déjame entrar es, al fin y al cabo, un cuento de hadas sobre niños. Sin embargo, la dureza con que está contada y la crueldad del mundo infantil que aparece retratado -no en vano Alfredson declaró que su objetivo era hacer una película sobre el acoso escolar y la soledad de un niño- se magnifica a través de unos recursos visuales en los que los niños aparecen como gigantes desprovistos de inocencia y candidez. De este modo, los rituales infantiles, sus juegos y bromas aparecen como algo totalmente serio, violento y amenazante.

dejame2

Realismo escenográfico

Los colores, la decoración, la moda y los cortes de pelo que aparecen en la película son los de la Suecia que en esta época pasaba por ser la meca del diseño industrial. Los muebles y todos los elementos recrean esa estética con una cotidianeidad admirable, recordando por momentos al Lukas Moodysson de Juntos o de Lilja 4ever.

Violencia poética

Por último, probablemente el recurso visual más efectivo de Déjame entrar sea la elección de dos protagonistas cuyo magnetismo ante la cámara es innegable. Oskar es un niño aparentemente angelical que esconde instintos violentos. Eli es una niña vampiro mucho más vieja de lo que aparenta en realidad, y la clave de esto probablemente se halle en su extraordinaria fisonomía y en su caracterización: pálidad, ojerosa, triste e inocente. Ni siquiera cuando aparece asesinando o sudando sangre pierde su humanidad. Hacer lo violento cotidiano, incluso lo gore poético es la mayor baza con la que cuenta una de las historias más poéticas y efectivas que hemos visto en mucho tiempo.