Undercovers

‘Undercovers’, un Abrams en horas muy bajas

UndercoversEl canal de televisión de pago Calle 13 presentó ayer su nueva identidad corporativa y las novedades de su parrilla para los próximos meses. Entre sus adquisiciones estrella (aunque aún sin fecha de estreno en España) se encuentra la última producción de J.J. Abrams (Alias, Perdidos) titulada Undercovers, un refrito de ideas y situaciones del género del espionaje mil veces vistas ya en cine y televisión, mal hecha y con nulo interés dramático y de continuidad. En EE UU se estrenará el 22 de septiembre en la cadena NBC.

En realidad Undercovers no puede empezar mejor. A Abrams se le podrán echar en cara varias cosas, pero empezar series sabe hacerlo a la perfección (Perdidos). Los primeros cinco minutos nos meten de lleno en la acción a través de una persecución por los tejados de París. La planificación y el montaje son excelentes para una intro. Pero ese comienzo sólo es un espejismo de buen hacer en comparación con lo que vendrá después.

La presentación de los dos personajes protagonistas, Samantha (una funcional Gugu Mbatha-Raw) y Steven (Boris Kodjoe, más resultón gracias a que parece que no se está tomando nada en serio), espías retirados que ahora regentan una empresa de cátering (uno de los autoguiños de Abrams, ésta vez a Alias y al restaurante de Francie), tiene buen ritmo pero nada sorprendente. La química de la pareja, fuera de que los dos son el prototipo de buenorros afroamericanos, argumentalmente es nula. No existe ningún tipo de tensión entre ellos más allá de que necesitan reavivar su apagada pasión sexual. Se quieren pero, por desgracia, nos aburren.

El flemático Carlton Shaw (Gerard McRaney) les ofrece salpimentar sus estancadas vidas y les recluta para una misión de rescate: su compañero Leo (guapérrimo Carter McIntyre) está retenido por un peligroso traficante de armas al que la CIA lleva años intentando atrapar. Por supuesto, nuestros protagonistas hallarán pistas para localizarle en menos de 24 horas. Sus primeros pasos les llevan a un Madrid que apesta a Tijuana (tanto como el Salamanca de En el punto de mira; estos norteamericanos…), pasando por París donde localizan el MacGuffin en forma de Bad Robot pendrive (Abrams de nuevo autohomenajeándose), y terminando en Moscú.

Undercovers podría ser un lavado de cara de Alias, de hecho comparte muchos de sus elementos, pero olvida algo muy importante, aunque la serie pretenda ser eminentemente cómica: necesitas de un conflicto con la suficiente fuerza para poder retener a tu público. Y los problemas maritales de Sam y Steven no son ni graciosos ni interesantes. Si hubieran tirado por la desconfianza de un Sr. y Sra. Smith, como pretendían vendernos al principio, o la dificultad de aunar vida laboral con vida familiar de Mentiras arriesgadas, habría tenido su gracia. Pero nada de eso se ve en la serie.

Además, está mal realizada (y esto sí ya es culpa total del amigo J.J., que escribe y dirige el piloto). Hacia el final del episodio, los rusos utilizan unos lanzacohetes (¿alguien ha dicho Misión Imposible III, J.J.?) que lanzan sus proyectiles a una velocidad ridículamente lenta (nuestros protagonistas tienen tiempo de tirarse al suelo y revolcarse antes de que el misil pase cerca de ellos). Y juro que vi pasar un puñetazo a más de 15 centímetros de la cara a la que pretendía agredir. El resto de los secundarios tampoco ayudan: Ben Schwartz va de gracioso y es extremadamente cargante, al igual que Mekia Cox. Asesinable.

Las expectativas siempre suelen jugar malas pasadas, y, en mi caso, de Abrams suelo esperar lo mejor, pero en este caso no hay por dónde coger el producto. Carece del aliciente de los disfraces y la tecnología absurda de Alias, nos arranca muchas menos sonrisas que Chuck y además funciona como historia totalmente cerrada, sin dejarnos siquiera el más ligero cliffhanger que pueda potenciar nuestro interés por ver el siguiente capítulo. Conmigo, desde luego, que no cuenten.