George Clooney en 'Up in the Air'

En defensa de los actores comedidos

George Clooney en 'Up in the Air'

Lo confieso: estoy un poco horrorizado de leer “Fulanito de Tal no hace nada en la película” cada vez que un actor afronta con sutileza y discreción un personaje. Y al mismo tiempo me espanta ver que cada vez que un actor pega cuatro gritos o nos inunda con lágrimas de cocodrilo sale con un Oscar en la mano.

Está feo dar nombres pero no puedo evitarlo. El año pasado, Penélope Cruz se llevó un Oscar a casa por hacer algo bien sencillo: entrar en una cocina, poner los brazos en jarras y decir su texto con mucho desparpajo. Yo, en cambio, apoyé públicamente a Viola Davis por construir un personaje de una complejidad inmensa en tan sólo dos secuencias de La duda. Me dijeron que la apoyaba por echar unas lágrimas, pero nada más lejos de la realidad. Eso era sólo el final de una larga secuencia en que, como una cebolla, esa mujer iba pasando de la indolencia a la angustia atravesando fase a fase el largo trecho que las separa.

Más ejemplos. “George Clooney parece que se va a tomar un Nespresso en cualquier momento”. La cita no es textual, pero sí bastante aproximada. Me duele. No creo que se pueda estar mejor que Clooney en Up in the Air. O que Gregory Peck en Matar un ruiseñor. No comparo uno con otro, sólo les pongo en el mismo plano. Un buen actor para ser tal no necesita montar un numerito. Cuando a un tipo le parten el corazón en medio de la calle o en un vagón de tren, no estalla en llantos sino que trata de mantener su dignidad, si es que le queda algo. Y dudo que se pueda declamar con más emoción los textos en off de esa película, muy especialmente el maravilloso parlamento final: “The stars will wheel forth from their daytime hiding places; and one of those lights, slightly brighter than the rest, will be my wingtip passing over”.

Peck en Matar un ruiseñor es otro ejemplo de personaje con una dignidad profunda, antigua. Un tipo que jamás se altera. Su interpretación en esa película es una de las más discretas, comedidas y sensibles que recuerdo. En los Oscar de aquel año se enfrentó al melodramático Jack Lemmon de Días de vino y rosas, al robusto Peter O’Toole de Lawrence de Arabia, al explosivo Burt Lancaster de La fuga de Alcatraz y al apabullante seductor de Marcello Mastroianni de Divorcio a la italiana. Y sin embargo, Peck, con su “no hace nada”, ganó una de las estatuillas más justas de la historia.

La joven Gabourey Sidibe, al parecer, también está inerme en Precious. Por supuesto, discrepo profundamente. En mi opinión esa película aguanta gracias a su presencia (obvio) y a su capacidad para incorporar ese personaje tan herido. Precious es una mujer a la que la vida ha golpeado tanto que un nuevo golpe no puede pillarle por sorpresa. Si recibiera cada golpe como si fuera el primero, su vida sería insoportable y la trama no podría sino acabar en el suicidio. Pero no se trata de eso, sino de una joven que sólo ha conocido la desgracia y que los golpes que no sabe encajar son los del cariño.

La emoción va por dentro y es trabajo del gran actor saber que puede transmitirla al exterior sin hacer aspavientos. En un momento de mucho dolor lo fácil es montar un cristo. Lo difícil es contenerlo. Yo admiro a esos actores que prefieren la contención al exhibicionismo y creo firmemente que en eso consiste un trabajo bien hecho.