‘Centro Histórico’: Víctor Erice, y punto

Tras su estreno en el XXI Festival de Cine de Roma y un amplio recorrido por otros festivales y proyecciones en museos, se estrena en España Centro Histórico, película compuesta por cuatro capítulos encargada para marcar la designación de la ciudad portuguesa de Guimaraes como Capital Cultural de Europa en 2012. Los directores designados son tan prestigiosos como diferentes en su forma de hacer, aunque comparten una visión única y muy característica de su oficio: el finés Aki Kaurismäki, el español Víctor Erice y los portugueses Pedro Costa y Manoel de Oliveira. Y como sucede en todas las películas por capítulos, el resultado es interesante pero irregular, una irregularidad que se acentúa por la disparidad de estilos e historias, ya que la única condición impuesta fue que se desarrollasen en Guimaraes.

Centro Histórico abre con «El tabernero», de Aki Kaurismäki, una película sin diálogos protagonizada por Ilkka Koivula. Es la historia de un tabernero cutre y sin éxito que intenta atraer la atracción de los clientes que van a un restaurante cercano con medidas tan cutres como su garito; que sueña, o recuerda un baile, pero sigue solo al final del día; que va con un ramo de rosas a buscar a alguien a una parada de autobús pero no llega nadie. Y aunque el clima es atractivo, parece sin duda que el director finlandés ha puesto el piloto automático.

La segunda orbital es «Dulce exorcista», de Pedro Costa, un segmento pretencioso y aburrido, a veces incluso críptico, sobre Ventura, un inmigrante caboverdiano que, tras una introducción en un bosque en el que distintos personajes le llaman a gritos, conversa en el ascensor de un hospital con la estatua de un soldado y desgrana su pasado como inmigrante y su experiencia durante la revolución de los claveles. Aunque la fotografía tiene una indudable y misteriosa belleza expresionista, el tedio hace añorar la melancolía y belleza inane del segmento anterior.

Harina de otro costal es la historia dirigida por Víctor Erice, «Ventanas rotas», a la que se llega con la sensación de alivio por que el anterior haya terminado y que pronto nos congratula y reconcilia con el cine de autor y justifica el precio de la entrada. Y no sólo porque cada película de Erice se convierta en un acontecimiento en sí: con un enfoque semidocumental, el director vasco se adentra en la enorme fábrica textil de Río Vizela y deja que sus extrabajadores cuenten cómo era trabajar en ella, y cómo fue la decadencia de la mejor fábrica textil de Europa, cerrada en 2002 debido a la feroz competencia asiática. La bella fotografía, la crudeza de las historias, el retrato minimalista y humano de los trabajadores en la cantina abandonada convierten Ventanas rotas en un relato de los peores efectos de la globalización entre quienes más la sufren, que son las clases bajas.

Para concluir, en «El conquistador, conquistado», Manoel de Oliveira utiliza una fina ironía visual, que es la que sin duda le ha ayudado a llegar hasta sus 103 años, y contrapone el glorioso pasado de la ciudad con el presente más uniformado, personificado por las hordas de turistas que invaden con sus cámaras los rincones llenos de historia y conducidos por un guía (el nieto del director, Ricardo Trêpa) que se encoge de hombros ante la voracidad de los nuevos conquistadores. Es pura anécdota, pero deja buen sabor de boca.