Philippe Falardeau: "Profesor Lazhar' no habla de la integración sino del encuentro"

Philippe Falardeau: «Profesor Lazhar’ no habla de la integración sino del encuentro»

Philippe Falardeau, director de 'Profesor Lazhar'. (@ AMPAS)

El próximo viernes por fin llega a España Profesor Lazhar, la película candiense nominada al Oscar a la mejor extranjera el año pasado. Su director, Philippe Falardeau, ha visitado España y en esta entrevista habla de los temas que aborda en su cinta, en la que narra la historia de un profesor argelino en Canadá que se ofrece a sustituir a una profesora que se acaba de ahorcar en su propia clase.

Pregunta: ¿Qué le atrajo de la obra de teatro original para llevarla al cine?
Respuesta: Tenía la impresión de tener un mineral precioso ante mi cuando vi la obra. Una materia prima que se podía transformar aunque sólo hubiera un personaje en la escena porque me daba cuenta de su riqueza, de su humanidad y me di cuenta de que quería hacer una película sobre él. A veces lo que te inspira es una canción, o una novela… En este caso fue un personaje. El hecho de que ocurra en una escuela me dio la oportunidad de abordar varios temas sin que fuera didáctico.

P: La película arranca con un niño que descubre a su profesora ahorcada en su aula. ¿No le dio miedo abordar una historia así?
R: Sí, claro, de hecho me jodía. Pero, al mismo tiempo, la fuerza de la película venía de esto. Porque si la profesora hubiera muerto en su casa de forma natural, los niños pasan su duelo, viene un sustituto y no hay historia. O al menos no esta historia. No estaría el shock de Alice y Simon, los niños protagonistas, ni tampoco la culpa que siente uno de ellos, que piensa que se ha ahorcado por su culpa. Me gustaba la idea de que se reflejara en el niño el sentimiento de culpa del profesor Lazhar, que no lo verbaliza, pero que se culpa de haber abandonado a su familia en Argelia. Para compensar este miedo de asustar al espectador, traté de dotar a la película de luminosidad, empezando por la propia fotografía, la música (Scarlatti, Mozart…) y el humor, que también está presente.

P: En su película se trata a los niños como si fueran adultos y con un gran respeto, algo que no es habitual en el cine.
R: Ni en la vida tampoco. Traté de recordar mi propia vida cuando tenía 10 o 15 años y cómo cuando realizaba alguna pregunta precoz los adultos se ponían incómodos o me decían que no era para mi edad. Me frustraba muchísimo. Al hacer la película quise ponerme en la posición de un personaje que trata a los niños como hubiera querido que me trataran a mi. Además, la niña que interpreta a Sofie, Alice, tiene unos ojos muy precoces: en el plató exigís que la tratara como una adulta. Si no, me miraba y sus ojos me decían “¡Deja de hablarme como si fuera imbécil!”.

P: Nuestra sociedad se esfuerza constantemente por proteger a los niños y evitar que se enfrenten, por ejemplo, a la muerte.
R: Sí, además, creo que cuando se produce una situación como esta, el trauma es doble. El niño tiene que digerir su trauma, el adulto tiene que digerir el suyo y, además, está obsesionado por el trauma de los niños y quiere protegerlos.

P: La película reflexiona también sobre el sistema educativo y sus férreas normas de lo que no se puede hacer, no se puede decir, no se puede tocar… ¿A dónde nos lleva esto?
R: Nos lleva a “no se puede, no se puede” [en castellano]… Nos lleva a un callejón sin salida. Hemos instaurado un conjunto de reglas por buenas razones: eliminar las collejas, la violencia y por el miedo que tenemos en Norteamérica a los depredadores sexuales. Pero con la excusa de evitar todos los dramas posibles, deshumanizamos el proceso de la educación y lo que quiere decir la película es que tenemos que dejar a cada profesor hacerse con su propia clase. Si la clase se parece al profesor, da igual el método que utilice, hay más posibilidades de que el niño se desarrolle. Personalmente, como niño, hubiera preferido el método de la profesora fallecida que el de Bachir Lazhar, pero no hay que imponerle a uno el método del otro.

P: Y ahí aparece la figura del profesor que viene de Argelia y es capaz no sólo de enseñarles sino de despertar la curiosidad por un mundo que desconocen.
R: Los dos profesores que han tenido más influencia en mi vida no fueron los que me transmitieron más conocimientos sino los que desarrollaron mi curiosidad o mi sentido crítico. Me gusta la idea de que el profesor Lazhar con su cultura y, a pesar de sí mismo porque no quiere evocar su país, les influye. Se influyen mutuamente, como en el momento en que la niña le da para leer Colmillo blanco.

P: Llama la atención que del poco cine canadiense que llega a España, los dos grandes títulos que hemos recibido últimamente, Incendies y Profesor Lazhar, aborden el tema de la inmigración. ¿Es un asunto preocupante en estos momentos en su país?
R: Canadá se fundó sobre la inmigración. Y no sólo la colonial del so origen sino que tradicionalmente hemos tenido mucha geografía y poca población. Necesitábamos granjeros, agricultores, ingenieros… La relación ha cambiado mucho desde el 11-S, cuando nuestro Gobierno, conservador de derechas, se alineó con la política de EEUU. Creo que la cuestión de la tensión de los inmigrantes tiene que ver con la situación económica: si las cosas van bien, no hay tensión. Pero en la película no quería hablar de la inmigración desde el punto de vista político de la integración sino del encuentro con el otro.

P: Pero a veces esa integración se produce por razones egoístas, como la profesora que flirtea con Bachir.
R: Cierto, pero en su caso le reconozco la cualidad de la curiosidad, aunque en su caso es demasiado inocente. Confunde inmigración con viajar y tiene una visión muy romántica. Además es una mujer sola. La película habla mucho de la soledad: los niños protagonistas se sienten solos, Bachir está solo, la directora está sola en sus decisiones…

P: Parece que la soledad es uno de los grandes temas de nuestro tiempo, como si fuera la epidemia del siglo XXI.
R: Sí, desde luego. Y es muy interesante porque al hablar de la dimensión universal de la película se menciona la escuela, la clase, la inmigración… pero hablamos poco de la soledad. Y hablando ahora me doy cuenta de que la película habla mucho sobre ello. Quizá viene de nuestra pérdida de la fe, de dejar de ir a la iglesia. Perdemos todos nuestros ritos de paso -el bautismo, la confirmación, le matrimonio…-, que eran instituciones que se vivían en grupo mientras que ahora nuestro mundo está mucho más atomizado.

P: Viendo su película, es inevitable acordarse de La clase, la película de Laurent Cantet ganadora del Festival de Cannes, que retrataba con tanta verosimilitud la vida en el aula de instituto.
R: Tuvimos muchos menos días de rodaje, así que no podíamos improvisar como hicieron ellos. Cuando vi la película me gustó tanto que me deprimí. Pensé que nunca podría hacer una película tan buena como esa. Llamé a mi productor para decirle que lo dejábamos, pero me convenció de que mi punto de vista era diferente y de que teníamos que continuar. La clase me obligó entonces a tomar decisiones importantes como dónde poner la cámara, qué tono utilizar con los niños y cómo prepararles. Quería un tono que me acercara a la realidad, para lo que utilizo más los oídos que los ojos: cuando no estoy seguro de si es veraz, cierro los ojos, escucho la escena y el oído me dice si es auténtico o no.