Festival de Cine de San Sebastián 2010

Aburrimiento y vacuidad en ‘Amigo’ y ‘Aita’

 Después del oasis de Pa negre, la desazón ha regresado a la sección oficial de la mano del decano del cine indie, John Sayles, que ha rodado un teatrito pobretón y aburrido titulado Amigo. Además, en Aita, la última película española a competición, José María de Orbe se ha esforzado tanto en hacer arte que se le ha olvidado hacer cine.

Amigo transcurre en los días inmediatamente posteriores a la expulsión de los españoles de Filipinas, cuando los estadounidenses quisieron hacerse a sangre y fuego con el control del país y se centra en los acontecimientos en una pequeña aldea controlada por el ejército invasor. Y allí pasan cosas mil veces vistas: un pequeño choque de culturas, un enfrentamiento con el jefe local, un amor incipiente entre un soldadito y una lugareña, unas escaramuzas con los enemigos, un teniente comprensivo y un coronel despiadado. Todo lo que daba, por ejemplo, La casa de la luna de agosot, pero sin chispa ni encanto.

Pero hay más. Viniendo de un realizador de tan larga trayectoria, es increíble que la película adolezca de una falta de ritmo asombrosa y, sobre todo, proyecte una sensación de cine casi amateur, hecho no sólo con pocos recursos sino también con pocas ambiciones, con actores de segunda fila (salvo Chris Cooper, siempre imponente, pero con un personaje plano hasta el hastío) y una constante sensación de que el mensaje político e ideológico que quiere transmitir –un bando a un lado, el contrario al otro y la población civil en medio como segura perdedora- que termina atragantándose por obvio y repetitivo.

Lo de Aita ya es harina de otro costal. Amparado por Luís Miñarro, productor de las propuestas más arriesgadas de los úlrimos años a nivel mundial, José María de Orbe ha filmado una cinta que bordea los límites de la narración cinematográfica para arañaran terrenos de la videocreación. La película está rodada íntegramente en su casa familiar y con la intervención de personajes reales, sobre todo el guardés y el cura del pueblo. Se compone de planos larguísimos y sostenidos de las habitaciones, las palangas que recojen agua de las goteras, el papel arañado de una pared, un pasillo casi a oscuras, una ventana rodeada de hiedra sin hojas…

Los pocos diálogos no se sabe tampoco muy bien a qué vienen ni qué aportan a la cinta y carecen absolutamente de naturalidad al estar protagonizados por dos hombres que se sienten perfectamente incómodos ante la cámara. Para redondear sus ambiciones artísticas, hay una serie de proyecciones de películas antiguas por la casa en la noche. Dice el director que es para aludir a los fantasmas del pasado. O algo. De Orbe sentirá en su casa todo tipo de emociones y recuerdos pero al atónito espectador solo le llega una película vacía y autocomplaciente.