'Antiviral', más Cronenberg que Cronenberg

‘Antiviral’, más Cronenberg que Cronenberg

'Antiviral', más Cronenberg que Cronenberg

En dos días, dos Cronenberg. En este caso, Brandon, el hijo de David, ha presentado en Sitges Antiviral, una película sobre un futuro en el que la obsesión con los famosos ha crecido tanto, que hay gente que paga para que compañías farmaceúticas les inyecten las enfermedades que han sufrido sus ídolos. Algo así como si uno pidiera que le contagiaran con el virus de la gripe que acaba de sufrir Paris Hilton, para así sentir exactamente lo mismo que su estrella favorita. Aunque sea dolor.

 Es una idea que podría ser perfectamente del primer Cronenberg (padre) y sí hay alguna diferencia entre el cine de éste y el de Brandon, es que el hijo parece tirar más por lo frío, aséptico y más bien contenido, aunque siempre (nunca mejor dicho) enfermizo. No hay mucho gore, pero en Antiviral se debe batir el récord mundial de pinchazos de jeringuilla por película (superando a El pico de Eloy de la Iglesia) y la atmósfera es mal rollera, fría. El protagonista resulta más bien antipático y, aunque le ocurran todo tipo de perrerías, resulte difícil conectar con él.

Puede que a la película le sobre metraje y le falte historia, pero lo que no le falla es la intención, ni el talento. Se nota que detrás de la cámara hay alguien que sabe lo que hace, y que tiene un mundo propio, aunque sea prestado de su padre (o quizás le venga en los genes). En todo caso, como dijo alguien a la salida de la proyección, este año Antiviral es más Cronenberg que Cronenberg, y ya que David se dedica ahora a hacer (arriesgadas y cuasi experimentales) adaptaciones literarias alejadas del fantástico, está bien que su hijo coja el testigo. 

'Antiviral', más Cronenberg que CronenbergPulpos gigantes con mala leche

Otra de las cosas estupendas que tiene Sitges es que en pocos festivales se equilibra tan bien lo comercial con el cine de autor. Antiviral, Cosmopolis o Holy Motors son ejemplo de lo segundo, y Grabbers, exponente claro de lo primero.

Su argumento lo deja claro desde el principio. Grabbers trata sobre una invasión alienigena en un pequeño pueblo costero de Irlanda. Una especie de pulpos gigantes con muy mala leche (y que, como todo alien que se precie ahora, aparecen en diferentes formas y tamaños) quieren engullir a toda la población local. Los lugareños solo encuentran una forma de defenderse: Puesto que los extraterrestres quieren beberse su sangre, la solución es contaminarla… con alcohol. O sea, que la salvación se encuentra en la barra libre en el pub del pueblo. Y como estamos en Irlanda, todos acogen la idea de una buena cogorza con entuasiasmo.

Sabes que vas a disfrutar en Grabbers cuando la interacción entre los humanos ya resulta divertida incluso antes de que aparezcan los monstruos. Cuando lo hacen, la función no decae: Hay homenajes a Gremlins y el tono general recuerda a Shaun of the Dead o Attack the Block, y es que el cine británico ha encontrado una mina en el cine de personas normales (o de clase baja, vulgares, corrientes y molientes) que de repente se  encuentran en medio de una aventura (de terror) que les sobrepasa. Ya sea con zombies o aliens, hasta ahora esa mezcolanza (también de humor y miedo) les está funcionando de perlas.

Como lo hace en Grabbers, aunque no de forma tan excepcional como en los casos anteriores, que son palabras mayores. Pero sigue siendo un buen rato en el cine, y yo personalmente ya tengo ganas de que los ingleses sigan aplicando su formula a otros monstruos: ¿vampiros atacando una discoteca choni de extrarradio? ¿Hombes lobo al acecho de un camping tristón de la campiña? Mi entrada ya la han vendido.

'Antiviral', más Cronenberg que CronenbergCuatro o cinco géneros diferentes

En principio, la historia de El hombre de las sombras, el debut americano del director francés Pascal Laugier (Martyrs), parece sencilla: en un pequeño y deprimido pueblo del medio oeste americano, los niños han comenzado a desaparecer. Todos hablan de un hombre (el tall man del título original) que los secuestra, menos la escéptica enfermera local (Jessica Biel). No es difícil deducir que pronto, ella misma sufrirá una desaparición en sus carnes…

Suena a territorio típico del cine de terror, y lo es… hasta que deja de serlo. Porque El hombre de las sombras es una película inusual. Hay un giro brusco de guión que lo cambia todo, no solo la historia, sino hasta el género del film. Y ese giro, por si ya era poco radical ocurre… a mitad de la película. 

De hecho, todo en el guión resulta sorprendente por poco habitual: el gran climax de acción transcurre a los veinte minutos, y el último tercio es lo menos cercano al cine «de miedo» (y así es como se ha promocionado El hombre de las sombras, empezando por su póster) que uno se pueda imaginar. Y es que la película pasa por cuatro o cinco géneros diferentes: decir cuales sería contar demasiado. Así, dependiendo de los gustos puede parecer que la historia es un caos desmadrado que no sabe a dónde apuntar, o una apuesta arriesgada y diferente que nunca cae en lo previsible. 

Lo único que puedo decir yo como espectador de cine de género es que era consciente de que sí, puede que El hombre de las sombras sea un monstruo de Frankenstein de diferentes géneros al que a veces se le ven las costuras; pero disfruté mucho que intentará algo novedoso, que se saliera de los cánones. Ayuda que lo haga con tanto estilo en la dirección y con una factura tan estupenda.

'Antiviral', más Cronenberg que CronenbergTim Burton vuelve a divertir

Hoy se estrena Frankenwinnie en toda España, pero en Sitges hemos podido verla un poco antes. Se trata de la adaptación a largometraje del famoso corto de Tim Burton, dirigida por él mismo. 

La pregunta es si esta historia, la de un niño de clase media en un suburbio americano de los 50 que resucita a su perro muerto, aguanta una hora más de metraje. Había varios caminos para intentarlo y Burton y los suyos han tirado por el desmadre: más personajes, más acción, climax disparatado. Es un exceso bastante divertido, con personajes diseñados de forma genial (esa niña rara de clase) y mucho ritmo. 

 Por el camino, se ha perdido un poco por el la emotividad y sencillez del homenaje original a Frankenstein: no es que Frankenwinnie diga gran cosa, ni consiga hacer soltar la lagrimilla. Pero tampoco todos los días se puede ver un film de estética tan diferente (y brillante) y que a su vez resulte tan entretenido. Después de tropezones como el de Dark Shadows, que se lo digan al propio Tim Burton.