'Cabin in the Woods', un cachondo no va más

‘Cabin in the Woods’, un cachondo no va más

'Cabin in the Woods', un cachondo no va más

Todo lo que dicen sobre Cabin in the Woods es cierto: cuanto más virgen se mantenga uno sobre el argumento de la película antes de ir a verla, mucho mejor. Y que es una película diferente. Y estupenda.

El argumento, teóricamente, es el de cinco adolescentes que van a pasar un fin de semana a una cabaña aislada y siniestra en medio de la nada. Pero en realidad, eso no es del todo verdad. Hay mucho más en la trama, y no siempre funciona, pero cuando lo hace, es una de las películas más divertidas que pueda ver un aficionado del cine de terror, quizás desde el primer Scream.

Sobre todo, la película escrita por Joss Whedon es la fantasía de un friki del género, un no va más de momentos cachondos que reflexionan con sobre el cine de terror y que llegan a un climax que debió surgir de una reunión con colegas a tomar cervezas (o fumar porros, probablemente), y en el que alguien dijo: «¿Oye, y si… a qué molaría?».

Y sí, mola. Eso pensó también el público de Sitges, que aunque siempre agradecido, ayer interrumpió varias veces la proyección con aplausos y carcajadas. Estaban reconociendo una película hecha por gente como ellos.

Acusaciones injustas

A estas alturas, y a pesar de que todavía quedan unos días para su estreno, casi todo lo que hay que decir (y opinar) sobre Lo imposible ya está dicho (y opinado). Sí, es espectacular, emotiva, tiene una historia sencilla, casi minimalista (da la impresión de que muy fiel a la historia real en la que está basada) pero mantiene siempre el interés. Y va a arrasar: en la taquilla española, y en los premios Goya.

Sí me gustaría, sin embargo, comentar sobre dos críticas que se están haciendo a Lo imposible. Porque me parecen injustas, y no entiendo muy bien a qué se deben. 

La primera es la acusación, más o menos velada, de que es un film racista, porque aborda el tsunami de 2004 en Tailandia no desde la perspectiva de la población local, que evidentemente es la que más sufrió, sino desde una familia blanca occidental de clase alta, turistas de lujo.

Hace poco le preguntaban en una entrevista a Woody Allen sobre las críticas a sus películas europeas en Roma, Paris o Barcelona, de que estaban hechas con la perspectiva de un turista. Él contestaba: «Pues claro. Yo allí soy un turista». El hecho de que un director español se haya interesado por la perspectiva de una catástrofe semejante desde una familia española, es lógico. Una historia se puede contar desde muchos ángulos. Otra cosa sería que solo hubiera 30 millones  de euros en el Mundo para rodar un film sobre el tsunami y se gastaran en Lo imposible. Pero nada impide a otros dar su visión de lo ocurrido a través de la mirada de un tailandés, un japonés o un americano de Wisconsin.

 De hecho, hace pocos años el belga Fabrice Du Welz contó en Vinyan la historia de unos padres europeos, blancos y privilegiados, que pierden a su hijo en la misma catástrofe y vuelven a Thailandia con la intención de buscarle. Es verdad que el film tuvo poca repercusión, pero tampoco recuerdo indignación por parte de nadie, ni siquiera porque en ella los thailandeses fueran retratados de forma más bien siniestra y no como frecuentes salvadores, algo que sí ocurre en Lo imposible. Será que Emanuelle Beart y Rufus Sewell no son tan rubios como Naomi Watts y Ewan McGregor.

En todo caso, lo que sí debería hacernos reflexionar es el hecho de que la muy española familia protagonista del caso real haya tenido que ser anglosajonizada para poder vender la película como una producción internacional.  O quizás solo haya sido para acceder al mercado americano. ¿Se hubiera conseguido financiar una film de esta magnitud con un reparto de aquí, hablando en castellano? Parece bastante dudoso. 

La segunda acusación me resulta todavía más sorprendente: la de manipulación emocional. Vaya por delante que la había escuchado antes de ver a película y me esperaba algo así como El color púrpura de los tsunamis, y en cambio Lo imposible me resultó bastante comedida para lo que podía haber sido, sobre todo teniendo en cuenta lo que viven sus personajes:  Se encuentran en medio del desastre, rodeados de muerte y destrucción; convertidos en huérfanos, viudos y viudas; perdidos, heridos o moribundos. No tengo ni idea cómo se puede hacer una película no repleta de emociones en esas circunstancias. 

El cine siempre es manipulación, claro, de una forma u otra: Lo que importa es si esa manipulación es buena o torpe, y yo creo que aquí es muy buena. Es verdad que Bayona recuerda a Spielberg, y su obra es mucho más emocional y hasta cursi que la de muchos otros. Pero como pasa con Spielberg, no me parece que haya ningún cinismo: Es lo que le surge de forma honesta, como le pasa a Leos Carax, David Lynch o Clint Eastwood, directores todos muy distintos pero con una forma personal de ver el mundo y hacer cine. Bayona ve el mundo (y el cine) así. Se puede preferir un tipo de narración más cerebral u otro punto de vista, pero el suyo es tan legítimo como el de cualquier otro. Sobre todo cuando se aborda con tanto talento. 

Un futuro cercano

Si Lo imposible es todo espectacularidad, Robot & Frank es todo lo contrario: Una película pequeña, tranquila, y amable. Pero que a su manera, funciona igual de bien.

Frank (Frank Langella) es un jubilado con un pasado delictivo. Su memoria, desde hace unos años, falla cada vez más. Cada día vuelve a su restaurante favorito para descubrir que hace años que cerró, y su casa es una pocilga, porque no puede ya cuidar de sí mismo. Así que su hijo Hunter (James Marsden) decide que necesita ayuda y le compra un robot personal (voz de Peter Saskgaard).

Y es que Robot & Frank es ciencia-ficción: está ambientada en un futuro cercano, en el que todo es aparentemente igual, pero a poco que uno se fije se da cuenta de que los robots domésticos abundan, y la gente como Frank, que va cada día a sacar libros en obsoleto papel de la biblioteca local, se ha quedado anclada en el pasado.

Por supuesto, Frank odia los robots y poco a poco irá cogiéndole cariño al suyo: Pero como tantas otras cosas de Robot & Frank, es una relación bien contada, a base de pequeños detalles y de secuencias que funcionan fenomenalmente, gracias al trabajo de los actores (Langella está espectacular; por ahí andan también Liv Tyler y Susan Sarandon) y la capacidad para mezclar buddy movie, película de robos, retrato sobre un hombre en el otoño de su vida y hasta crítica a los hipster, todo con un trasfondo de ciencia ficción suave. Casi nada. 

Si algo se le puede achacar a Robot & Frank es que al final, en mi opinión, no llegue a rematar: Sigue funcionando de forma estupenda, pero uno está esperando que crezca, que los últimos minutos te dejen huella, y eso no llega a ocurrir del todo. A lo mejor le hubiera hecho falta un poco de esa manipulación emocional de la que acusan a Lo imposible. Pero aún así, tal y como es, se trata de una muestra de lo mejorcito que uno puede ver en este festival, y una película que merece estrenarse en salas y llegar al público general. 

Un making of sincero 

Hubo el Domingo en Sitges otra película sobre desastres en Asia, pero en una escala mucho, mucho menor. Despite the Gods es un documental sobre el complicado rodaje en India de una película dirigida por Jennifer Lynch, la hija de David Lynch. La información del Festival la vendía como una especie de Lost in la Mancha, una crónica de un rodaje del infierno plagado de problemas. 

A cierta escala, es verdad: hubo problemas de presupuesto, costumbres entre los americanos e hindues del rodaje, un caos constante alrededor de la cámara, y el productor de vez en cuando amenazaba con acabar él mismo la película (y finalmente lo hizo, al menos el montaje final). Pero problemas como estos no son tan extraños en muchos otros filmes, lo que hace de Despite the Gods una especie de making of sincero, no uno de esos usados como arma promocional dónde el rodaje parece haber sido un remanso de almibar. Lo que ya es de agradecer.  

Pero lo que convierte a Despite the Gods en interesante de verdad es su protagonista absoluta, Jennifer Lynch. La cámara la sigue constantemente: Muchas veces sabemos lo que ha ocurrido no porque lo veamos, sino porque ella nos lo cuenta (La directora es la babysitter de su hija en India, lo que explica que no estuviera siempre preparada para rodar en los momentos más difíciles). Y nos lo cuenta con mucha gracia. Es una mujer divertida, optimista, con los sentimientos a flor de piel, y pocos pelos en la lengua a la hora de contar todo lo que se le pasa por la cabeza, para bien y para mal. 

Eso proporciona los mejores momentos del documental: Cuando vemos que una mujer a cargo de una película de 3 millones de dólares es tan humana como cualquiera, rompe a llorar de frustración, da saltos de alegría después de una buena toma, y se emociona cuando gana un premio «en un festival de España» (Por su anterior película, Surveillance) o recibe una buena crítica que inmediatamente envía por mail… a su padre.