Presentada en el Festival de Cannes (y doblemente premiada: interpretación femenina y guión), la película rumana Beyond the Hills inauguró anoche el Festival de Cine de Gijón con la presencia de su director, Cristian Mungiu, que ha vuelto a realizar una película hosca y sin concesiones sobre el lado más sombrío de la sociedad. Con esta edición el certamen vive un momento particular no sólo por alcanzar la número 50 sino también por el estrepitoso relevo en su dirección.
Buena se montó el pasado enero cuando el nuevo ayuntamiento, comandado por el recién nacido partido de Álvarez Cascos, defenestró a José Luis Cienfuegos, que con mimo y buen ojo había ido elevando año a año el perfil y el interés del Ficxixón. El nuevo equipo de Gobierno de la ciudad nombró a un desconocido a nivel nacional, Nacho Carballo, y anunció que haría «un festival más asturiano». Un calificativo poco razonable para un certamen internacional que, pese a lo prometido, ha preparado una sección oficial con varios títulos de interés.
Por ejemplo, compiten títulos como The Patience Stone, de Atiq Rahimi (seleccionada a los Oscar por Afganistán); Shadow Dancer, de James Marsh; Teddy Bear, de Mads Matthiesen; o Children of Sarajevo, de Aida Begic. El cine español está representado por 88, de Jordi Mollà; La venta del paraíso, de Emilio Ruiz Barrachina; y Viaje a Surtsey, de Javier Asenjo.
Pero la gran campanada para este, a fin de cuentas, pequeño certamen es contar dentro de la sección oficial como película inaugural con Beyond the Hills, la nueva cinta de Cristian Mungiu, con la que el realizador rumano afrontaba el reto de mantener el listón de la extraordinaria Cuatro meses, tres semanas, dos días. El nuevo film salió con dos grandes premios del pasado Festival de Cannes: mejor actriz ex aequo para sus dos protagonistas y mejor guión, obra del propio director.
La recepción de la prensa en La Croisette fue dispar y enseguida se la etiquetó como «la de las monjas lesbianas», lo cual no sólo puede parecer provocador, sino sobre todo enormemente desconcertador en la filmografía de Mungiu, que venía de rodar aquella terrible historia de un aborto durante la oscura dictadura comunista.
Y en efecto, hay una joven monja ortodoxa que se reencuentra en un pueblecito perdido con otra mujer de su edad con la que parece haber mantenido una relación. La seglar espera convencer a su amiga de que abandone el monasterio, pero la novicia ha encontrado allí su lugar en el mundo. Pero todo se tuerce a medida que la primera va perdiendo la razón.
No es que se tuerza la trama, es que se tuerce la atmósfera, las relaciones entre los personajes, las intenciones, los motivos… En seguida encontramos al Mungiu más oscuro que se adentra sin linterna por cavidades donde entra poca luz. Según avanza esta innecesaria, desesperante y buscadamente larga película, el aire se hace más irrespirable, más viciado, más angustioso y hasta -misteriosamente- más real.
Cuanto más se retuercen los acontecimientos, cuanto más objetivamente inconcebibles resultan, más verosímiles se tornan las sensaciones que producen. Mucho tiene que ver la forma de rodar de Mungiu, con esos planos imposibles de sostener, en los que los personajes que tienen el texto están fuera de foco, de espaldas o en sombras, y a quien nos muestra es al sujeto pasivo que no dice nada pero que lo sufre todo.
Cuando la película enfila las dos horas y no hay viso alguno de que aquello acabe, el desconcierto de la monja es ya el desconcierto del espectador, una sensación profundamente desasosegante que se pega a la piel, incomoda e, incluso, agrede. Es comprensible el rechazo de algunos críticos: Beyond the Hills es insoportable. Pero en el mejor sentido de la expresión.
Lo que más siente este cronista es no poder comentar aquí su final. Sería injusto hacerlo para todos los espectadores que aún no han tenido ocasión de ahogarse con esta película. Pero es imprescindible reseñar la sorpresa que produce que después de más de dos horas de esta espiral de angustia, aún hay hueco para algo más: reducirla a la categoría de anécdota, de papel mojado, de chascarrillo entre amigotes. Qué abismo en un solo plano.