Gracia Querejeta ha regresado al Festival de Málaga con 15 años y un día, una película sobre un adolescente problemático, su madre sobreprotectora y sus abuelos divorciados. Además, Rodrigo Sorogoyen ha presentado Stockhom, la primera cinta financiada por crowdfunding en la sección oficial, que se centra en una relación de una noche.
15 años y un día se integra naturalmente en la filmografía de Gracia Querejeta, marcada por el emoción pura y sencilla, el retrato de los sentimientos más sencillos y a la vez más complejos con sutileza y sensibilidad. Y sí, otra vez coincide en la figura del padre ausente y del oscuro secreto que marca la vida de los protagonistas.
Sin embargo, esta nueva película resulta algo menos redonda que sus cintas anteriores. Las razones para explicarlo son tan sutiles como el propio cine de la directora. Es fácil diagnosticar que la película resulta de la suma de elementos excesivamente dispares: cada tramo tiene no sólo su argumento sino su tono y hasta su ritmo.
Tampoco es igual de acertada la intensidad del retrato de las relaciones: nos queda claro y lúcido el tira y afloja de la madre (Maribel Verdú) y el hijo (Aron Piper) y hasta tenemos elementos suficientes para comprender las tensiones entre la madre y la abuela (Susi Sánchez). Sin embargo, nos quedamos con ganas de explorar mejor al abuelo (Tito Valverde), seguramente el mejor personaje de la función, que bien hubiera merecido ser el protagonista absoluto de la función, con el resto de personajes pivotando a su al rededor y no al revés.
Según avanza la historia a la trama familiar se una una policiaca bastante previsible y otra potencialmente amorosa interesante y extrañamente creíble. Y así es, en general, 15 años y un día, una película que pese a que no termina de decantarse se ve con interés y cierta emoción.
Mientras tanto, Stockholm, de Rodrigo Sorogoyen, es una propuesta arriesgada, con decidida vocación autoral, fruto de una idea feliz y una puesta en práctica elegante y seductora. Eso no quiere decir que el resultado sea perfecto, pero sí resulta suficientemente fiel a sus intenciones.
Dividida en dos partes, la primera es la historia de un encuentro. Más bien de un ligoteo de una noche cualquiera. Un chico se acerca a una chica con las artes de seducción del caradura. Ella termina picando. La segunda parte no debe de ser desvelada, pero el giro es interesante y trasciende a lo argumental.
El problema de Stockholm es que funciona mejor como idea que como película. En pantalla, su discurso a veces se atasca en lo formal, no encuentra suficiente densidad en los personajes ni logra que su ritmo fluya de forma homogénea. Pero, sobre todo, se agradece su valentía y su voluntad renovadora. Y eso prevalece sobre su ingenuidad.