'Holy Motors': impenetrable, caótica, caprichosa, surreal

‘Holy Motors’: impenetrable, caótica, caprichosa

'Holy Motors': impenetrable, caótica, caprichosa, surreal

Después del revuelo causado en Cannes, una de las películas claramente más esperadas del festival era Holy Motors, de Leos Carax. Resumirla en una sinopsis sería absurdo, porque no hay una historia per se: basta decir que durante un día, Monsieur Oscar (Denis Lavant) viaja  en una limusina por Paris, cumpliendo diferentes misiones que le suponen cambiar de identidad. 

O algo parecido. La verdad es que no podría asegurarlo. Porque Holy Motors es impenetrable, caótica, caprichosa, surrealista. Supongo que eso, que a mí me distancia de ella irremediablemente, es lo mismo que valoran sus fans. 

Aunque hasta los detractores como yo tenemos que reconocer que hay imágenes potentes y mucho talento en sus dos horas. Y convicción, sobre todo de un Denis Lavant tremendo que puede con lo que le echen. Más perdida anda Eva Mendes en un papel pequeño que requiere que la secuestren y luego le coman el pelo a bocados. Literal.

Hay momentos originales, divertidos (esas lápidas del cementerio) y poéticos. Pero no dirección, sentido o historia, elementos que servidor considera necesarios para disfrutar de verdad una película. Eso que me pierdo: Holy Motors se ha convertido ya en el film más molón del Festival. En una escala gafapasta de 0 a 5 discos de vinilo, es un 6. Pero la admiración que despierta no parece impostura, sino auténtica pasión por una forma distinta de hacer y ver cine, la de Leos Carax.

'Holy Motors': impenetrable, caótica, caprichosaTortura que algo queda

Compliance cuenta la historia de Sandra (Ann Dowd), una mujer de mediana edad, manager en un fast food de mala muerte cualquiera, en un pueblo perdido del Medio oeste americano. Para ella trabaja, entre otros, Becky (Dreama Walker) una adolescente sin preocupaciones. Hasta ahora.

Porque un aciago día, Sandra recibe una llamada en el restaurante: La policía dice haber recibido la denuncia de una clienta. Al parecer, Becky le ha robado dinero del bolso. Pero si Sandra colabora con la autoridad, si hace todo lo que le dicen, el asunto no tiene por qué pasar a mayores…

Comienza así un juego psicológico en el que el supuesto policía va haciendo demandas cada vez más y más humillantes para Becky y los que le rodean. El espectador se retuerce en su silla, incómodo. El tratamiento es naturalista y no nos perdemos prácticamente ni un segundo de la tortura a la chica, ni una sola de las ordenes que sus compañeros y hasta amigos acaban acatando por exigencia de la autoridad.

Parte del público parece revolverse entonces contra la película: considera que los personajes son demasiados estúpidos y su comportamiento a todas luces increíble. El problema es que Compliance está basada en un hecho real, y el punto más álgido de las vejaciones a la camarera, que podría parecer grotesco (y que aquí no desvelaremos) ocurrió tal cual se cuenta, diálogos tomados directamente de los testimonios del caso.

No es eso, en todo caso, lo que le da a Compliance su poder, sino un tono y unas interpretaciones la mar de creibles, que hacen que suframos de principio a fin. Sobre todo, gracias a Ann Dowd. Llena de defectos pero por eso mismo tan humana, a su Sandra sentimos ganas de abofetearla, abrazarla, menearla hasta que espabile y decirle que todo saldrá bien. Es una interpretación sensacional que probablemente no le ganará premios: No hay momentos de lucimiento, ni grandes escenas dónde deje aflorar sus emociones. Además, está en una película pequeña que verá muy poca gente, y la mitad de los que lo hagan seguramente odiará. Porque habla de todos nosotros, y los extremos hasta los que somos capaces de llegar, aunque creamos que nosotros somos mejores que eso. 

'Holy Motors': impenetrable, caótica, caprichosaUn exorcista en Alcalá de Henares

De lo mejor de un festival es que uno suele acabar viendo películas que ni siquiera imaginaba que podían existir y a las que de otra manera no hubiera tenido jamás acceso. Como, por ejemplo, un documental noruego sobre un exorcista español: The Exorcist in the 21st Century.

El film de Fredik Horn Akselsen sigue no solo al padre Fortea, exorcista con sede en Alcalá de Henares, sino también a Casandra, una chica colombiana que dice estar poseída; e incluye otros testimonios de miembros de la iglesia, además de notas discrepantes por parte de un teólogo y un psicoanalista. 

Aunque la declaración más impactante, por así decirlo, corre a cargo del propio Fortea, que afirma que el éxito de El exorcista se debe a Dios, como demuestra el hecho de que fue la primera película de su director (sic) y luego nunca hizo nada más de relevancia.

Lo que cuenta el documental es interesante. Porque el fenómeno, está claro, existe: en el sentido de que la iglesia reconoce que hay exorcistas, e individuos afirman estar dominados por el demonio. Otra cosa es lo que The Exorcist in the 21st Century realmente documental: aunque se utilizan (por parte de los sacerdotes) las palabras «prueba» y «científico», no hay nada que se demuestre. (De hecho, en el exorcismo que un  sacerdote peruano practica sobre Casandra no ocurre, ni por asomo, nada sobrenatural)

Y es que en los momentos culminantes de la película hay gritos, convulsiones y arrebatos de histeria colectiva (e individual), pero lo único que llega a inquietar como espectador es la visión de esos pabellones de deportes que el padre Fortea llena en sus giras. Lugares  repletos de personas que forman una masa humana ansiosa por recibir un saludo del sacerdote o el poder curativo de sus manos, que creen que así podrán solucionar sus problemas; que no dudan que la superstición es la respuesta, y el mal no está en ellos, sino en unos demonios que con la ayuda del buen Padre, podrán exorcizar para siempre.