'Insensibles', una buena historia que descarrila

‘Insensibles’, una buena historia que descarrila

'Insensibles', una buena historia que descarrila

El cine español en Sitges ya no es lo que era. Y para bien. Hace solo unos años era impensable encontrar en sección oficial (y fuera de ella) tantas películas de género fantástico: El cuerpo, Invasor, El bosque… e Insensibles, entre otras.

Con la práctica, a demás, nos estamos volviendo mejores a la hora de hacer suspense, terror, ciencia ficción. Sobre todo, desde el punto de vista técnico: Lejos quedan los tiempos en los que la factura de los films locales no podía no acercarse a la de los estadounidenses. Insensibles es una (otra) buena muestra de ello: todos los aspectos están cuidados, y tiene esa cosa tan difícil de conseguir que se llama atmósfera y que en realidad solo surge de un trabajo meticuloso en la fotografía, la dirección, el vestuario y todo lo demás. 

Cuenta también con un punto de partida perturbador y potente. En los años 30, en un pequeño pueblo catalán, varios niños sufren una extraña enfermedad: No sienten el dolor físico, lo que les lleva a causar graves heridas (a ellos y a los demás) jugando, porque no conocen dónde está el límite. En paralelo y en la actualidad, se narra la historia de David (Alex Brendemhül), que a causa de un accidente de tráfico ha descubierto que sufre cáncer. Su única posibilidad de salvación es un transplante de medula por parte de los únicos familiares directos que tiene: sus padres. La negativa de estos a colaborar le lleva a investigar el motivo de esta extraña reacción e inevitablemente, ambas tramas se acabarán entrelazando. 

Todos los elementos se encuentran en su lugar para una película estupenda, pero es en el desarrollo de la historia dónde Insensibles comienza a descarrilar, y pronto. Los niños enfermos, más que insensibles, parecen cyborgs: no está claro si tampoco sienten el dolor emocional, porque durante momentos muy duros del comienzo, apenas reaccionan. Los adultos, tanto del pasado como del presente, tienen comportamientos igualmente extraños y que hacen que nos alejemos de los personajes.

Aunque todos los casos de esta rarísima enfermedad han ocurrido en el mismo pueblo, a nadie se le ocurre pensar que el problema puede estar… en el pueblo; y antes que intentar enseñar a los niños a no hacerse daño, prefieren encerrarles de por vida en unas celdas acolchadas con camisas de fuerza. Si alguien propuso medios menos drásticos, no está claro, como muchos otros aspectos de la trama.

Cuando una historia descarrila, es difícil volverla a meter en vereda: Y por más eficaz que Insensibles sea en sus aspectos técnicos, yo creo que no lo consigue. Eso la acaba condenando a ser una película que no deja poso, y que desgraciadamente es muy probable que pase desapercibida cuando llegue a los cines. Supongo que, en el fondo, es una buena señal: Ya no nos baste con una película bien hecha; porque sabemos que el cine español de género puede dar más.

Nada original pero distinto

Confieso que no he visto el original Maniac, de William Lustig (1980) así que no soy la persona más adecuada para opinar sobre si el remake dirigido por Frank Khalfoun hace justicia o no al clásico del slasher. Lo que sí está claro es que la deuda ochentera es clara tanto en la historia del serial killer traumatizado que vaga por las calles en busca de sus víctimas (femeninas), como en una (sensacional) banda sonora que recuerda a los trabajos de Carpenter o los mejores compositores del giallo italiano. 

La Maniac del siglo XXI sigue a Frank (Elijah Wood), un hombre solitario que asesina chicas jóvenes a las que arranca la cabellera para después colocarla en la cabeza de los maniquíes de la tienda que regenta. No suena demasiado original, y no lo es: Los traumas del protagonista recuerdan a tantos otros psicópatas del cine, y sus víctimas se olvidan con demasiada frecuencia de que existen los teléfonos móviles o huyen por zonas convenientemente desiertas.

Hay algo, sin embargo, que hace  que Maniac sea distinta: Está rodada al 99% desde el punto de vista de Frank. Vemos lo que él ve, como ocurría con Michael Myers en el prólogo de Halloween. Al principio, parece una decisión extraña: Puesto que no hay suspense sobe la identidad del psicópata, y la película parece querer ser un retrato del mismo… resulta un retrato de alguien al que nunca vemos la cara (Excepto cuando se mira en espejos y otras superficies reflectantes). Vemos las cosas como él, ¿pero no deberíamos verle el rostro, la expresión, los ojos, para entenderle de verdad?

Pero pronto, de alguna forma, el recurso empieza a funcionar. Hay una sensación de desazón constante, de suciedad, una atmósfera malsana; y se valora mucho el poder ver un slasher desde una perspectiva distinta, la del asesino. Una perspectiva además técnicamente brillante: El sonido y la imagen ayuda a inquietar, y a pesar de saber siempre dónde está Frank, hay más de una oportunidad de saltar de la butaca.

Maniac funciona en sus propios términos: Como película de terror, y como retrato de una personalidad perturbada. Aunque no fuera un remake, por si misma se habría ganado un sitio en Sitges, y en los corazoncitos (gore) de muchos fans del género. De éste, por lo menos.

Sólo un concepto

En lo que respecta a high concepts, es difícil superar a Iron Sky, que cuenta la cómo al finalizar la segunda guerra mundial un grupo de nazis consiguieron huir… a la cara oculta de la luna. Allí montaron una base desde la que esperan algún día tener la suficiente fuerza como para reconquistar la Tierra.

Es una comedia, claro; y el punto de partida es tan divertido que consigue unas buenas carcajadas. Pero un concepto, por más brillante que sea, no puede sostener por sí solo una película: Hace falta que la historia acompañe. Ahí es dónde Iron Sky se acaba quedando corta. 

Hay muy buenas ideas (como una joven profesora nazi que cree que su ideología representa el amor y la unidad de los pueblos, y piensa que El gran dictador es un corto de diez minutos a mayor gloria de Adolf Hitler; o una sosias de Sarah Palin presidenta de Estados Unidos que está deseando que llegue una guerra para salir reelegida) pero más situaciones que caen en saco roto que las que hacen reír. En todo caso, como diría su (simpatiquísimo) director, hay pocas películas de nazis en la luna, así que mejor intentar disfrutar una de las mejores. O la mejor. Y con un poco de suerte, quizás inicie un subgénero, y la próxima entrega será mejor.  

Sobreanálisis de Kubrick

Segunda confesión del día: no soy muy fan de El resplandor. Lo que probablemente tampoco me convierte en la persona más apropiada para opinar de Room 237, un documental que nos cuenta las diferentes interpretaciones que cinco cinéfilos devotos del film de Kubrick dan sobre él. 

Todos los aspectos de la adaptación de la novela de Stephen King son minuciosamente diseccionados: cualquier mínimo detalle que aparezca en cuadro y hasta los (supuestos) fallos de continuidad. Es una tendencia de análisis cinematográfico que no es nueva y que además el propio Kubrick, con su carácter perfeccionista y que no dejaba nada al azar, ha ido alimentando. 

Algunas de las teorías son descacharrantes, por surrealistas. Como la del hombre que pretende convencernos de que El resplandor está llena de pistas… sobre la intervención de Kubrick para falsear la retransmisión televisiva del aterrizaje en la luna. Otras son directamente ininteligibles o no demasiado interesantes: para que lo sepáis, ese poster de esquiador que aparece en una esquina de la imagen durante una secuencia es, en realidad, un minotauro. Y de ahí para arriba.

Supongo que el absurdo del (sobre)análisis suena divertido, y alguna vez lo es: pero se acaba haciendo reiterativo. En cierta manera, da la impresión que hubiera sido mucho más interesante un documental sobre las vidas de los cinco teóricos, y su obsesión que parece rayar en lo patológico. Así, de paso, contestaríamos a unas  cuantas preguntas que quedan sin respuesta: ¿De donde sacan el tiempo libre para los innumerables visionados de la película? ¿Cómo y de que viven? ¿Que opinan sus familias de todo esto? ¿Están medicados? ¿Les dejarían adoptar? 

Al final, Room 237 resulta el equivalente cinematográfico de observa durante demasiado tiempo un cielo nublado. Pronto uno empieza a ver formas y caras… pero eso no significa que estén realmente allí. Ni que debas contárselo a todo el Mundo. Aunque uno de los testimonios afirme que, justo después en los créditos, si miras fijamente las nubes del paisaje, puedes ver la cara de… Stanley Kubrick. Por supuesto.