En su tercera jornada del Festival de Málaga ha dejado de lado por un día a las estrellas mediáticas para proyectar dos cintas peculiares y arriesgadas. Memorias de mis putas tristes lleva con acierto a la gran pantalla la novela de García Marquez con guión de Jean-Claude Carrière y su director, el danés Henning Carlsen. Mientras, Kanimambo envía a tres realizadores a Mozambique para narrar con emoción contenida sendas pequeñas historias.
Hoy se ha presentado en Málaga la adaptación cinematográfica de la novela de Gabriel García Márquez Memoria de mis putas tristes. La cinta, dirigida por el danés Henning Carlsen, rescata el universo poético de la novela limítrofe con el realismo mágico de García Márquez para plasmar en la pantalla la historia de un veterano columnista de un periódico de provincias que en la víspera de su 90 cumpleaños decide regalarse una noche de locura amorosa con una jovencita virgen.
Si ya en su génesis la historia, en forma y en fondo, resulta algo abigarrada, su traslado al cine no desmerece en este aspecto, lo cual puede llegar a lastrar al espectador. Además, su decidida y concienzuda forma poética en diálogos y escenas derivan el producto final en una cinta muy idealista, metafórica y ensoñada, con una banda sonora trufada de piezas clásicas que refuerzan la idea de película antigua.
En cualquier caso y a pesar de estas características que pueden agradar o no según el espectador, Memoria de mis putas tristes resulta un ejercicio más que correcto de adaptación, de realización y de interpretación que conforman una película bastante correcta, que desprende sensibilidad y delicadeza (que ya estaban en la novela original) sobre la historia de este alter ego del escritor colombiano.
Visita a Mozambique
También se ha proyectado hoy Kanimambo, un interesante proyecto de los productores Luis Miñarro y Sergio Castellote que querían abordar en una película la vida en un país del África subsahariana. El elegido (por azar, como han reconocido en la rueda de prensa posterior) fue Mozambique, hasta donde los realizadores Abdelatif Hwidar, Carla Subirana y Adán Aliaga viajaron para buscar las historias que ahora han plasmado en los tres cortometrajes que conforman la cinta.
Como suele ocurrir en los proyectos colegiados, las partes son desiguales tanto en planteamiento como en ambiciones y, claro en resultados. Aún así, el conjunto resulta estimulante y lo suficientemente novedoso como para suplir la parquedad de sus medios de producción.
La primera historia, dirigida por Abdelatif Hwidar, es la más compleja en estructura y resonancias. Se asoma a la vida de un ex soldado y su hijo adolescente que viven en un mísero poblado. El padre está en su lecho de muerte, víctima de una bala disparada 20 años antes; el chico lucha por mantener a su padre con vida. Narrada paralelamente en dos planos temporales (el actual y el flashback de la emboscada fatal) remata su planteamiento con la mirada de un médico valenciano que ejerce su profesión en un dispensario cercano.
La segunda entrega es la parte más convencional y que peca de aquello de los que sus productores recelan: el paternalismo. La propia directora, Carla Subirana, sigue por Mozambique los pasos de una mujer que conoció en un viaje anterior y que ahora está desaparecida. Los esfuerzos de una enferma de sida por ayudar a familias seropositivas rematan el planteamiento. Mitad rodado, mitad fotografiado, la narración viene lastrada por su narración en off con pretensiones de trascendencia que puede llegar a resultar irritante.
Por suerte la tercera parte recupera el tono honesto y deferente de la primera. En ella, Adán Alaga vuelve al dispensario inicial para conocer a la sobrina de la enfermera, una niña sordomuda que traba amistad con un viejo músico ciego. Es aquí donde Kanimambo termina por mostrar su auténtica cara: la de un cuento filmado que destila con sutileza y emoción contenida retazos de una realidad que se nos escapa.