Monica Bellucci

Monica Bellucci: «No quiero ser un icono»

Monica Bellucci
La cara visible del drama que ayer presentó el doble ganador de la Concha de Oro en este mismo festival, Bhaman Gobhadi en el Zinemaldia es la de Monica Bellucci (Città di Castello, 1964). La actriz italiana, todoterreno y ecléctica en sus interpretaciones a partes iguales, tiene muy claro su papel en la película, al igual que dentro del star system al que pertenece y que ella misma no reconoce.

“Quizás no debería decirlo, pero creo que hoy en día las estrellas ya no existen. Con internet y las redes sociales, la idea de estrella inalcanzable y alejada del público se ha perdido, puedes ver a los actores en su vida normal”, reconoce. “Hoy el poder y la presencia los tienen las películas, y la verdad es que no quiero ser considerada un icono, algo distante. Quiero ser una actriz que experimenta su trabajo. Quiero ser algo que tiene vida”.

Y así ocurre con Rhino Season, la película que presenta en sección oficial, que narra la historia de Saleh y Mina, una pareja injustamente separada y encarcelada por la revolución islámica iraní. 30 años después, Saleh queda libre de su cautiverio y comenzará un viaje físico y espiritual hasta encontrar a la mujer de su vida que, confundida por las autoridades, que aseguraban que su marido había muerto, emigró a Turquía.

La cinta recorre la odisea de estos dos personajes pasando inevitablemente por la situación política en Irán. “Para mí la película es más un alegato en contra de lo que el hombre es capaz de hacer cuando está en el poder”, confiesa Bellucci. “Quise hacer la película porque respeto a Bahman y su trabajo como director. Pero para mí el mensaje de la película, de haber alguno, trasciende a Irán”.

Pero si por algo se caracteriza Monica Belluci, y supone uno de los grandes atractivos de su carrera, es combinar personajes y producciones más arriesgadas y comprometidas, como ésta, con proyectos más mainstream y comerciales: “Es muy gratificante como actriz poder trabajar con directores que poseen una visión personal,  como Bahman Gobhadi, Philippe Garrel o Gaspar Noé”, reconoce. “Es cierto que a veces eso implica que las películas no sean para todo el mundo, populares. A menudo son películas en las entras o no entras, porque pertenecen a esa visión de los directores. Pero a mí me gusta trabajar con ellos porque me hacen sentir rica, artísticamente hablando.”

“Hago películas porque es mi trabajo y porque me permite entrar en contacto con culturas que no son la mía. Cuando Bahman me pidió interpretar a esta mujer iraní me quedé de piedra. No lo esperaba. Al mismo tiempo, me pareció un reto apetecible. Yo soy una mujer libre que vive en Occidente. Y Mina, el personaje, es una mujer que tenía todo: amor, libertad… Y lo pierde todo. Para mí como actriz es un reto de lo más apetecible. Bahman había visto todos mis trabajos. De hecho, en su anterior película [Nadie sabe nada de los gatos persas] hay un pájaro en una jaula que se llama Mónica Bellucci. Cuando me ofreció el papel, acepté encantada.”

Su personaje, Mina, es un personaje atormentado, sufridor y que recibe vejaciones a lo largo de la película. Y no es la primera vez para la Bellucci: “He hecho películas en las que la belleza es destruida. Varias veces además. Quizás los directores quieren mostrar cómo los hombres no respetan y destruyen la belleza porque la temen. A menudo cuando no pueden tenerla, deciden romperla, como un juego”, afirma dudosa. “Gracias a Dios, a mí no me ha pasado nada de eso”.

Pero no es el único aspecto ajeno a ella que ha tenido que asumir en esta película. Por si fuera poco, su interpretación es completamente en idioma farsi: “Es cierto. Hablo en farsi en la película. Y algunas veces Bahman se olvidaba de que yo no era iraní. Estábamos en rodaje y de pronto cambiaba alguno de los diálogos y quería que yo dijese algo diferente cinco minutos antes de rodar. Y yo tenía que recordarle todo el tiempo: “¡Bahman, que no soy iraní!””, confiesa sonriente. “Bahman es así y es una de las cosas que me encantan de él: está tan metido en el rodaje, en la película que está rodando, que se olvidaba de la realidad”.

“Curiosamente, hablar en farsi no fue lo más difícil del proceso. Me gusta hacer películas donde tomo riesgos y puedo probarme a mi misma e ir más lejos. Hubo una parte técnica, casi te diría física, como actriz: tuve que aprender un idioma, aprender una cultura, incluso cómo vestir sus ropas. Pero luego hay toda otra parte de mi trabajo que pertenece al instinto: es aquello que ocurre dos segundos antes de rodar, cuando no sabes realmente qué es lo que vas a hacer. Esa parte es maravillosa. Y no sé cómo explicarla porque yo misma no sé qué ocurre en esos momentos. Pero todo el trabajo es siempre resultado de una sinergia entre el actor y el director. Y lo bonito es que con cada director una misma cosa saldría de maneras diferentes. Porque cada vez que dos personas se encuentran provocan cosas la una en la otra. Bahman tenía muy claro desde el principio que quería que yo hiciese un trabajo muy humilde. Quería que me centrar en el lenguaje corporal, en mi manera de moverme, en mi manera de mirar. Un pianista utiliza el piano y los actores utilizamos nuestro cuerpo.”

“En mi opinión, es un film de una gran belleza, lo que hace que todo lo que ocurre en él pueda soportarse mejor. Cuando lo vi me di cuenta de que no estaba frente a una película americana o europea. Era algo nuevo, algo que nunca había visto antes.”