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Muestra SyFy: ‘Oz’, entre la vistosidad y el tedio

Anoche la muestra Syfy daba el pistoletazo de salida a su décima edición con el tradicional ambiente festivo que inunda la inauguración todos los años. En esta ocasión y aduciendo las inclemencias del clima que asolaba Madrid, Leticia Dolera no pudo ejercer de maestra de ceremonias, cediendo la labor a Macarena Gómez.

Tras la presentación de esta edición de la muestra de cine fantástico por parte de la actriz, que, consabida del público que se mostraba ante sus ojos, intentó, con poco acierto, crecerse ante la adversidad, nadie dejó claro si será la encargada de presentar las películas del resto de días. Eso habrá que descubrirlo hoy. Posteriormente, se proyectó la película de inauguración: Oz, un mundo fantástico.

Resulta complicado abordar una precuela de El mago de Oz, siendo consciente, y teniendo en cuenta toda la mitomanía y fanatismo que reúne a su alrededor el clásico de Victor Fleming. Pero Sam Raimi no ha duda en liarse la manta a la cabeza y ponerse manos a la obra, volcando su talento en una cinta visualmente hipnótica, pero que, como el hombre de hojalata, carece de alma y corazón. Oz, un mundo de fantasía es, sin duda, un proyecto delicado e interesante, peo el resultado resulta tedioso, vacuo y falto de encanto.

Ni James Franco con su socarrona (y por momentos irreal) interpretación del pícaro mago de Oz, ni las tres hechiceras encarnadas por Rachel Weisz, Michelle Williams y Mila Kunis son lo suficientemente carismáticas para despertar la más mínima complicidad en una precuela ejecutada mecánicamente que no despierta interés en su espectador más allá de los descubrimientos del planteamiento de la historia, en las más de dos horas de duración de la película.

Raimi homenajea el original, y se mantiene fiel al estilo de encuadrar la realidad en 4:3 fotografiada en blanco y negro, y el onírico mundo de Oz en unos deslumbrantes y vivos colores que revisten de brillantez un diseño de producción muy cuidado pero en el que en ocasiones sobra el píxel y se echa de menos la artesanía original. Aún así, el ingenio y la destreza de Raimi para resolver escenas permanece intacto, aunque como el resto del empaque, tremendamente lastrado por un guión carente de todo interés, que produce indiferencia en el espectador y que, al contrario que lo que pasa con el original, no quedará impregnada en el imaginario colectivo.