Festival de Málaga 2009

‘Pagafantas’, carcajadas sobre una historia amarga

En la penúltima jornada del Festival de Málaga se ha visto Pagafantas, uno de los títulos más esperados de esta edición que, pese a ello, ha satisfecho las expectativas. Es una comedia que funciona sin recurrir a cerebros en fuga si no que le echa humor a una historia universal de fracaso sentimental. En cambio, Siete pasos y medio envuelve con una factura soberbia una inmensa nada. En el tintero se nos había quedado El niño pez, un intento de cine onírico que resulta francamente aburrido.

No debía ser poca la presión que Borja Cobeaga sentía sobre sus hombros al debutar en el largometraje después de competir un Oscar como cortometrajista. Su compañero de camada Nacho Vigalondo se vio en las mismas y le costó año y medio llevar sus Cronocríomenes a las salas con escasísima afluencia de público (aunque despertara pasiones entre un nutrido grupo de admiradores).

Pero a diferencia de casi todos los directores españoles de su misma generación y prestigio (el mencionado Vigalondo, Fresnadillo, López Gallego, etcétera), Cobeaga no ha escogido un thriller y se ha decantado por una comedia. Aunque algo de historia de terror tiene: un joven (Gorka Otxoa) ve cómo se convierte en el mejor amigo de la chica de la que está enamorado (Sabrina Garciarena). El guión, firmado por el propio realizador junto a Diego San José, desarrolla con eficacia y grandes dosis de humor ese proceso y sus consecuencias.

Pero, sobre todo, Pagafantas es una película que se toma la comedia en serio. Perfecto ejemplo del schadenfreude (divertirse acosta de las desgracias ajenas), Cobeaga va llevando al espectador poco a poco a la carcajada hasta que llega un punto en que se está riendo de cosas que no tienen niguna gracia. Porque en el fondo de la película hay amargura, por más que ésta nunca asome a la superficie de sus ajustados 80 minutos. Da gusto que alguien sea consciente de que si no hay nada más que contar no tiene sentido estirarse hasta los típicos 90 minutos.

Todos los actores funcionan a la perfección en sus personajes. Otxoa resulta el perfecto veinteañero majete al que cualquiera querría como amigo. Es, en efecto, el pagafantas ideal. Y Garciarena logra no ser sólo una mujer objeto sino una chica de la que entendemos que nuestro antihéroe se enamore. Una película, pues, que debería llevarse el Premio del Público de no ser porque Fuga de cerebros es la cinta que más espectadores/votantes ha tenido durante el certámen.

Poco se puede decir de la otra película a concurso en el día de hoy: Siete pasos y medio, del debutante Lalo García, es una preciosista película de tonos azules, con una planificación de belleza impoluta y un acabado de anuncio de perfume. Una pena que no haya nada más: ni historia, ni personajes, ni nada de nada. Parece ser que se trata de un hombre que se ve metido en negocios sucios del mercado inmobiliario. Decimos parece ser porque a lo largo de sus 100 minutos la trama queda tan sólo queda esbozada. Los personajes, todos en una pieza, hablan sin descanso nunca sabemos de qué, aunque por la intensidad deducimos que deben ser cuestiones muy graves.

Tampoco tiene mucho recorrido El niño pez, el segundo largomentraje de la argentina Lucía Puenzo, que se esperaba con mucho interés tras el éxito de Xxy. Esta historia de amor al límite entre una adolescente de familia adinerada y su asistenta quiere ser poética y evocadora, pero al final se pasa de intensa y cae en el tedio. También se esfuerza por estimular al espectador con una trama policial pero sufre de poca verosimilitud. En cualquier caso, queda patente que la joven Puenzo es una mujer de talento así que confiaremos en que en su tercera película regrese al buen camino.