Edward Berger, el director de Sin novedad en el frente, que representó a Alemania en los Oscar de 2023 y acabó llevándose cuatro estatuillas, llega al Festival Internacional de Cine de San Sebastián con otra película bélica: la de la guerra que se celebra con la elección de un nuevo papa. ‘Cónclave’ es un sólido thriller sobre las intrigas entre los cardenales cuando tienen que elegir al nuevo representante del Dios católico en la Tierra, que revelan ambiciones, traiciones, alianzas y chantajes como en cualquier cúpula política internacional. Pero en medio de la tensión también es capaz de arrancar carcajadas.
El viejo papa muere con varios asuntos por resolver y decisiones que salen a la luz en mitad del cónclave que va a designar a su sucesor. Lo va a dirigir el cardenal Lawrence, que tiene el respeto de todos pero una tendencia al aperturismo en la Santa Sede, y destacan como papables él mismo, los representantes de dos ramas conservadoras y retrógradas, el candidato más progresista y un candidato sorpresa que se presenta justo antes de que se encierren a deliberar. A lo largo de los días se van sucediendo las votaciones y también Lawrence tendrá que ejercer de detictive para descubrir las intrigas de unos y otros para imponerse a los rivales, incluso con la ayuda de las monjas que los asisten. Conseguir la fumata blanca va a pasar obligatoriamente por desvelar cuál es el verdadero carácter de unos y otros, que de santos no tienen nada.
Con esta intención y unos mimbres de oro puro -la solidez del guion, una puesta en escena espectacular que incluye una interesantísima exposición de todo el ritual que envuelve este procedimiento, con una fabulosa fotografía de Stéphane Fontaine, y sobre todo un reparto que hace los ojos chiribitas (Ralph Fiennes, Stanley Tucci, John Lithgow, Sergio Castellitto e Isabella Rossellini)- Berger construye un robusto thriller purpurado, muy teatral, con toques de farsa e impagables detalles de humor, y una sorpresa final que aunque cuestionada por muchos espectadores da con la clave: hasta la institución con menos empuje hacia el progreso no le queda más remedio que progresar, aunque sea involuntariamente.