'Emmanuelle'

‘Emmanuelle’: la edición 72ª del Festival de San Sebastián empieza calentita

'Emmanuelle'
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Audrey Diwan convierte el objeto de deseo de toda una generación en sujeto de deseo y búsqueda.
3.6

La revisión de un clásico del cine erótico como Emmanuelle es la excusa tras la que se pertrecha la directora francesa Audrey Diwan para hablar del placer desde la feminidad, que hace entrar en calor al público que llenaba la sala 1 del Kursaal. Si L’événement trataba con realismo y crudeza el tema del aborto y del silencio y el dolor que rodea a las mujeres que optan por abortar, en su nueva película, que abre la Sección Oficial a concurso del festival, retrata el placer sexual cambiando la mirada masculina sobre la mujer como objeto de deseo y como parte pasiva de los encuentros sexuales ocasionales. Aquí es Emmanuelle -la estupenda Noémie Merlant- la que decide, provoca y busca.

Una mujer cuyo trabajo consiste en hacer el control de calidad de los establecimientos de un grupo hotelero de lujo llega a Hong Kong para evaluar el rendimiento de la directora de uno de ellos, que no está cumpliendo las expectativas. El examen minucioso de los servicios del hotel le lleva a descubrir que se permite la existencia de escorts en las instalaciones y a un misterioso hombre al que ya vio en el avión de ida y que despierta su curiosidad y su deseo. Su búsqueda y la indagación sobre su enigmática estancia en el hotel y la ciudad le conduce a un replanteamiento de su vida que le aleja del control férreo que se había autoimpuesto.

Pero quizá lo más interesante de la película es el dibujo de una cultura del lujo que calibra hasta el más mínimo detalle para complacer al usuario (en este caso los clientes del hotel), en la que el mismo control que se autoimpone la protagonista es el que se ejerce como herramienta de placer, en el sentido amplio de la palabra. Pero que no deja de ser un bien de consumo, un artificio en el que un encuentro fortuito en el aseo de un avión es tan satisfactorio como la música de ambiente que se utiliza en el hotel o el mango que el chef introduce en el plato para adaptarlo al gusto del exigente comensal. La medidísima sensualidad de los andares de Emmanuelle, sus perfectos trajes y accesorios (El deseo se viste de Prada), quedan delatados como ficción que se resquebraja cuando entran en juego elementos que se escapan al control: un tifón que amenaza el atrezo o el deseo por lo oculto, por una vida más allá de perfumes, joyas o champán con bengalas, por un viaje al lado más sórdido, por una vía de escape que se traduce en placer verdadero.

¿O no?