Pilar Palomero da un salto temático de la adolescencia (Las niñas, La maternal) a la madurez con esta película acerca de cómo despedir tempranamente a un padre y ex marido al que la enfermedad va asfixiando, literalmente, sin prisa, pero sin pausa, basado en el resto ‘Un corazón demasiado grande’, de Eider Rodríguez.
La cineasta zaragozana avanza un paso de gigante en su particular carrera hacia la verdad en pantalla. Su tercera película es un ejemplo de minimalismo extremo que conmueve, sobre todo por el fuera de campo y las miradas cruzadas. La historia del cine está repleta de luchas titánicas contra la enfermedad y discursos rimbombantes de despedida que rara vez se han dado en un hospital. Tanto, que podríamos juzgar los adioses de la vida real como pobres, y Palomero no tiene ningún reparo en desnudar de épica este canto a los cuidados paliativos.
Los destellos recaen sobre los hombros de la actriz española actual en mayor estado de gracia, Patricia López Arnaiz, cuya labor es aún más brillante en las secuencias sin diálogos. Se trata de una mujer del ámbito rural que ha conseguido rehacer su vida con un hombre más joven (Julián López) sin poder despegarse de un ex, que vive solo y enfermo (Antonio de la Torre). Las cada vez más constantes visitas de su hija (Marina Guerola) los fines de semana le hacen ver que el final de su antiguo compañero está más cerca de lo que todos pensaban. Comienza entonces una despedida a la que asistimos, como en la vida misma, con muchas más cosas por decir, que nunca se materializan, como si se tratara de una verdadera familia.
Antonio de la Torre vuelve a la primera línea del cine español con un trabajo introspectivo, casi silencioso, del corte de aquel Caníbal de Martín Cuenca, aunque mucho más logrado. A Julián López le dan la oportunidad de lucirse como actor dramático y Marina Guerola acomete un rotundo debut como puente entre las dos casas.
Están tan planificados Los destellos que parecen una cosa terriblemente real y simple. No hay una palabra de más en el equipo de cuidados paliativos que apenas aparece en una secuencia y, sin embargo, son el meollo de la trama; no se recrea Palomero ni un minutos de más en el abrupto paisaje de esta comarca entre Tarragona y Teruel en la que habitan los personajes, ni hay un subrayado en las cuentas pendientes de esta familia que la muerte acaba por saldar. Por todo eso conmociona aún más.