Durante Tardes de soledad, la propuesta documental de Albert Serra sobre el mundo del toreo, se matan seis reses bravas; bueno, muchas más, porque el cineasta, uno de los enfants terribles del cine español, siguió durante tres años los avatares de una de las máximas figuras del toreo, pero la película respeta la estructura de la lidia de que sean seis las que salten cada tarde a la arena, con todos sus tercios (varas, banderillas y muerte). Aunque, como ocurre en la realidad, todo empieza mucho antes, en el campo, con el crecimiento del toro, y también para el torero y el resto de sus cómplices, y también lo muestra.
Hay mucha poesía en la cinta de Serra, tanto sobre la arena como en los previos. Destaca el ritual de cómo vestir al diestro (tejidos transparentes, medias, lo ajustado del traje…), cuya necesidad de ayuda del maestro de espadas aporta a la ceremonia no pocos tintes homoeróticos. La furgoneta, con un plano fijo del maestro, es uno de los personajes que más tiempo ocupa en el film, pueden apreciarse los nervios propios previos a las grandes tardes y también los comentarios posteriores sobre la actitud del público, las acciones del presidente, pero, especialmente, las múltiples alabanzas al diestro, plagadas de comentarios machistas. Esto no solo evidencia el exceso de testosterona del mundo taurino, sino una sospechosa adulación perpetua al matador que es, curiosamente, el que permite que se mantengan todos los puestos de trabajo de la cuadrilla.
El toreo es un trabajo equipo, como bien queda reflejado, por lo que las tardes de soledad del título bien podría reflejar el espíritu todos contra el toro que suponen las corridas. El despliegue técnico de Serra permite apreciar perfectamente la agitada respiración de los animales durante la faena y una cámara muy cercana avisa del derroche de sangre, del lento proceso de muerte del animal, con descabellos y puntillazos incluidos, así como las no pocas veces que se arrastra al animal aún agonizante.
El maestro, Andrés Roca Rey, peruano de 27 años y una de las figuras en lo más alto del escalafón, es un hombre silencioso poco dado a comentar sus hazañas, al que durante el rodaje le cornearon tres veces y en todas respondió acercándose aún más al animal.
Albert Serra, uno de los pocos españoles mimados por Cannes con títulos como Pacification y La muerte de Luis XIV, se define como taurino, y muchos verán en este documental una defensa de la tauromaquia, aunque habrá aficionados también que le reprochen la ausencia de épica (apenas las cámaras enfocan a los tendidos) y los prolijos detalles de las agonías de cada uno de los seis toros. La cámara no es nada inocente, pero, sabiamente, el realizador no ha colocado una palabra en el filme que no sean las que dicen sus protagonistas.