
La cineasta francesa Claire Denis regresa a San Sebastian tras haber competido en 2018 con su comentadísima fantasía espacial High Life. Si en aquella se trataba de una fábula sobre las relaciones humanas, ahora en Le cri des gardes (El grito de los guardias) parte de una obra de teatro de Bernard-Marie Koltés para retratar del ocaso de Occidente como civilización preponderante.
La pieza original de Koltès, Combat de nègre et de chiens (Combate de negro y de perros), se centraba en el momento de su estreno, en los años setenta, en una denuncia de los abusos de la colonización europea en África —y por extensión de cualquier otra— pero, retomada cincuenta años más tarde, el argumento resuena aún más fuerte.
Matt Dillon —que aunque le veamos poco, sigue siendo una estrella con una presencia que va más allá de su calidad interpretativa— es el responsable de una mega construcción en algún lugar de África. La noche en la que se prepara para recibir a su mujer en el campamento, aparece la figura de un hombre que reclama el cuerpo de su hermano fallecido en, al parecer, un accidente laboral.
El las largas conversaciones entre ambos hombres, separados una alambrada, vemos el diálogo entre el viejo Occidente, saciado de capitalismo, y la dignidad del que tiene poco y, simplemente, no está dispuesto a consentir que le sigan arrebatando lo poco que le queda. Es un pie en pared colocado con una firmeza pero con una serenidad perturbadoras. Es el fin del mundo tal y como lo conocemos.
La película de Denis, aunque al verla pueda resultar exasperante o tediosa, es en verdad un sofisticado retrato de una sociedad que ha cruzado tantos límites que es capaz de organizar una cena en smoking y tacón de aguja en medio del desierto mientras esconde debajo de al alfombra sus más deshumanizadas vergüenzas, mientras otra parte del mundo aguarda, de pie, dignísima, a que todo colapse. Lo hará. Lo está haciendo ya.