Pasado el ecuador del Festival, la competición ha contado hoy con La vida empieza hoy, de Laura Mañá, la primera comedia presentada este año que despierta risas sinceras. La segunda sesión ha sido la de Rabia, una película de género producida por Guillermo del Toro pero que resiulta bastante aburrida. Eso sí, Concha Velasco está, una vez más, inmensa.
A la cinta de Laura Mañá lo único que se le puede reprochar es la falta de ambición en su planteamiento: una clase de sexo para mayores de 65 años y la vida más o menos aburrida y frustrada de algunos de sus alumnos. Mañá, también coautora del guión, no ha debido dudar ni un momento de las posiblidades cómicas de la situación y se ha tirado en plancha a explotarlas. Lo bueno es que lo ha hecho sin caer en la vulgaridad ni en el trazo grueso. Son personajes con al menos un par de capas, que sufren y lucha por salir adelante y que aprenden a reírse de sí mismos.
Lo malo es que su planteamiento tan lineal y algo plano impide que aflore con suficiente fuerza la parte dramática, seguramente la más real, de las historias que narra. No es que las esquive (allí está la mujer sesentona que se enfunda un picardías para recuperar a su marido y éste, literalmente, ni la ve) pero, cuando llegan, funcionan como un gag más. Un gag de regusto amargo, sí, pero se funde con todos los demás de la cinta.
Mañá, de todas formas, tiene un gran talento narrativo. La película avanza con toda suavidad, gracias especialmente a que todas las historias captan el interés del espectador. Los actores –bendita veteranía– están todos francamente bien dibujando personajes completos en un tris, a pesar de que la evolución de algunos de ellos resulte un poco brusca (especialmente en el caso de Pilar Bardem). Aunque, al César lo que es del César, brilla por encima de todos Sonsoles Benedicto, que crea una la composición más interesante y compleja. Sería injusto no destacar también la desinhibición de todos ellos, mostrando sus cuerpos cuando llega el momento e, incluso, practicando sexo ante la cámara.
La idea del sexo en la tercera edad no es nueva, pero sigue siendo provocativa. En la visión de Mañá, el sexo no sólo es liberador sino que posee fuerza redentora, que permite a estos personajes en el final de sus días sentir que recuperan al menos una parte del tiempo perdido. No es de extrañar que una escena de la parte final recuerde fielmente a Pleasantville, de Gary Ross, en la que el sexo también se convertía en el motor de una pequeña revolución de puertas adentro.
La segunda película del ecuatoriano Sebastián Cordero genera el mismo sentimiento que predica su título. Una rabia sentida por lo que pudo haber sido y no fue en una cinta de género que promete mucho más de lo que da. Con un planteamiento bastante atractivo y un potencial para desarrollar una enfermiza historia de buen misterio, el director, también autor del guión, opta por tomar la vía sencilla y plana del guión, en la que se limita a exponer unos hechos no completamente hilvanados entre sí que generan este sentimiento de oportunidad perdida, además de un sopor del que nunca se sale.
Nada cabe apostillar del resto de características de una cinta producida por Guillermo del Toro, donde hasta el más mínimo detalle está cuidado al extremo. El reparto está espléndido, pero no era complicado conseguir grandes trabajos estando rodeado de Icíar Bollaín, Xavier Elorriaga, Alex Brendemühl y la enormísima Concha Velasco que, sin ánimo de menospreciar a ninguno de sus compañeros de reparto, está espléndida, como siempre, en el papel de la alcohólica señora de la casa. La película es un ejemplo perfecto de grandes expectativas que derivan en grandes chascos, y una oportunidad perdida para el género en este Festival.