Para la arrancada de la sección competitiva del Festival de Málaga, la organización ha hecho un alarde de equilibrio programando lo que se anunciaba como una comedia desternillante y un drama intimista. El problema llega cuando se descubre que Que se mueran los feos está construida con chistes de derribo y Planes para mañana se mueve por senderos perfectamente trillados.
En su salto al largo Juana Macías ha reunido en Planes para mañana a tres estupendas actrices -Goya Toledo, Carme Elías y Ana Labordeta- que sacan buen partido a sus personajes de mujeres frágiles que se enfrentan, sin saberlo, a uno de los días más importantes de su vida. Tres historias que discurren en paralelo y entrecruzadas por el azar y el destino, una estructura narrativa deudora, huelga decirlo, de tantas y tantas cintas que recurren al patchwork de personajes y al que Macías no ha encontrado nuevos alicentes. El hecho de que el nexo sea un accidente de coche, que cuente tres historias entrecruzadas, que refleje la vida deshumanizada de la gran ciudad y que esté rodada en primerísimos planos cámara en mano recuerda en exceso a las películas de Alejandro González Iñárritu, muy en particular a Amores perros y 21 gramos.
No cabe duda de que la cinta está bien rodada a pesar de los evidentes pocos medios, que sus actores encajan perfectamente en los personajes o que el ritmo es en general muy adecuado. Pero al final no hay nada especialmente interesante en la película, ni nada verdaderamente emotivo, y menos aún emocionante.
Que se mueran los feos, el nuevo trabajo del otrora solvente Nacho G. Velilla, uno de los pretendidos platos fuertes de esta edición del Festival, está armado desde el humor de trazo grueso, la sal gorda y chistes que parecen descartados de primeros borradores de episodios pilotos de Globomedia. Con esta extraña mezcolanza, el director, buscando un producto semejante a su anterior Fuera de carta, termina por no satisfacer expectativas.
De esta forma, el elenco se encuentra en la situación de defender un texto nada acertado con sus volubles armas que, si bien no están muy bien definidas, acaban por ilustrar un mosaico pretendidamente costumbrista que cae en el esperpento y la vergüenza ajena más absoluta. Una película que, más allá de su probable éxito en taquilla, hace un flaco favor a la carrera artística de todos los que forman parte de ella. La primera gran decepción del Festival.