Debo pedir disculpas. Prendedme fuego en público, si es necesario. Siento la misma culpa y vergüenza ajena incandescente que experimenté viendo War Horse de Spielberg. La necesidad idéntica de rociarme con gasoil, encender el mechero y calcinarme para acabar con esta angustia. Tendría que haber entregado este texto hace una semana, el martes pasado para ser exactos. A mi favor intentaré explicar que he tenido una semana de lo más convulsa y que llamé a la redacción de TÍO OSCAR para intentar explicarles el tumulto de razones, preocupaciones y mentiras por las que no llegaba a tiempo. Pero comenzaré por el principio.
He decidido, junto a todo el mundo que tiene algo que ver con esto del cine, acudir a la 62º edición de los Fotogramas de Plata, la VERDADERA fiesta del cine español. Los Goyas están bien y dan glamour, pero todo el mundo acude con el culo apretao y hay muchos nervios (yo también los tendría: te puedes cruzar con Melanie Griffith y no entenderle lo que te dice y además son televisados).
Sin embargo, los Fotogramas, desde su nacimiento en 1950, tienen el aroma inequívoco de la celebración anárquica y refrescante: muchas risas, mucha incorrección política, mucho griterío, barra libre, ausencia de cámaras (salvo las de los iPhone) y buen rollo NON-STOP y en mayúsculas. Los Goya son como una cena en el Casino con modelazo de largo, auspiciado por Peggy Guggenheim. Los Fotogramas son una rave o un botellón con charanga y bailes desenfrenados, bajo la batuta de Iggy Pop.
Con eso no quiero decir que la gente vaya a la Joy Eslava con chancletas, fardapaquete, rastas y pareo, no. La gente va MUY bien vestida (la redacción de la revista al completo, por ejemplo, se pone chaqueta y corbata), pero digamos que no se nota la tensión acumulada sobre los hombros y hay una gran ausencia de ojera, histeria ansiosa y circo mediático. Las sonrisas son más de verdad. Los abrazos más calentitos. Las conversaciones infinitamente más cachondas y personales. Incluso te puedes enrollar con una o varias personas en los sofás sin que nadie diga nada. Hay ganas de fiesta y diversión, de brindar por un proyecto común y quemar las malas noticias. Hay ganas de verbena. Y a mí, ya me lo dice mi madre desde pequeño, me pierde una fiesta popular.
Lo explicaré con ejemplos. Los Fotogramas de Plata son los únicos premios que conozco en los que puedes encontrarte con una colección de tacones sobre una mesa (una instalación improvisada y reivindicativa del sufrimiento femenino en las galas de largo) o en los que puedes asistir a una conversación como la que sigue a las 2.15am:
YO: ¿Quién es ese?
PERIODISTA CULTURAL: No, ese está casado y tiene hijos.
Eso son los Fotogramas de Plata.
En el avión me asaltan las primeras preocupaciones, ésas que harán que no pueda dar pie con bola el resto de la semana. Que no logre concentrarme. Que no entregue a tiempo este texto. Me he pasado una semana frente al ordenador aterido. Angustiado. Bloqueado. He necesitado recapacitar ampliamente y serenarme antes de poder volver a escribir. Estas son las cosas que me preocupan, las que hacen que haya quedado como el culo con TÍO OSCAR y que rumio incansablemente: ¿Por qué los zapatos de Loubotin tienen siempre las suelas rojas? ¿Me pinto de nuevo las uñas o las dejo hidratarse unos días? ¿Lograré amortizar la cuota mensual de gimnasio? ¿Cuándo termino el tráiler del corto? ¿Lo pongo en Vimeo o en Youtube? ¿Tendrá libre Carmen Machi las fechas que le voy a proponer para rodar Un juego más? ¿Estoy preparado para el rechazo que sufriré en verano como no me ponga a dieta? ¿Era la pierna de Angelina Jolie real o un animatronic? ¿Qué va a ocurrir con el déficit de las comunidades autónomas y la crisis de deuda pública? ¿Querrá decir algo que se publiquen el mismo año las biografías de Steve Jobs y Ana Obregón? ¿Qué encierra ese nuevo concepto de “violencia de género estructural” esgrimido por Gallardón? ¿Por qué no consigo entenderlo si todo el mundo en el PP parece que lo hace sin problema? ¿Lo del anuncio de Loewe va realmente en serio? ¿Por qué Dolores de Cospedal cada vez se parece más a la editora del Vogue Japón? ¿Son la misma mujer? ¿Por qué no consigo comprar en eBay? ¿Debería quitarle el iPhone a mi madre y le explico que no puede asarme a whatssups de esta manera? ¿A qué revista puedo proponerle un artículo en el que argumento rigurosamente que los creadores de Mi gitana se basaron en el personaje de Darth Vader para crear el de Encarna Sánchez? ¿Aprenderemos a vivir con la incertidumbre que reina por todos lados? ¿Qué ocurrió en mi infancia que haga que tenga aversión a los zapatos? ¿Me pongo faja para ir a los Fotogramas?
Como veis, todas son razones y preocupaciones de peso.
Me quedo en casa de mi mejor amigo, porque mi piso en Madrid está alquilado (que, por cierto, si necesitas un piso en Madrid, éste es el mío). Mi amigo y yo tenemos gustos distintos, por no decir opuestos. Él experimenta la misma ansiedad entrando en mi casa que yo en la suya. A mi me tira el color y me domina el horror vacui. Él es un hombre de minimalismos y blancos. Mucho mármol. Quizás por eso seamos tan amigos. Siempre me ha estimulado rodearme de gente que es distinta a mí. Me hace crecer. Aprendo. Enseguida hago planes para encontrarme con mi productora, reunirnos para discutir el presu de un corto que rodaremos este año (he montado una productora humilde, con muchas ganas: www.actusproducciones.com) y después quedar con el grupo loralei para ir a la fiesta.
Me encanta eso de decir que voy a los Fotogramas con mi productora, lo admito. La verdad es que todo el mundo debería tener la oportunidad de ir con Verónica Díaz a cualquier sitio. No sólo es una de las mejores profesionales de la producción que tenemos sino una de las tías más divertidas y preparadas que conozco. Así que del brazo dando saltitos nos dirigimos a la Joy Eslava. Allí están las personas más totales del mundo entero: Nadia López (jefa de prensa de Alta Films), Elena Neira (súperwoman de Wide Pictures), Pablo López (gurú de internet, biblioteca cinematográfica con piernas y mito sexual) y Fernando de Luis-Orueta (dueño y señor de esta web). Me iría al fin del mundo con ellos. Faltan Ainhoa Pernaute, Xavi Brú y Deborah Palomo para que la familia esté al completo pero se han quedado en Barcelona. No todo puede ser perfecto.
Pablo me entrega mi acreditación. Descubro que Fotogramas me ha acreditado como Javier “Ginger”. No pasa nada. Con tal de disfrutar, yo soy quien me digan que tengo que ser. No tengo ningún problema en cambiar de personalidad si la situación lo requiere. Mi inseguridad se concentra en mis lorzas y en que doy fatal en fotos, el tema de mi nombre no me quita el sueño. Ahí mismo me entero de que Pablo ha venido con las gafas de sol en el bolsillo de la chaqueta. Explica que tiene pensado que le den las mil y que haya salido el sol cuando acabe, porque el año pasado acabó sentado en una acera con un tetrabrik de gintonic a las 7.30 am. Pablo sabe siempre captar la esencia de aquellos lugares a los que le invitan. Pablo es un jamelgo de mundo.
Decidimos calentar motores en el bar de tapas más cercano, como media fiesta. Los señores que regentan el local tienen que flipar en esta noche, porque no hace más que entrar gente con modelazo y famosos varios. Estoy seguro de que se preguntan qué ha ocurrido en el centro de Madrid y cuando los emperifollaos han arrasado con los Manolos de acera y tinto. Pero nosotros, que otra cosa no pero acera tenemos un rato, pasamos desapercibidos. Para nosotros la ordinariez y el glamour siempre han sido sinónimos. Nos pasamos de uno a otro con una facilidad pasmosa.
En la barra me encuentro con Jan Cornet (Goya al actor revelación por La piel que habito). Nos saludamos y nos ponemos al día. Ha quedado con Elena Anaya (nominada esta noche) porque entrega un premio a Blanca Suárez. Jan es un encanto, además de uno de los actores más prometedores y potentes que tenemos. Espero que le cuiden como se merece y que le den personajes a los que les pueda prestar esos ojazos de una intensidad abrasadora. Nos echamos unas risas y luego él va a encontrarse con Elena. Nuestro grupo decide la estrategia a seguir: resulta que nos hemos traído tres amigos (con buena pinta) que ni tienen entrada ni están acreditados así que necesitamos estudiar el terreno para ver cómo conseguimos colarlos. No os llevéis las manos a la cabeza: en estas fiestas siempre da vidilla intentar meter a alguien de estrangis. De hecho, podríamos haber solicitado invitaciones y estoy seguro de que ninguno (aunque no lo confesemos) lo ha hecho porque no hay nada comparable a la adrenalina de sentirte ilegal. En un pis pas sabemos qué hacer, con quién hablar, cómo meterles. A mí me toca ir solo, por delante. Y los demás, que van con invitación, por detrás, por la entrada de invitados donde no hay photocall. Con el paquete.
Una constante en mi vida: sin comerlo ni beberlo me encuentro en sitios en donde no debería estar. Siempre estoy en el lugar en el que no me corresponde. Acabo donde no me toca de la manera más natural, sin ambición ni truperío. Luego, a posteriori, me muero de vergüenza. Pero en el momento no me entero. Intentaré explicarlo: en los Fotogramas hay diversas zonas, como en la vida, dependiendo del tipo de acreditación o invitación que tengas. Hay una zona VIP que es el centro de la sala, otra VIP (pero un poco menos) que son los alrededores del centro-tras la baranda y luego ya el gallinero, que son los diferentes pisos.
Total, que yo entro por la entrada de prensa (o sea, photocall) y sin pisparme de que hay un camino para los que no somos celebrities, me hago todo el paseíllo frente a la prensa encontrándome por el camino con José Coronado y Elena Anaya, que están sonrientes dando entrevistas a las televisiones. Yo me paro, saludo a periodistas amigos, a cámaras conocidos, a fotógrafos de toda la vida, empiezo a dar palique a todo el mundo (probablemente en el único sitio en el que NUNCA debes dar palique a tus amigos periodistas), convencido de que esto es parte de la fiesta y sin enterarme de que estoy en mitad de un sitio que no es el mío. Paseo por el photocall sin posar (evidentemente) y con la soltura que tendría en el salón de mi casa. Vamos, que no les ofrezco cacahuetes porque no tengo. Yo creo que lo hago de manera tan inconsciente y natural, lo de meter la pata, que nadie se da cuenta (reflexión después de una semana).
Saludo a Antonio Rubial, de Kuranda, los repres de Elena y de medio firmamento del star-system español. A Antonio le sigo por Facebook así que sé de su vida y además el pobre está en mitad de un canutazo con Elena, o sea que me aparto rapidito y me meto en las tripas de la movida: la sala Joy Eslava.
Según la piso me encuentro con Philipp Engel (agitador cultural, crítico, intelectual y colaborador de multitud de publicaciones). Ha venido sobando en el AVE junto a Alex Montoya (súper redactor de Fotogramas y uno de los tíos más salados, talentosos y cariñosos que conozco en este mundillo). A mí Philipp siempre me recuerda a alguien salido de Un método peligroso de Cronenberg, con esa mezcla irresistible de secretismo y morberío. Mataría por saber qué pasa en su cabeza en cualquier segundo.
La sala está medio vacía, aún es pronto. Intento encontrar a mis amigos, que han entrado por la otra puerta, pero no lo consigo. Camino por entre la gente mientras observo las proyecciones enormes de las portadas de muchos números de la revista que se agitan junto a fotos de Elías Querejeta (premio especial de la noche), mientras oteo a ver si encuentro a Carlos Boyero. Carlos es un señor que me produce muchísimo miedo, una inquietud interna y ancestral, así que estoy decidido a sentarme lo más lejos posible de él si le veo. En serio, Carlos Boyero tiene sobre mí más poder que un laxante. Pero no, puedo sentir en el aire que no está, así que camino tranquilo.
También me aseguro de dónde están los wc porque he decidido que voy a intentar ver el segundo episodio de Mi gitana en Tele5 desde el iPad de Pablo durante la ceremonia. Eso no es punki. Es directamente perder los papeles. Pero estamos enganchados. La cosa es que me sorprendo buscando los WC, porque he estado multitud de veces en esta sala, pero los estados en los que me encontraba hacen que se me olvide su localización con facilidad. Menos mal que hace ya 3 años y pico que solo bebo coca cola.
Inmediatamente veo a lo lejos a mi hada madrina, Javier Cámara. Javi es, probablemente, una de las personas que más quiero en el mundo del cine. No sólo pienso que es el mejor actor que tenemos en este país, todoterreno, entregado, malabarista, sino que además le honra ser una de las mejores personas que conozco. Mi adoración por Javi es INCONDICIONAL, a prueba de bombas. Nos encontramos rodando Hable con ella. Desde entonces, llevo con orgullo considerarle un amigo de verdad. Javi está con La Terremoto de Alcorcón, otra imprescindible de estas fiestas y del mundo en general. Hay que reverenciar a Pepa Charro (el actrizón detrás del disfraz) por haber creado a La Terremoto. Verla es siempre una fiesta y un placer.
Así que me voy en su busca y cruzo sin pretenderlo la línea que me separa de las plateas y me meto en todo el pepe: con los famosos, nominados, presentadores y demás. Donde yo NO DEBIERA ESTAR. En el centro del huracán. Llega Bárbara Peiró, mi hermana. Bárbara es la responsable internacional de El Deseo y ha venido a apoyar a Elena en su nominación por La piel que habito. Bárbara es una de esas personas sin las que, para mí, el mundo del cine no tendría mucho sentido. A lo largo de muchos años he compartido con ella de todo. Bárbara, Javi, La Terre y yo. Si alguna vez tenéis la oportunidad de pasear con ellos, sabréis lo que es el séptimo cielo, de verdad. Son los mejores compañeros que puedes pensar para cualquier aventura.
Total, que nos liamos a hablar. Javi está ya ensayando la que será la próxima peli de Pedro Almodóvar, que se rodará este verano. Hablamos de muchas cosas, de nuestras vidas, nuestros miedos, nuestras alegrías, nuestros proyectos, nuestras dietas y de mucho cine, todo el rato. Se une Paco León y al rato Elena Anaya y Jan Cornet y al cabo del tiempo Diego Galán y Jaume Figueras. José Coronado. Inma Cuesta. ¿Quién da más? No falta NADIE. Me encuentro con Ramón Pilaces y Paloma Juanes (repres de actores). Y con Clara Fernández, de la oficina de Ramón, a la que adoro, siempre sonriente.
Los canapés y las bebidas no dejan de rodearme y yo, que tiendo a ser muy agradecido para estas cosas, no pierdo ripio y me llevo a la boca todo lo que pasa por delante. Estoy seguro de que en las oficinas de los caterings madrileños deben de tener una foto mía colgada con celo en las paredes con la leyenda: “EVITADLE, ES UN GORDO TRAGÓN, AUNQUE VAYA DE DELGAO”. A lo lejos veo a Verónica, mi productora, que ya ha conseguido entrar pero ahora anda en negociaciones con un segurata porque no le dejan pasar a la zona VIP. En un movimiento casi satánico logramos colarla. A las celebrities los porteros chungos no les dicen nunca nada. No hay nada mejor que pedir las cosas con una celebrity agarrándote el brazo.
Nos sentamos todos juntos, en la zona reservada a Blanca Suárez y María León: dieciocho en el sitio de dos, como en una fiesta de pijamas. Al rato me daré cuenta de que le estoy poniendo el culo en la cara a María León, la pobre. Cosas de las distintas alturas y de las butacas móviles. Y ella toda la ceremonia con mi trasero en su frente sin decir ni mú. Es una santa. Además de una actriz superlativa y una mujer de lo más discreta.
Y ahí, de buen rollito, apelotonados, saludando y gritando de lado a lado de la sala a todo el mundo, da comienzo la ceremonia: llega la domadora de leones. Entra en escena Anabel Alonso.
Anabel es un ANIMAL de la escena. No hay otra manera de definirla. Le cabe todo, es capaz de hacer vital un funeral. Además es de Barakaldo, como yo. Es una fuerza de la naturaleza. Lleva años haciéndose cargo de la ceremonia de los Fotogramas y no me extraña que le sigan llamando. Es un placer verle. Esta ceremonia es un poco como el fútbol: interactiva. Por ejemplo, Javi Cámara, al que tengo al lado grita continuamente al escenario, animando el cotarro. A mí, que no hace falta que me empujen demasiado, me pega el subidón y desde el comienzo me lanzo al griterío: que si guapa, que si animalaca, que si brava, que si necesaria. Les decimos de todo. A Carmen Maura incluida. Aplaudimos, silbamos, gritamos, jaleamos, le llamamos a Anabel desde abajo. Menos mal que no colocan piedras sobre las mesas porque en pleno éxtasis de euforia habríamos tirado una y nos hubiéramos llevado a alguien por delante.
A nuestro lado, todo el mundo anda partido de la risa. Javi y yo, que tenemos mucho de payasos, nos crecemos con las sonrisas y vamos en aumento. Supongo que muchos nos miran, pero nosotros no nos enteramos: estamos entregados a hacerse sentir estrellas a todo el que pasa por delante nuestro camino del escenario.
La ceremonia, como viene siendo costumbre, es relajada y divertidísima. Anabel se la come con patatas con el tema del fin del mundo y el calendario Maya. Como siempre, hay momentos antológicos. Emma Suárez se marca LA presentación entre risas, foto de sobaquera y suspiros eróticos. J.A. Bayona y Michelle Jenner se trabajan una introducción en la que el primero se hace pasar por tonto (luego me preguntará si he pillado el chiste –bastante claro para mí- porque se le ha acercado gente al terminar pensando que le costaba de verdad leer) y yo estallo en aplausos. Quim Gutierrez, Adrián Lastra y Raúl Arévalo prometen llevarse de cancaneo a la ganadora de mejor actriz (resultará ser Elena Anaya). Javier Cámara entrega el premio de mejor actriz de teatro a Amparo Baró confesando que el traje ya no le cierra por la tripa. Nos enteramos de refilón en mitad del escenario que Urbizu y Maura tuvieron su affair. La sala se pone en pie cuando Querejeta toma el escenario. La ceremonia termina y todos los presentadores y galardonados se reúnen en el escenario para la foto de familia.
Y empieza la fiesta. A partir de este momento todo es diversión, barra libre, barra libre y barra libre. Comienza la confraternización. No puedo hacer una lista de todo el mundo al que me encontré y con quien hablé esa noche. Cuando digo que estaban todos es que estaban todos. No faltaba ni uno. Me hizo una ilusión tremenda ver a Eduardo Chapero-Jackson (director de Verbo, para mí uno de los grandes filmes del año pasado, arriesgada, valiente e inteligente). Me encanta ver a Eduardo. Nos sonreímos mucho, pero no a lo Belén Esteban-Ana Obregón, sino con interés verdadero: hablamos siempre de cosas súper interesantes y me encanta su tono de voz sosegado y tranquilo. Promete enviarme el guión que acaba de terminar. Muero por leerlo. Eduardo me parece uno de los talentos más prometedores y potentes que tenemos. Estoy seguro de que en breve reconoceremos todo lo que tiene dentro. Va a ser MUY grande.
Me entero de que Elena Neira se ha ido a casa porque tenía una migraña imposible, recolecto a todo el grupo (ya andábamos desperdigados) y nos vamos encontrando con gente y gente. De vez en cuando me confunden con un camarero y yo sonrío encantado y digo que no, que de hecho estoy invitado. Es lo que pasa por ir de fashion-victim con una camisa de diseño, que confundes a la gente. Normal. Veo a Gregorio Belinchón y a Lorea Elso y a Enrique López-Lavigne y a Olivia Fernández y a Nuria Costa y a Rocío Ester y a Clara Montes-Elena Vázquez-Nieves Peñuelas y a Mercedes Gamero y a Juan Carlos Caro y a Yolanda Ferrer y a Mateo Sancho y a Juan Sardá y a Eva Calleja y a muchos productores y demás faranduleros.
Me acerco a los baños a ver si hay filas frente a los retretes. Me apetece que esta crónica tenga un puntito bien trash de yonquerío. Que alguien esté en el suelo con una sobredosis, por ejemplo. O que cuelguen unas bragas del manillar de una puerta. Pero no. Parece que aquí la gente ni folla ni se droga. Está claro que en el cine español, a día de hoy, no hay un duro. Y que los productores preferirán gastarse los 60 euros (en mis tiempos costaba eso) de una papela en pagar al equipo de eléctricos de los rodajes. Ahora las drogas y el puterío deben ser patrimonio de los consejos de administración, las juntas de accionistas y las reuniones políticas que, como todo el mundo sabe, son los únicos lugares donde hay pelas. La crisis ha matado hasta la relación, tan fructífera y creativa, del mundo lumpen y el cine. Menudo plan.
Converso con todo el mundo. La gente está contenta, receptiva, cariñosa. Es lo que diferencia a los Fotogramas de cualquier otra fiesta, ya lo he dicho. Esa es la razón principal por la que muchos la consideramos LA fiesta del cine. El curro que se echan a la espalda Toni Ulled (el jefe del cotarro) y todo su equipo es de quitarse el sombrero. No es nada sencillo que TODO el mundo se lo pase TAN bien, de verdad. Las palabras se quedan cortas intentando describirlo.
Gracias a las redes sociales muchos de nosotros nos mantenemos en contacto y sabemos de la vida de todos. El mundo del cine en España no es tan grande, después de todo. Mucha gente me pregunta por el corto que estoy terminando y del cual colgué el poster hace poco en Facebook y yo, la verdad, es que me siento agradecido y emocionado de ver que a la gente le importa lo que hago. Ha sido una aventura que ha durado diez años entre una cosa y otra y me hace muchísima ilusión que me pregunten por él.
Después de un par de horas de hacer barra y de multitud de conversaciones comienzo a querer escabullirme. Los ánimos están calientes, directamente proporcionales al número de botellas abiertas. Y utilizo todo tipo de excusas (desbaratadas por mis acompañantes). Si digo que me duelen los pies, me dicen que no llevo tacones. Si digo que estoy cansado, me dicen que no tengo que madrugar. Si digo que no estoy bebiendo, me ponen siete gintonics en la mano. Si digo que tengo una imagen que mantener, me dicen que hace mucho tiempo que perdí la dignidad. Si digo que me quiero cambiar de sexo, me dicen que ya soy lo suficientemente femenino. Si digo que me está esperando José Coronado desnudo en casa, me dicen que saben que no es mi tipo. Da igual lo que diga: esta fiesta es El ángel exterminador. No consigo salir de ella. Y juro que lo intento en repetidas ocasiones.
Me proponen todo tipo de planes: el Chicote, el Toni 2, el Retiro. DE TODO. Pero yo ya no pertenezco a la noche, no como antes. Hace unos años, en una salida nocturna con un amigo le dije: “La noche me aburre”. “Normal”, me espetó él, con esa mezcla de sinceridad ingenua y comentario desolador: “A la noche le aburres ya tú”. Tenía toda la razón. Así que desde hace unos años practico la escapada a lo Cenicienta francesa. Cuando veo que todos calientan motores, yo salgo despavorido.
Antes de salir, hago una de las mías. Me tiro al suelo. Que me gusta. Los fotogramas me matan. A mi lado, Macarena Gómez, que se está haciendo fotos con colegas flipa en colores al verme aterrizar sobre la alfombra roja. “Es una movida que hago siempre, Maca” – le digo desde el suelo.
Me alejo de la Joy Eslava a las 3 de la madrugada, con un bote de gominolas que me acabo de comprar en un 24 horas, caminando por las calles mojadas y vacías del centro de Madrid, pensando en que al final, con todo el trajín, no he cenado y no he podido ver el segundo episodio de Mi gitana, aunque el personaje de Julián Muñoz me interese muchísimo menos, dramáticamente hablando, que el de Encarna Sánchez. Ni siquiera le he preguntado a Pablo si llevaba el iPad encima. Da lo mismo: con teleserie o sin ella yo sigo estando a favor de que frían a la Pantoja en la silla eléctrica en una plaza pública.
De todos modos, con serie o sin ella, me llevo a casa la sensación de cariño generoso y entregado de ver a mucha gente que no tengo la suerte de ver a menudo. De sentirme querido y arropado. De asistir a una celebración donde la unión es mucho más importante que la competición o la taquilla. De experimentar que existe un CINE, español para más señas, y que está repleto de talento y que cohabita, sin tensión ni amargura, con los grandes estudios americanos. De ver que hay una FAMILIA (de muy diversas y variadas afinidades políticas, por cierto, como todas las familias), aunque todavía no sea una industria, pero que existe la colaboración y la entrega.
Que no todo son modelos y marcas de ropa, ni siquiera photocalls ni portadas de revistas. Que hay mucho más: historias, anhelos, proyectos, ilusiones, fotogramas. No sólo los de esta fiesta, sino los de verdad, los que se revelan con un proceso químico que se inventó hace tantos años. Los que hacen que vayamos al cine. Los que captan la luz y hacen visibles nuestros sueños y nuestras miserias. Los de todos.
Hasta el año que viene, si me dejan.