El desierto de Lanzarote, la mansión de un multimillonario o el Madrid de los Austrias acogen a los poliédricos personajes de Los abrazos rotos. Desde el punto de vista artístico, el último trabajo del manchego se construye como una yuxtaposición de espacios y referencias más o menos acertados y más o menos simbólicos.
Probablemente sea ésta la razón del mayor lastre de la película en el terreno artÃstico: la carencia de una cohesión estilística o visual que permita dar al filme una entidad artística. Hay demasiadas cosas distintas que aparentemente no casan, y quizás el único factor de cohesión haya que buscarlo, precisamente, en las abundantes referencias a otras películas almodovarianas. Colores, estructuras y mundos estáticos conviven al modo de un patchwork, en una película que a veces parece extraída de otras anteriores. Respecto a la dirección artística, predominan, por calidad y significación, los decorados y las localizaciones sobre el vestuario. Por ello, propongo un recorrido por diferentes espacios que, si están, están por algo.
El itinerario vital de Lena, el personaje interpretado por Penélope Cruz, está marcado por un intenso contraste estético. En el inicio su vida está marcada por los grises y los azules de una ciudad en crisis, un Madrid oscuro en el que los enfermos terminales son expulsados de los hospitales y que simboliza por completo la impresionante Ángela Molina, cuyo aspecto envejecido y descuidado sí significa algo: la miseria, la tristeza y la desesperanza. Almodóvar retrata una ciudad hostil y pobre que podría ser la de Qué he hecho yo para merecer esto, como también lo es el aspecto y la bata de Ángela Molina: costumbrismo, realismo sucio o simplemente memoria desengañada de una época.
Como contraste, el mundo que envuelve a Ernesto Martel es todo un homenaje al kitsch. Una mansión como la del multimillonario sólo podría proceder del imaginario del director manchego: muebles suntuosos y decoración art-decó que, alejados del colorismo habitual en Almodóvar, adoptan un aspecto siniestro debido a una serie de elementos: una iluminación siempre tenue y teatral, unos inmensos espacios vacíos que, como tal, se vuelven fríos (suelos brillantes, objetos impolutos y relucientes) y, sobre todo, obras de arte que contribuyen a crear una atmósfera inquietante y violenta: hay cuadros de Warhol, pero son sus famosas series de pistolas y cuchillos; hay un bodegón en el salón, pero de un tamaño tan inmenso que se convierte en una presencia amenazante sobre los personajes; hay lámparas, esculturas, cuadros y suntuosas escaleras, pero el resultado final es un espacio inhóspito, un museo, un gabinete de coleccionista o, incluso, un mausoleo para los delirios de grandeza de su dueño. La propia Lena es transformada en una estatua, en un objeto decorativo, en una muñeca adornada con profusión de lujo y ostentación. Con la escena de Lena colocándose unas complicadísimas joyas doradas frente al espejo (y con un vestido de alta costura igualmente excesivo) se nos presenta a esta nueva mujer que se ha convertido en la pareja de Martel y que ha dejado atrás la naturalidad y la austeridad de dos años atrás.
Lanzarote, lugar de su huída con Mateo, es un espacio alejado de toda esta suntuosidad deshumanizada. Probablemente esta parte de la película sea la que mejor refleja esa sensibilidad exquisita de Almodóvar capaz de retratar ciudades y paisajes de un modo distinto a todo lo ya visto. El bungalow que comparten es un símbolo de sencillez, luminosidad y colores brillantes, muy en la línea de otros trabajos de Almodóvar, principalmente Volver. Las cortinas, los tapizados, los manteles, los cuadros de las paredes, todo remite a un optimismo pop cuajado de patrones y motivos folclóricos y tradicionales. Nada nuevo, pero siempre interesante y medido. Por otro lado, las imágenes de paisajes Lanzarote son de una belleza exquisita.
En relación con este aspecto, lo geométrico se reafirma como una tendencia en el gusto estético de Almodóvar. Sus películas cuentan cada vez más con imágenes que suponen abstracciones de la realidad. En Los abrazos rotos, esto está presente en los rascacielos de Azca y, sobre todo, en los sobrecogedores paisajes de Lanzarote. La imagen aérea en que el desierto es retratado como una superficie en que se repite un patrón tiene mucho que ver con los olivares de Hable con ella o con los niños haciendo gimnasia en el patio del internado de La mala educación. La maravillosa imaginerÃa de Matador fue, quizás, el caso más extremo en este ámbito. El paisaje de Lanzarote, profundamente geométrico, proporciona algunas de las mejores secuencias de la Los abrazos rotos.
El Madrid donde vive Mateo es el Madrid de las Vistillas. El domicilio del director se encuentra junto a la plaza de la Morería, a escasos metros de la Plaza del Alamillo, donde está el que fuera memorable sótano de Tacones Lejanos. Alejado de los colores de ensueño que impone la memoria, el único espacio realmente contemporáneo de la película está retratado con calidez y honestidad, mostrando las manchas de humedad del viaducto del mismo modo que muestra las heridas emocionales de los protagonistas.
El espacio menos interesante, en mi opinión, es el que corresponde al tan comentado homenaje de Mujeres al borde de un ataque de nervios y que no es más que la enésima recreación del pop estridente y colorista que dio muy buenos resultados en la artificiosa alta comedia que hacÃa por aquel entonces, pero que ahora resultan, como he dicho antes, una pieza más del patchwork autorreferencial del filme, sin demasiada relación con el resto. Es un autohomenaje en toda regla, con el mismo decorado, pero poco más.
Las clínicas se han convertido, desde hace un tiempo, en referentes estáticos y conceptuales básicos en el cine de Almodóvar. Sólo hay que recordar el barcelonés Hospital del Mar de Todo sobre mi madre o la Clínica Montepríncipe en que se rodó Hable con ella. Parece que estos espacios austeros y minimalistas sirven de punto de partida a unos personajes que, normalmente, buscan o encuentran la redención o un giro de 180º en sus vidas. Aquí, Almodóvar desperdicia una gran ocasión al no filmar la muy almodovariana arquitectura de la Clínica Quirón y del Mupag (que quedan reducidas a una recepción, del mismo modo que la cabina de dj de Diego, aislada del entorno), pero se recrea en la bellísima y desértica clínica de Lanzarote de la que surge el nuevo Mateo, ciego y solo.