Dejando a un lado la consideración de si El destino de Júpiter es o no es la peor película de los hermanos Wachowski (gustos hay para todo, tampoco es para cebarse y ese no es el propósito de este post), lo cierto es que la última de este singular dúo de hermanos cineastas tiene mucho que ver con dos de sus anteriores trabajos, la trilogía Matrix y, en una pequeña parte, El atlas de las nubes. En las tres se encuentran rastros de esa especie de paradigma mesiánico que les persigue en las historias que cuentan que, por otra parte, tampoco han sido tantas.
Si analizamos a vista de pájaro sus tres incursiones en la ciencia ficción (en El atlas de las nubes sólo la historia futurista de Sonmi-351), todas ellas coinciden en una misma idea: la del mesías venido al mundo para salvar a sus congéneres de un destino terrible. Neo (Keanu Reeves), Sonmi-351 (Doona Bae) y ahora Júpiter Jones (Mila Kunis) tienen más en común de lo que pueda parecer en un principio. Para empezar, está el hecho de que ninguno de ellos es consciente de su condición de salvador. Los tres viven en la ignorancia, un día monótono tras otro en sus trabajos alienantes y sin saber el destino que les espera.
El señor Thomas A. Anderson, a la postre Neo, es un programador informático hacker en sus ratos libres que vive como una pieza más de un engranaje bien engrasado y virtual. Sonmi-351 es un clon creado para trabajar de camarera en un restaurante donde vive y sueña con esa ascensión que la librará de las bandejas y los delantales. La más reciente, Júpiter Jones, es una joven frustrada con su vida como limpiadora a domicilio que parece entregada a un bucle eterno de escobillas y retretes. Ninguno es consciente de lo que un grupo de iluminados espera de ellos. Son tres donnadies que sólo fantasean con que haya algo más que su triste vida.
Entonces aparece la figura del protector/guía para sacarles de su ignorancia y convencerles de que están destinados a algo grande. Para eso y para entrenarles de cara a plantar cara a los opresores/villanos ya seas estos máquinas o una poderosa dinastía de nombre Abrasax. En el caso de Neo, Trinity (Carrie-Anne Moss) es su guía. Esta hacker enfundada en cuero ayuda a Morfeo (Laurence Fishburne) a encontrar al ‘Elegido’ y despertarle pastilla roja mediante para descubrirle otra realidad (la de verdad) en la que un pequeño reducto de humanos se enfrenta a las máquinas para recuperar el mundo que un día fue suyo.
Para Sonmi su Juan Bautista es Hae-Joo Chang (Jim Sturgess), un joven fuera del sistema que la rescata y alecciona para convertirla en la salvadora que llegará a ser. Resulta curioso que tanto uno como otra no hayan nacido por los cauces habituales. Mientras que Neo fue ‘cultivado’, Sonmi es un clon. No así Júpiter, concebida de forma natural. Si bien es cierto que una supuesta reencarnación es la que tienen la culpa de su condición de ‘elegida’. Para ella su guía y protector es Caine Wise (Channing Tatum), fabricado como híbrido de humano y lobo. Cosas de los Wachowski.
Aunque el concepto de mesías está ligado íntimamente a la religión y en los casos de la trilogía de Matrix y de El atlas de las nubes (este no hay que olvidar que es la adaptación de la novela homónima de David Mitchell) ambos salvadores cuentan con un final muy bíblico, no ocurre lo mismo en el caso de Júpiter Jones, cuya historia se parece a ratos más a la de la Cenicienta que a la de un mesías bíblico y que cuenta (¡Spoiler!) con una suerte de final feliz con chico incluido. Porque para los Wachowski sus mesías no pueden hacer el camino en solitario y no solo necesitan un protector, este tiene que ser algo más, como la mitad de un todo. De ahí que los tres, al final, acaben implicados en una relación amorosa con sus guardaespaldas.
Lo más inquietante de todo este paradigma mesiánico de los hermanos Wachowski es el hecho de su empeño en introducir el licuado humano en sus películas. Lo hacían en Matrix, donde los humanos crecían en unos úteros prefabricados por las máquinas alimentados con otros humanos licuados. En la historia futurista de El atlas de las nubes eran los clones los que se alimentaban de otros clones a los que sus creadores trituraban y convertían en lo que llamaban la ‘sopa’. Y, aunque con fines más estéticos y de rejuvenecimiento, en El destino de Júpiter también hay mucho de la cosecha de humanos para su licuado. De hecho, es lo que desencadena, en parte, toda la acción.