Máxima expectación ante el regreso a las pantallas este viernes de Miguel Ángel Vivas, director de Reflejos y Secuestrados. Miembro ilustre de una corriente rejuvenecida del cine de terror español, Vivas estrena esta semana Extinction bajo el paraguas de Jaume Collet-Serra como productor. Una de zombis que va más allá de la simple persecución entre muertos vivientes y humanos. En su conjunto, y habiendo zombis como requieren el argumento y la novela en la que se basa, la película protagonizada por un más que solvente –e incluso sorprendente– Matthew Fox y Jeffrey Donovan se erige como una suerte de tratado sobre la condición humana y sobre la diferencia entre vivir y sobrevivir en un mundo postapocalíptico.
Con una secuencia inicial de terror puro, planos cortos y movimientos de cámara estudiados al milímetro buscando el mayor efectismo posible, Vivas no solo invita al espectador a entrar en su juego, sino que da una pequeña muestra de que las escenas de acción serán de alto calibre. Y vaya si lo son. Es más, son de lo mejor de una película a la que el único pero que se le puede encontrar es la duración. Con 20 minutos menos de metraje final la narración habría sido no solo más ágil. Pero su inclusión responde a un porqué.
La única parte de la que se podría recortar en la historia que cuenta Extinction es esa en la que se profundiza en la relación entre padre e hija. Sin embargo, reposada y digerida la película tras el visionado, lo cierto es que esa pieza de la narración que parece (porque lo es) algo repetitiva y tediosa en ocasiones es parte imprescindible de las sensaciones que transmite con mano izquierda Vivas. Vivir aislados del resto del mundo, encerrados en una casa rodeados por la nieve y con miedo a salir más allá de la verja debe de ser una experiencia tediosa, asfixiante y repetitiva. Así, esas escenas que parecen ser prescindibles no lo son tanto cuando esa es al sensación que se quiere transmitir.
Padre e hija sobreviven sin mirar más allá de sus ventanas ni del día a día. Al menos él, que pretende mantener a su niña alejada de los peligros del exterior aunque eso signifique condenarla a una existencia solitaria. Ni siquiera la deja relacionarse con su vecino Patrick (Matthew Fox), con el que mantiene una relación de odio y rechazo originada en un pasado no muy lejano. Ese ocurrido hace nueve años, cuando ellos dos y la madre de la pequeña Lu intentaban evitar ser mordidos por los zombis en una desesperada huida hacia el refugio prometido. Es él, Patrick, quien le recrimina su actitud conservadora e incluso miedosa con un único fin: sobrevivir, que no vivir.
Y ahí es donde reside el drama y el interés. Sobre todo para los menos proclives a dejarse llevar por el gore zombi. En como dos hombres, con un pasado común y conflictivo han llegado al punto de no dirigirse la palabra ni siquiera en un mundo postapocalíptico donde están solos, sin más seres humanos alrededor con los que interactuar y colaborar por la supervivencia frente a las criaturas que creen extintas. Un drama que ahonda hasta dónde es capaz el ser humano de llevar su odio, su rencor y su incapacidad para perdonar acciones pasadas. De hasta dónde es capaz de anteponer el hombre su orgullo a la propia supervivencia. De cómo un enemigo común no siempre ejerce de ligamento suficiente para aunar fuerzas.
O quizá sí. Depende, como todo, del ángulo desde el que se aborde. La desesperación y la cercanía del fin pueden ejercer como un poderoso reconstituyente de las heridas más profundas. Al final, todos buscan lo mismo: la salvación. Sea esta física o espiritual. Quienes vean Extinction lo entenderán.
(Foto: Sony Pictures)