Penélope Cruz en un fotograma de 'Los abrazos rotos'

El director antropófago

Penélope Cruz en un fotograma de 'Los abrazos rotos'

Unos interminables tacones rojos, una confesión de Arthur Miller o una peluca de Goldie Hawn son algunos de los recursos de Los abrazos rotos. En su nuevo filme, Almodóvar nos brinda una pelí­cula altamente segmentada y excesivamente cargada de referencias con un reparto desigual y una arriesgada apuesta por el noir.

Los abrazos rotos cuenta la pasión rota entre un director de cine y su actriz protagonista. Un amor que no escapa a la vindicta del pasado. La pelí­cula se despliega con un ritmo titubeante y pausado, sobre todo al principio, y que acusa una desconexión argumental un tanto dañada por los flashbacks. El argumento es de una sencillez tal que sorprende por ser precisamente una pelí­cula de un director que suele cuidar mucho la infraestructura de sus historias cruzadas. Sin embargo, el intrincado montaje, la sensualidad de los planos y sobre todo, los tantí­simos homenajes, hacen que el film aparente ser mucho más completo de lo que es en realidad.

Efectivamente, la dirección de Almodóvar se respira profundamente durante el visionado del fime. El descarado uso de los planos para evidenciar su intencionalidad es un aspecto que todavía no he logrado redimir cuando veo uno de sus filmes. Muchas escenas me parecen altamente manipuladas y manipuladoras. Es cierto que de algún modo, la originalidad de algunas ideas y planteamientos de escena lo compensan pero creo que en sí­, estas dos cosas, le restan naturalidad y frescura a un filme que está constantemente evocando y emulando referencias a artistas, películas de otros cineastas y sobre todo, de su filmografí­a. Y que en general distrae bastante de una trama que en el fondo no sabe revelarse como interesante. Su ejecución es más placentera para el cinéfilo que para el espectador.

En cuanto a los méritos artí­sticos, Penélope afronta un cambio de registro absoluto tras Volver, una mujer fatal y de coraje a la vez que resuelve metódicamente. Sin estridencias, Lluis Homar, el verdadero protagonista de Los abrazos rotos, se entrega por completo al guión haciendo de un director obstinado, honesto y enamorado. Sin duda, la suya es la mejor interpretación de la pelí­cula. Siguiendo por el reparto masculino, otro veterano, José Luis Gómez, retrata a la perfección las obsesiones de un malvado miedoso y posesivo. Por el contrario, el resto de los actores, esencialmente los jóvenes quedan muy por debajo de las expectativas. Tamar Novas está correcto en el papel de hijo amante del cine, pero falto de carisma, y Rubén Ochandiano construye un fallido personaje. Su transformación y lugar en la pelí­cula confunden más que añaden. Y es una pena porque gracias a él no funciona parte de la pelí­cula.

Con respecto a las actrices, Blanca Portillo se ve perjudicada por el ritmo calmado de la pelí­cula y su interpretación resulta bastante compungida y sobreactuada en muchas escenas. Del resto, entre todo el abanico de cameos quizás me quedarí­a con el de Ángela Molina cuyos cuatro minutos me impactan, me sobrecogen y me dejan una sensación de querer ver más de ella.  La factura artí­stica desde luego es magní­fica. Desde mi punto de vista, la fotografí­a es muy competente. Rodrigo Prieto articula unos planos sensacionales como aquel en el que Penélope sube por la escalera y contrasta muchos colores creando una composición visual acertada. Lanzarote nunca ha estado tan bella. Por el contrario, la excelente música de Alberto Iglesias curiosamente apenas se percibe durante el visionado y si lo hace, parece un tanto desencajada de la imagen.

En definitiva, una pelí­cula que de algún modo satisfará a los cinéfilos pero que se antoja un tanto maquiavélica para el gran público. Comentaba el director en la rueda de prensa posterior al pase, que entre el amor, el amor al cine y el noir se quedaba con la segunda como definición más exacta del significado de Los abrazos rotos. Esta afirmación por tanto, no es en vano. Como en La mala educación, la filmación de una película es una vez más uno de los contextos argumentales de peso. Y esto le sirve en este caso para inyectar personajes ajenos a la trama que son devueltos de su cine anterior (Chus Lampreave, Rossy de Palma, Kiti Manver) y además sin perder ni un ápice de su género, el de la comedia, que en Los abrazos rotos es absolutamente extirpado de la trama principal. En estas referencias y sobre todo, en el monólogo de La concejala antropófaga que deriva de una secuencia muy Mujeres al borde de un ataque de nervios, vemos un deseo de Almodóvar por volver a su cine más carismático. Sin embargo, por lo pronto sólo parece querer añorarlo.

El noir, que en esta pelÃícula alcanza las cotas visuales más intensas de su carrera, parece un filón que no puede descartar por el momento. Quizás todo esto tenga que ver con su propia deriva personal. Sus primeros filmes bebí­an de una intensa vida social que le acercaban a las inquietudes mundanas y contemporáneas a aquellos tiempos. Hoy, recluido en su ambiente frenético de dirección y promoción de sus pelí­culas, parece sólo sentirse cómodo cuando habla de ellas mismas y sobre todo, cuando fagocita las suyas propias. Y Los abrazos rotos es quizás el ejemplo más claro de esta deriva.