Ismael, una visión amable sobre el perdón y la reconciliación

Un niño se sube a un AVE para ir a buscar a su padre biológico, al que sólo conoce por una carta que su madre guarda escondida en una caja, un padre del que su madre nunca le ha hablado porque ella le abandonó tras una desafortunada reacción al comunicarle que estaba embarazada tras tres meses, tres, de relación. Esos son los tres «pulpos como animal de compañía» que debemos aceptar para entrar en la película (hay alguno más, pero son menos importantes). Y digo yo que no son muchos si tenemos en cuenta lo que recibimos a cambio.
Porque lo que recibimos es una película sensible, que no sensiblera, bienintencionada, hecha con mucho cariño, en la que todos los personajes intentan explicar y en algunos casos enmendar las decisiones radicales que tomaron en el pasado, utilizando a un niño como vehículo de emociones de todos y como desencadenante de ese rendir cuentas que hacen. Y es de agradecer que en todo momento se posicione honestamente a favor de ellos, porque sus decisiones, las fundamentales, las que hacen cambiar el rumbo de una vida, son humanas, muy creíbles. El director argentino Marcelo Piñeyro acierta plenamente con los toques de humor y el tono ligero del que podría haber sido en otras manos un dramón sobre la culpa y la redención.
El padre biológico, interpretado Mario Casas (muy bien, tierno y sensible, aunque le falle la proyección de la voz), en otro tipo de películas habría sido el «malo», el que abandonó a la chica cuando ésta le habla de su embarazo. Félix Ambrós es un joven profesor en una escuela de FP de un pueblo de Gerona, al que fue a refugiarse tras perder el amor de su vida y ver sus sueños frustrados. Cuando conoce a su hijo, Ismael, de diez años, revive la búsqueda que él un día inició para encontrar al amor de su vida, desaparecida sin dejar rastro. Tras el rechazo inicial, llega la aceptación y aflora el amor, un amor que también le lleva a aceptar a su madre (Belén Rueda), y a las decisiones que ella misma tuvo que tomar tras la enfermedad destructiva y muerte de su marido, padre de Félix.
Ella misma, Nora, una mujer elegante y fuerte, perteneciente a la burguesía barcelonesa, dueña de un restaurante, utiliza al niño, a su nieto, para acercarse a su propio hijo e intentar recuperar su amor y su respeto. Y además, haciéndolo, recupera una parte de su vida, la emocional, que había dejado arrumbada en un desván para intentar sacar adelante a su familia, aunque éste no la entendiese en su momento. Y recupera la risa y la capacidad de divertirse cuando conoce a Jordi, amigo de su hijo, y en cuyo hotel se alojan para buscarle. Nora y Jordi (un magnífico Sergi López, adorable) forman una pareja inovidable, como las parejas secundarias de las películas clásicas, ofreciendo un contrapunto de humor amable con ese flirteo casi adolescente en el que caen los dos, con una compenetración envidiable que se haría con la película de tener más minutos en pantalla.
Y por otro lado están la madre biológica y su marido actual, interpretado por Juan Diego Botto, en un papel difícil, diría que demasiado distante, que intenta mantenerse en un segundo plano facilitando las cosas a su mujer para encontrar a Ismael, pero que se encarga de ponerle los pies en la tierra cuando ella está a punto de volver a la situación emocional que abandonó diez años atrás. Para mí el punto más débil de la película es precisamente la actriz que encarna a la madre, Ella Kweku, que carece de recursos interpretativos para dar profundidad a un personaje que, por otro lado, es el que despierta menos empatía de todos, cuando quizá debería haber sido al contrario. El espectador, o por lo menos yo, no llega a entender su historia, ni las razones que le llevaron a abandonar al amor de su vida, ni siquiera su situación legal en España, en tanto en cuanto que sus reacciones parecen arbitrarias y caprichosas en momentos de enojo, pasión o reflexión. Quizá una actriz más experimentada le habría sabido sacar más jugo a un personaje que en sus manos parece fuera de juego en muchos momentos.
En conclusión, Ismael es una película amable, de emociones y sensaciones, de personajes que intentan congratularse con su pasado y sus raíces y buscan nada más que la felicidad. Y sólo quiero añadir una advertencia para fans: Mario Casas no se quita la camiseta.