La nueva película de Agustí Villaronga, Pa negre, escarba en lo más oscuro del ser humano, en sus contradicciones más profundas, eliminando todo rastro de maniqueísmo. La cinta, narrada desde el punto de vista de un niño, es la más compleja de cuantas han pasado hasta ahora por la seccón oficial de San Sebastián. En cambio, el documental japonés Genpin parece un infocomercial de medicina natural en el que un grupo de mujeres cuentan sus partos.
La violencia siepre ha ocupado un espacio muy principal en el cine de Villaronga –por ejemplo, El mar o Aro Tolbukhin-. En sus películas los personajes no sólo son testigos de la violencia, sino que, sobre todo, viven bajo su amenaza. Pa negre no es, desde luego, una excepción. Su ambiente, una aldea catalana en la posguerra española, está inundado de ella: la represión, las detenciones arbitrarias, los fusilamientos… Pero también sus protagonistas están inmersos en la violencia: la historia arranca con un vecino del pueblo y su hijo cruelmente asesinados –en una escena, por cierto, crudelísima pero brillante-. Pronto sabremos que es por una venganza y seremos conscientes de que hay más gente que corre peligro.
En ese ambiente vive Andreu, un niño hijo del bando equivocado. Su padre huye, se esconde y es detenido. Su madre se deja loos pulmones en una fábrica textil y la piel en casa. Son tres actores extraordinarios (Francesc Colomer, Roger Casamajor y Marina Gatell) que llenan de verdad y dramatismo sus personajes. La amenaza más inmediata viene del alcalde (un Sergi López muy similar al de El laberinto del fauno y la salvación parece estar en el maestro de escuela, un alcóholico con faceta oculta (el siempre delicado Eduard Fernández).
Mención aparte merecen las niñas. La prima de Andreu es uno de los personajes más oscuros de la cinta: una casi adolescente a la que una mina arrebató una mano y que ahora sólo puede pensar en huir. También se nos presenta a una de las niñas de la escuela, una repelente y acusica cuyos padres deben ser los más franquistas y arribistas del pueblo. Y, a caballo entre niños y adultos, un joven enfermo de neumonía por el que Andreu parece desarrollar una simpatía especial.
Pa negre no es, por tanto, otra historia de la posguerra. Es una película abismal sobre personajes heridos sin remedio y con un mensaje fatal: sus errores les perseguirán toda la vida y nunca lograrán deshacerse de ellos salvo que renieguen de sí mismos. Sin duda este título figurará en el palmarés del próximo sábado.
No se nos ocurre, en cambio, ninguna razón para que entrara Genpin, un documental de la realizadora japonesa Naomi Kawase sobre un tocólogo que tiene una clínica donde atiende embarazos por el método natural, sin forceps ni cesáreas. La directora cree haber forjado una película que reflexiona sobre la vida y la muerte, pero por la pantalla no desfilan más que un grupo de mujeres explicando sus partos. Absolutamente falto de interés.
En la sección Perlas también se ha podido ver esta mañana otro documental que sí deja muy buen sabor de boca: Exit Through the Gift Shop. Parece que este año no se equivocaban con la retrospectiva al cine documental de los últimos 10 años, pues el género viene pegando fuerte en esta edición del certamen. Exit Through the Gift Shop pretendía, en su génesis, reflejar en tono documental la vida y obra del misterioso artista callejero neoyorkino Banksy, pero no todo es siempre tan fácil. La genialidad del protagonista es tal, que al poco de comenzar el rodaje se dió cuenta que la verdadera fuente de inspiración no era él, sino Thierry Guetta, el cineasta que pretendía retratar a Banksy. Así, se crea un juego de espejos con el cineasta y el graffitero, un mezclum de artes que forman un divertidísimo y en ocasiones caricaturesco ejemplo del arte moderno actual, la fama, lo efímero y las pretensiones, artificios y poses que en ocasiones conlleva. Sin duda, una vez más, un documental que no hay que perderse por nada del mundo.