En la segunda jornada del Festival de Málaga se ha proyectado uno de los títulos más esperados de este arranque de año, Miel de naranjas, de Imanol Uribe, que ha dejado un regusto agridulce. La ha precedido A puerta fría, de Xavi Puebla, una cinta con aspiraciones a Muerte de un viajante que se queda en poca cosa.
Miel de naranjas relata la historia de un joven soldado (Iban Gárate) cuya tarea consiste en mecanografiar en juicios-pantomima en los primeros años del Franquismo. La historia de desdobla en dos: una trama romántica con la sobrina del capitán (Blanca Suárez) y una trama aventurera que le reúne casi si pretenderlo con la resistencia.
Pese a que la intención declarada de Imanol Uribe era rodar una película «luminosa» que contrastara con las oscuras cintas sobre la posguerra española, lo cierto es que a Miel de naranjas le cuesta levantar el vuelo sobre esos pesados nubarrones. En su primera parte hay condenas a muerte, fusilamientos y terror a flor de piel como en tantas otras historias de la época.
Poco alivio hace la historia romántica entre los protagonistas porque nunca termina de tener fuerza. Y a pesar de la hermosa relación dibujada entre tío y sobrina. Pocas veces se ha escrito un papel para un temible mando militar que al cerrar la puerta es todo ternura y esfuerzo por facilitarle una buena vida a quien tanto quiere.
Otra cosa es el momento en que el thriller toma cuerpo y la película se adentra por la senda del cine de aventuras con una trama de espías que se cruza con la fuga de un campo de concentración. Es ahí cuando Miel de naranjas interesa, lleva al espectador por un viaje entretenido y apetecible en el que, efectivamente, la posguerra se reduceal paisaje.
La que nunca llega a cuajar es A puerta fría, la tercera película de Xavi Puebla, en la que Antonio Dechent es un vendedor acabado que lucha por conseguir mantenerse a flote en una convención de ventas. Su última oportunidad es un americano que se está instalando en la zona (Nick Nolte).
Es imposible ver A puerta fría y no acordarse de Arthur Miller y su Muerte de un viajante, ese retrato terrible y apocalíptico de la degradación personal. El personaje de Dechent es un trampantojo Willy Lohman: allí donde el viajante de Miller va cargado de una vida triste y fracasada por razones que nos son cercanas y comprensibles, el vendedor de A puerta fría es un fantoche del que sólo sabemos que amanece en un local de prostitución y que desayuna whisky.
El personaje de Nick Nolte es su espejo. Y, en efecto, sólo llegamos a saber que cena whisky y está dispuesto a cerrar acuerdos comerciales a cambio de un rato con una joven hermosa. La muchacha en cuestión la incorpora María Valverde, una actriz de gran talento que defiende con entereza un personaje bien planteado y desarrollado a trompicones.
La relación entre Dechent y Valverde se torna incomprensible: pasan de desconocidos a contarse confidencias a la velocidad del rayo. Se echa de menos una parte central donde los personajes cuenten una historia de verdad, humana, más allá de enunciar retazos que sirven para justificar tal o cual momento de la acción.
Pero lo que más se echa en falta de A puerta fría es sentir que la película lleva un rumbo. Porque el destino lo conocemos pero la narración a penas camina y cuando lo hace no siempre se dirige hacia donde se anuncia. Las acciones son escasas, el ritmo irregular, la producción insuficiente y está trufada de momentos inexplicables.
Aún así el público la ha recibido con satisfacción y ha recibido un buen aplauso especialmente dirigido a Antonio Dechent.