El limitado nivel de la sección oficial ha dejado como película del día la nueva propuesta de la francesa Mia Hansen-Love. Eden, el retrato generacional del surgimiento de la música electrónica francesa en los noventa hasta la actualidad ha caído entre la prensa especializada con una clara polarización entre defensores y detractores.
La cinta, dividida en dos claros segmentos peca en su primera parte de una falta de rumbo clara a pesar de contar con una material más que interesante. Un montaje atropellado al que le falta intensidad dramática en favor de no juzgar a sus protagonistas es el principal lastre de este segmento que introduce al espectador en la escena garage del París de los 90 para llevarlo hasta el éxito de esta música a nivel mundial. Un camino no exento de grandes momentos dramáticos y musicales que Hansen-Love rueda con solvencia pero que, de manera evidente, pide algo más del efectismo y la ejecución que si que posee el trabajo de DJ y la música electrónica que intenta retratar.
Una carencia que probablemente (y repetimos, únicamente en su primera parte) sea por considerar que la historia que relata es mucho más conocida de lo que es, o por subordinar los personajes al movimiento; pero el espectador necesita estar más vinculado emocionalmente para poder alcanzar la emotividad que la directora refleja en la película.
Para regocijo, la segunda parte de la película, que abarca la caída tras el ascenso del sueño conseguido, aborda un tema más común, y por lo tanto, consigue su objetivo con muchísima más facilidad, reflejando en pantalla el hastío del DJ venido a menos, el juguete roto de una generación que, a su pesar, ha debido reconvertirse en lo que la industria y la sociedad esperaba de ellos para sobrevivir (impagables las constantes referencias a Daft Punk). Una reconversión y una historia musical que la banda sonora de Edén cuenta muchísimo más fielmente que su trama, pero que sirve de complemento perfecto para ello y la convierte en una potente arma de seducción para el espectador.
En definitiva, Eden es un retrato de la generación de los noventa que cumple su cometido aunque no con las expectativas suscitadas de base. En cualquier caso, su elenco, más que estimable, hace creíbles a unos personajes con claras carencias de desarrollo para concluir siendo una historia de ascenso y caída con un brillante tramo final.
También hoy en la sección oficial se presentaban Aire libre y Félix et Meira. La primera, un retrato presuntamente intimista de una familia en crisis erosionada por el paso del tiempo con la evidente metáfora de una casa en construcción durante toda su trama resulta ser un tedioso ejercicio de personajes y drama que recibió pitadas (e incluso alguna deserción) en su pase para la prensa.
Por su parte, Felix et Meira, premiada como mejor película canadiense en el pasado Festival de Toronto es una delicada historia de amor entre un el excéntrico hijo de un acaudalado empresario que, por casualidades de la vida (y por causas que atienden muy poco a la razón), conoce a una judía ortodoxa y a su hija con las que entabla una relación que las ayuda a huir de la opresión de la ortodoxia judía. Una estrambótica historia de amor entre dos personajes muy diferentes que construyen una tierna historia con final agridulce. Algo decepcionante tras su reconocimiento en Toronto, aún así, consigue mantener el tipo en la sección oficial.