En su vuelta al festival donostiarra después del enigmático drama «político» Rojo (2018), que en la 77ª edición se hizo con tres premios -mejor director, mejor actor para Darío Grandinetti y mejor fotografía-, Benjamín Naishtat cambia de tercio y trae una comedia, acompañado en la dirección por María Alché. Una comedia con trasfondo filosófico y político pero que arranca carcajadas gracias a un guion estupendo y un actor principal (Marcelo Subiotto) que refleja a la perfección la estupefacción del personaje.
Marcelo Pena, profesor de filosofía política, ve cómo su mundo se tambalea cuando su mentor y jefe de cátedra en la Facultad de Filosofía muere repentinamente. Para colmo, toda la plantilla lleva semanas sin cobrar y Rafael Sujarchuk (interpretado con mucha gracia por Leonardo Sbaraglia), un excompañero de la facultad, alumno también del profesor fallecido, regresa a Buenos Aires para optar por la cátedra que acaba de quedar vacía.
Utilizar la risa (mezclando situaciones humorísticas basadas en la caca o en el concepto de Dasein de Heidegger) para reivindicar el valor de la filosofía en una sociedad que a todas vistas se está yendo al garete es de una valentía casi suicida (sobre todo con lo que les viene encima a los argentinos, léase Milei). Reivindicarla desde la base, desde su enseñanza a las nuevas generaciones o en una escuela de adultos en situación de exclusión social, y sobre todo enfrentarla a la filosofía académica llena de argumentos de autoridad y artículos académicos (representada por Sujarchuk) o la que sirve de mero entretenimiento para las clases privilegiadas más rancias, es hacer el salto con doble tirabuzón. Pero Naishtat y Alché logran que la idea fundamental prevalezca en una comedia ligera en forma pero con ese potente fondo, y hacen pasar al protagonista por un arco dramático que al final de la película le sitúa a 180 grados de donde empezó. Y no solo eso, sino que también consiguen que el espectador le pegue una pensadita a todos los temas que en ella se tocan, desde el valor de la filosofía para el individuo y la sociedad hasta la importancia de encontrar una voz propia que a la vez sirva al resto.